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El “Perú ninguneado” pasó factura: Castillo aventaja a Fujimori

En tres décadas, la clase política concentrada en Lima no se preocupó por construir instituciones inclusivas y atender a las zonas rurales. Hoy ese voto rural marca la diferencia.

Camilo Gómez Forero
08 de junio de 2021 - 02:00 a. m.
En las aldeas de Perú, el maestro de niños y candidato presidencial izquierdista Pedro Castillo tuvo un apoyo masivo.
En las aldeas de Perú, el maestro de niños y candidato presidencial izquierdista Pedro Castillo tuvo un apoyo masivo.
Foto: AFP - Agencia AFP
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El voto campesino ha pavimentado el camino de Pedro Castillo, un maestro sindicalista hasta hace poco desconocido, hacia la Presidencia en Perú.

“La política, siempre compleja. En 1990, un rector universitario (Alberto Fujimori) desafiaba y vencía en segunda vuelta a un reconocido y futuro premio Nobel de Literatura (Mario Vargas Llosa). Ahora, la hija del primero, en su tercer intento, puede ser derrotada por un profesor de provincia”, resalta Rafael Piñeros, profesor de la Universidad Externado de Colombia.

A falta de los resultados oficiales, el candidato del movimiento izquierdista Perú Libre rozaba ayer el triunfo en esta campaña marcada por la desilusión de la gente, la apatía electoral y, por supuesto, por el populismo y la polarización.

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Pero ni la campaña terrorista de la derecha sobre la izquierda, ni las voces de personajes célebres como la de Vargas Llosa, de algunos futbolistas de la selección nacional de fútbol o de políticos como el expresidente colombiano Andrés Pastrana apoyando a la candidata Keiko Fujimori fueron suficientes para detener a Castillo. Sí, en estas elecciones la camiseta de la selección fue protagonista. Fue la prenda elegida por Fujimori para recorrer las calles. La politización de dicho símbolo fue criticada por Castillo y vista por peruanos, como el analista político Gonzalo Banda, como una invasión al espacio secular que en algún momento unió al país.

“El jueves pasado, cuando Colombia nos goleó, en muchos hogares hasta se gritaron los goles cafeteros: a ese grado de histeria colectiva nos ha conducido la campaña electoral”, escribió Banda en El País.

Esos actos de populismo de Fujimori no fueron suficientes. Ni el apoyo de los medios y canales, que también condena Banda. La derecha que rodeó a Fujimori desestimó la importancia del antifujimorismo en las urnas.

La aversión a este clan, bautizado por algunos peruanos como “el partido más grande del país”, fue uno de los respaldos más importantes de Castillo en la segunda vuelta. El otro fue, en efecto, el del “Perú ninguneado”, que finalmente volteó el marcador a favor del maestro en el balotaje.

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El voto rural y de la selva se impuso sobre el de los peruanos en el exterior y el de las élites en las ciudades en el tramo final de esta contienda. Al igual que en Colombia, esta porción de la población ha sido calificada peyorativamente como “el Perú profundo”. Fueron los ciudadanos desconocidos por ese gobierno tan centralizado en Lima y rabiosos contra el modelo que hace tres décadas instaló Alberto Fujimori y que hoy su hija defendía a cabalidad, los que marcaron la diferencia.

“Se ha dicho que el balotaje entre Castillo y Fujimori era la batalla de la defensa de la democracia contra el comunismo totalitarista, la reyerta entre la extrema derecha que se enfrentaba a la izquierda radical, la lucha entre el modelo económico que se debatía contra el plan estatista. Todas estas visiones pasan por alto que esta segunda vuelta ha sido esencialmente un enfrentamiento entre los defensores del sistema y sus detractores”, dijo Banda.

El mapa es muy claro: mientras Fujimori se llevó el voto urbano, que se concentra en ciudades como Lima y Callao, Castillo arrasó en Ayacucho, Puno y Huancavelica.

