
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La admiración desmedida que profesan los japoneses por las narices occidentales nunca deja de sorprendernos a los residentes extranjeros, en especial a quienes nacimos pegados a una. (Recomendamos leer aquí más columnas de Gonzalo Robledo sobre Japón).
“¡Que nariz tan grande tiene usted!”, se oye a menudo en fiestas y reuniones sociales cuando alguien conversa con un occidental. Los más calmados reaccionamos con sorpresa y los temperamentales, con indignación. Pero todos, por lo general, quedamos desconcertados cuando nos explican los distintos significados del inusitado comentario.
Cuando se refiere a los extranjeros “nariz grande” en Japón es una frase laudatoria. Más que narizón, quiere decir nariz alta, eminente, elegante y hasta noble. Por eso, aun si tenemos un gran bulbo y nos parecemos a Cyrano de Bergerac (o en el colegio nos comparaban con Condorito), para los ojos japoneses estamos en la misma categoría de las esculturas de la Grecia clásica o las viejas estrellas de Hollywood.
Muchos occidentales, sin embargo, se niegan a aceptar ese razonamiento. En 2014 hubo gran revuelo internacional cuando la aerolínea ANA (All Nippon Airways), lanzó el eslogan “vamos a cambiar la imagen de los japoneses” y presentó un piloto disfrazado con una peluca rubia y una contundente nariz postiza.
Pocos captaron la ironía, las redes sociales estallaron y el anuncio fue retirado en medio de acusaciones de racismo.
La cosa cambia cuando el sujeto de la frase es japonés. Como sus narices suelen ser pequeñas, decir “nariz grande” pasa a significar orgullo, superioridad o soberbia, los mismos atributos de un narigudo personaje del folclor nipón llamado Tengu.
A la madre de una niña que gana un concurso de música o mete el gol decisivo de un partido, se le dice como elogio que tiene la nariz grande. Si su orgullo no está justificado, “nariz grande” significará vanidosa, engreída o petulante.
En la antología mundial de la literatura dedicada a la nariz —donde encontramos el soneto “A una nariz”, de Francisco de Quevedo, y el cuento ruso “La nariz”, de Nikolái Gógol—, los japoneses participan con otro célebre relato llamado “La nariz”, escrito en 1916 por Ryunosuke Akutagawa.
Es la historia de un vanidoso monje budista mortificado por el tamaño y la forma de salchicha de su enorme nariz. Después de ser objeto de burlas por haberla achicado, la devuelve a su tamaño original y reanuda su práctica religiosa con diligencia y humildad.
La moraleja del cuento es aprender a aceptarnos como somos. Los extranjeros, además, respiramos aliviados por no tener un narizón tan surrealista y, en tiempos de pandemia, agradecemos poder comprar en farmacias y supermercados de todo Japón mascarillas que dan cabida, aunque sea estirando un poquito, a nuestras superlativas y halagadas narices.
* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.