Corrían los primeros días de enero de 1999 cuando un iraquí fue encontrado muerto en el puerto de Dover, Inglaterra. No se sabe quién fue, tampoco nada de su historia personal, solo que para entonces acababa de cruzar la frontera desde Francia. Murió atropellado por un camión en el que viajaba, en el que poco antes había perdido el equilibrio y se había caído al suelo. En 24 años, con cuentas entre 1999 y 2023, Open Democracy calcula que han fallecido al menos 391 individuos en la frontera entre Reino Unido, Francia y Bélgica, o al menos ese es el número que se conoce gracias al registro que ha llevado a cabo el periódico francés “Les Jours”. Solo el año pasado, entre enero y octubre, mínimo fallecieron 57 personas en el canal de la Mancha, siendo el año más mortífero, según la Organización Internacional para las Migraciones.
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En medio de esto han surgido algunas iniciativas para tratar de reconocer los restos de quienes mueren durante el tránsito, y un ejemplo de ello es el trabajo que hace la Acción para la Identificación de Víctimas de Desastres Migrantes, que considera que este esfuerzo, más allá de ser algo técnico, porque pone a prueba las capacidades y habilidades de identificación en medio de la rápida descomposición y el daño que el agua marina provoca en los cuerpos, tiene también que ver con barreras políticas y socioeconómicas. Con unos procesos inadecuados y con pocos fondos para llevar a cabo esta tarea, la magnitud del problema pone de relieve la necesidad de unir esfuerzos trasnacionales en todo esto, o al menos ese es el llamado que hace la organización.
Y es que las cifras son preocupantes. Citada por “The Guardian”, la presidenta Caroline Wilkinson mencionó que “al menos 25.000 personas han muerto en los últimos 10 años solo cruzando el Mediterráneo, y eso sin contar a quienes fallecen en tierra y por otras rutas. Alrededor del 25 % de ellas son identificadas formalmente, y esas son únicamente aquellas cuyos cuerpos se encuentran. Habrá miles que nunca se han recuperado de esos desastres migratorios”. Aunque los registros dentales, el ADN y las huellas dactilares son legalmente los únicos medios para la identificación de los restos humanos, se están explorando otros caminos que permitan hacer la misma tarea. Ahí, por ejemplo, entra la comparación de imágenes, tomando como base fotos posmortem para hacer un paralelo con algunas publicadas en vida en redes sociales, por ejemplo. De hecho, Wilkinson y su equipo, a través de una investigación, llegaron a la conclusión de que este instrumento tiene una precisión del 85 %.
Los rasgos faciales, las marcas de nacimiento, los tatuajes y los piercings se están convirtiendo en importantes puntos de referencia, aunque informales, y eso también lo menciona el doctor Gregory Hess, médico forense del condado de Pima, Arizona, una zona fronteriza entre Estados Unidos y México. Si bien parte de la premisa de que él no tiene la barrera del océano, como sí les pasa a sus colegas en Europa, habla de las dificultades que se presentan en este campo. Entre ellas, por ejemplo, el acceso a posibles familiares con los cuales comparar el ADN del migrante fallecido; pero, más aún, que ellos expresen la voluntad de dar sus muestras para llevar a cabo la comparación. Ahí entran en juego varios factores: encontrar a los allegados, que puede ser difícil porque muchos migrantes viajan sin identificación, y lograr llegar hasta ellos, en un contexto en el que suele haber bastante desconfianza con las autoridades, lo que impide denunciar la desaparición de alguien, y en el que la comunicación con las entidades del país de origen depende del tipo de régimen y de quién está a la cabeza de él.
Dice que no hay una fórmula, que cada caso es diferente, y que este es un trabajo que cambia constantemente: “Es un esfuerzo continuo por redescubrir el problema”, porque, a su parecer, lo complejo no es determinar la causa de la muerte. Lo realmente difícil es saber quién es la persona y cómo devolverles los restos a sus seres queridos. “En esto nadie es completamente feliz, pero en cierto sentido apoyamos a que haya un cierre”, y es que desde hace 25 años esto se ha convertido en un asunto delicado. Antes de 2000 se encontraban menos de 20 cuerpos en el sur de Arizona. Con el paso del tiempo, la cifra fue aumentando. De hecho, hasta finales de 2024 se registraron 4.003 muertes de migrantes, entre las cuales se identificaron el 65 % de los cuerpos, lo que equivale a 2.600 de ellos. “Esta cifra es bastante buena, aunque desearíamos lograr el 100 %”, apunta Hess. Al menos desde 2018 su oficina conserva los restos de quienes aún no han sido identificados. No son enterrados ni cremados, como sucedía antes. Justo ahora Estados Unidos, que se alista para el segundo mandato de Donald Trump, se prepara para recibir una caravana de migrantes latinoamericanos. El republicano ha amenazado con deportaciones masivas.
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