“Ayacucho es muy simbólico, porque fue una de las regiones más golpeadas por el terrorismo que hubo acá desde la década de 1980. Y en esta campaña a Castillo se le intentó vincular mucho con el Movadef, el brazo político de Sendero Luminoso que existe hasta nuestros días. Aunque el Estado ha logrado descentralizarse en cierta medida, eso no ha significado que las condiciones de vida mejoren en muchos casos en las zonas rurales”, comentó Fernando Leyton, periodista peruano, a El Espectador.

La clase política, de la que hace parte Fujimori, nunca en treinta años se preocupó por construir instituciones inclusivas. Castillo llegó a desafiar ese modelo económico e institucional y por eso atrajo al campo.

Pero, a pesar de irse adelante en las urnas, este maestro campesino tiene poco que celebrar. Si algo evidenciaron los comicios, fue la honda división en Perú. Al cierre de esta edición, apenas cerca de 100 mil votos separaban a Castillo de Fujimori, quien gozaba de gran respaldo entre las élites, entre los peruanos en el exterior.

El país no es uno solo. Está el Perú de Lima y el de Ayacucho, y gobernar en un ambiente tan polarizado es de entrada problemático. La política peruana también, cabe resaltar, es un terreno inestable: Perú ha tenido cuatro presidentes en los últimos cuatro años. Si Fujimori estuviera en esta posición, a la delantera, la historia sería la misma.

“El escenario más probable para Castillo o Fujimori es que, cuando sean elegidos, el público peruano los rechace”, le explicaba James Bosworth, consultor político de Latin American Risk Report, a la BBC hace solo unos días.

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El pueblo peruano sufre del hartazgo de la clase política tradicional luego de años de escándalos de corrupción. Este es un indicador de por qué Castillo contó con respaldo: no porque los peruanos estén fascinados con su agenda de extrema izquierda, sino porque, por lo menos sobre el papel, él representaba un cambio en el tablero de juego.

También jugó un papel clave la aversión a su rival, que está bajo la lupa de la Fiscalía por el caso de los aportes ilegales del gigante brasileño de la construcción Odebrecht. Fujimori ya estuvo 16 meses en prisión preventiva por esta causa.

Castillo, que salió del anonimato en 2017 al liderar una huelga de maestros, sería el primer mandatario peruano sin lazos con las élites política, económica y cultural. “Sería el primer presidente pobre del Perú”, lo definió Hugo Otero. Pero tampoco está exento de polémicas. Vladimir Cerrón, líder de su partido, tiene una condena por corrupción. Castillo dice que Cerrón “no será ni portero” en su Gobierno. Pero dicha declaración parece inverosímil, dada la relevancia de Cerrón en su plan de gobierno.

Problema cíclico

Ese “antipartidismo” y “antisistema” de los peruanos en la actualidad los envuelve en un problema cíclico que Castillo –o Fujimori si el resultado del balotaje cambia– deberá poner en su agenda como una prioridad. El rechazo a los partidos políticos, apuntaba Bosworth, es inconveniente, pues al fin de cuentas para un verdadero cambio se necesita de una organización, de una estructura. Es un problema regional.

“El antipartidismo que vemos en Latinoamérica es lastimoso porque obstaculiza la organización de quienes realmente quieren hacer cambios políticos”, dijo Bosworth a la BBC.

Lo que necesita con urgencia Perú, explica Piñeros, es en primer lugar retomar la confianza en las instituciones. Esto se hace a través de reformas que le garanticen al pueblo peruano que el Gobierno luchará contra la corrupción, por ejemplo. Pero ninguno de los dos candidatos canalizaban esta ruta. Fujimori es investigada por esto precisamente y Castillo no lo tenía en su programa.

El sistema debe limpiarse. Castillo vislumbraba una constituyente como una posibilidad para resolverlo todo. Esta idea es como una fiesta de oficina: todos saben dónde comienza, pero no dónde termina.

“Si algo preocupa a estas alturas en Castillo, no es su radicalismo, sino su improvisación, su incapacidad de construir una propuesta congruente”, concluyó Banda.

Además, si este plan no busca reflejar la voluntad del pueblo, sino que busca consolidar la figura del presidente en el poder, el resultado será un desastre y Perú comenzará de nuevo su eterno ciclo, con el mismo problema de fondo: la decadencia de la institucionalidad y el centralismo del Gobierno.

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