Desde que llegó a la presidencia de El Salvador Nayib Bukele ya advertía que sería un presidente diferente a los anteriores. Lo primero que impactó fue su juventud, pues con tan solo 38 años le arrebató la presidencia a los dos países tradicionales del país, anclados en el poder desde 1992. La independencia que prometió durante su campaña, acompañada de su carismático discurso, logró convencer a un electorado cansado de la violencia, la corrupción y la pobreza.
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Gran parte de esa esperanza terminó desmoronándose este domingo, cuando el mandatario ingresó a la Asamblea Legislativa acompañado del ejército para pedirle a los congresistas que le aprueben su reforma a la seguridad, estancada desde hace meses. El acto desató inmediatamente las alarmas, pues se teme que Bukele empiece a traspasar los limites que ponen en riesgo el orden institucional y la democracia del país.
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La carrera política del mandatario empezó hace siete años, justo en partido oficialista que actualmente critica: el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), un movimiento conformado por organizaciones político-guerrilleras que lucharon en contra del gobierno militar en una guerra civil que duró 12 años (1980-1992). Luego, con la firma de los Acuerdos de Paz, el FMLN se constituyó en un partido político legal que ha dirigido el país por los últimos 10 años.
Autodefinido entonces como un político de izquierda, Bukele, quien es publicista, empezó a alcanzar protagonismo a través de las redes sociales y sus obras en el poblado le dieron la popularidad necesaria que en mayo de 2015 lo llevó a ser elegido alcalde de la capital, San Salvador.
Pero fue su expulsión del FMLN dos años después (tras agredir a una síndica durante una sesión del Concejo) la que terminó dándole el golpe de suerte para hacerse con la Presidencia. Hoy, a sus 37 años (lo cual hace de él el presidente más joven de la historia reciente del país), se presenta como un político desligado del bipartidismo tradicional que se ha turnado el poder desde hace tres décadas. Las primeras dos, por la Alianza Republicana Nacionalista (Arena), una fuerza de centro-derecha, y los diez años restantes, el Ejecutivo estuvo en manos del FMLN.
Bukele lo entendió bien: los ejemplos de Jair Bolsonaro, en Brasil; Andrés Manuel López Obrador, en México, e Iván Duque, en Colombia, le permitieron apuntarle a un muy popular objetivo: el surgimiento de nuevos liderazgos, como políticos desconocidos, con un discurso contrario al statu quo, representados por nuevas formaciones partidistas en la lucha contra la corrupción.
Tanto así que convirtió a las redes sociales en su principal cuartel de mando. Desde que asumió la presidencia se ha dedicado a dar órdenes, anunciar nombramientos y despidos de su gabinete a través de su cuenta de Twitter, una conducta habitual en varios mandatarios actuales. Los ministros y funcionarios del Gobierno han comenzado también a trabajar bajo este nuevo método.
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Uno de los momentos más recordados del presidente se dio en la Asamblea General de la ONU del pasado septiembre, cuando al subir al escenario par dar su discurso sacó su celular para tomarse una foto que iría inmediatamente a sus redes sociales. "El nuevo mundo ya no está en esta Asamblea General, sino en el lugar a donde irá esta foto, a la red más grande del mundo, donde miles de millones de personas están conectadas prácticamente todo el tiempo y casi en todas las facetas de la vida", apuntó. "Aunque no lo queramos aceptar, la red cada día se vuelve más el mundo real y este formato de Asamblea se vuelve cada vez más obsoleto", agregó.
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Ahora, Bukele tiene al país con la amenaza de promover una insurrección civil. Desde el viernes convocó a los ciudadanos a presentarse a la sede de la Asamblea Legislativa para presionar y exigir la aprobación del préstamo que servirá para la reforma de seguridad. Sin embargo, no ha sido avalado porque integrantes de la Comisión de Hacienda aseguran que el Ejecutivo no ha explicado con detalle en qué será ejecutado el dinero.
Si hoy no se desbloquea la situación el mandatario advirtió con pedirle al pueblo que ponga en práctica el artículo 87 de la Constitución, el cual "reconoce el derecho del pueblo a la insurrección para restablecer el orden constitucional alterado por la transgresión de las normas relativas a la forma de gobierno o al sistema político establecidos, o por graves violaciones a los derechos consagrados en la Constitución".