Los funcionarios chinos tienen mucho de que preocuparse estos días. Los gobiernos locales, con problemas de liquidez, tienen dificultades para pagar sus salarios. Los controles políticos se están endureciendo en nombre de la seguridad nacional. La purga anticorrupción, que ya lleva años activa, no tiene visos de terminar.
Ahora, los trabajadores también tienen que asegurarse de que no les den un “Premio Caracol”, una designación que cada vez más municipios están adoptando para avergonzar a los empleados con peor rendimiento.
“Mediante este ‘estímulo’ sarcástico, los premiados pueden sonrojarse y sudar y reactivar sus mentes”, rezaba un comentario en un sitio web afiliado al Partido Comunista, que también señalaba que los trabajadores habían dañado la credibilidad del partido y del gobierno al solo “esforzarse lo mínimo”.
Quizá ahora menos que nunca, el gobierno chino puede permitir que sus funcionarios flojeen. A medida que el crecimiento económico se desacelera, necesita líderes que presenten nuevos proyectos, atraigan a los inversores e inspiren a los ciudadanos de a pie; en esencia, que desaten el dinamismo que impulsó el ascenso de China.
Pero muchos funcionarios parecen desmotivados, si no es que completamente temerosos de actuar. Bajo el liderazgo de línea dura de Xi Jinping, China ha tomado medidas enérgicas contra diversos sectores, desde las empresas de internet hasta las firmas de enseñanza privada y las finanzas. Se ha vuelto imposible adivinar cuál podría ser el siguiente. Cualquier política que se desvíe de la del gobierno central podría considerarse políticamente desleal.
Mientras que antes los funcionarios competían para conseguir proyectos de infraestructura llamativos, ahora se les castiga por recaudar dinero o impulsar proyectos de construcción sin autorización. La vía más segura, al parecer, es no hacer nada.
Hasta que no lo es. En medio del aluvión de llamamientos a los funcionarios para que se esfuercen más, al menos tres ciudades han estado entregando premios caracol, según el Diario del Pueblo, portavoz oficial del partido. Los videos que circulan en las redes sociales chinas, tomados de un programa de la televisión estatal en la provincia de Sichuan, muestran a hombres trajeados sin expresión en el rostro que reciben certificados enmarcados.
Ese es uno de los castigos más delicados. Un distrito urbano de la provincia de Cantón declaró que había creado una base de datos para rastrear a los funcionarios que, a su juicio, estaban “tirados”, una palabra del argot chino que quiere decir holgazanear. Otros lugares han presumido de reasignar o despedir a sus empleados.
El mes pasado, la Comisión Central de Inspección Disciplinaria, el organismo interno anticorrupción del partido, declaró que en 2024 castigó a 138.000 funcionarios por agravios como “irresponsabilidad”, “inacción” o “fingir que trabajan”. Esta cifra fue más del doble que la del año anterior y es, por mucho, la categoría con más personas sancionadas. La segunda infracción más común, dar o recibir regalos de manera indebida, tuvo la mitad de culpables.
“Tomar medidas severas para lidiar con los ‘trabajadores tirados’ en realidad equivale a proteger el entusiasmo y la iniciativa de quienes hacen cosas y son emprendedores”, declaró el organismo antisoborno en un artículo reciente.
Claro que, intentar asustar a funcionarios que ya están asustados para que actúen quizá no es una receta para el éxito. Por ello, las autoridades centrales también han intentado transmitir un tono más tranquilizador. El lunes, Xi se reunió con algunos de los principales empresarios del país, lo que muchos observadores consideraron una señal de apoyo renovado al sector privado. Esto podría animar a los gobiernos locales a estar más dispuestos a colaborar con ellos.
En diciembre, dos comisiones importantes que supervisan las inversiones de las empresas estatales se comprometieron a “tolerar en una medida razonable los riesgos normales de las inversiones”. Si un proyecto no cumplía las expectativas, los responsables podrían quedar exentos de castigo, según afirmaron las comisiones.
Los funcionarios también han sugerido que se les puede dar una segunda oportunidad a los miembros del partido. Un funcionario de la provincia de Sichuan que destinó fondos no autorizados a un proyecto de construcción de sanitarios públicos solo recibió una advertencia, según declaró el comité disciplinario local, porque no buscaba un beneficio personal.
Pero es poco probable que se convenza a los funcionarios locales de hacer lo mismo, ya que la tendencia general hacia controles políticos más estrictos es clara, señaló Dongshu Liu, profesor de política china en la Universidad de la Ciudad de Hong Kong. Aunque ahora Pekín anime a los funcionarios a ser proactivos, tienen poco espacio para hacerlo. “Quieren que te esfuerces, pero quieren que te esfuerces en seguir las órdenes centrales”, expresó Liu.
De hecho, al dirigirse a la comisión disciplinaria el mes pasado, Xi redobló sus llamamientos a las purgas políticas, instando a los funcionarios a “no ceder ni un paso” en la represión de la corrupción y otros malos comportamientos.
Aunque Pekín logre convencer a los funcionarios de menor rango de que es políticamente seguro volver a asumir riesgos, es posible que esos funcionarios tengan otras razones para no hacerlo. Al parecer, algunos gobiernos locales no han podido pagarles a sus trabajadores. Los funcionarios de más bajo nivel también deben hacer frente a cargas de trabajo cada vez mayores, que a menudo implican evaluaciones frecuentes en persona de residentes y empresas, a medida que Xi presiona para que el Estado aumente su presencia en la vida cotidiana.
Y, sin embargo, un número récord de jóvenes chinos siguen compitiendo por puestos en la función pública. Esto puede parecer sorprendente, dadas las presiones que implica el trabajo. Pero la razón subyacente podría ser la misma por la que el gobierno está tan ansioso por lograr que los funcionarios vuelvan a la acción: la debilidad de la economía. A pesar de todos sus inconvenientes, los puestos públicos se consideran estables.
“Sí, ser funcionario público no es tan bueno como lo era hace 10 años”, concluyó Liu. “Pero otras opciones son aún peores”.
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