Nicolás Maduro cumple un mes desde que, en medio de reclamos de ilegitimidad y fraude, se posesionó para estar seis años más a la cabeza del Palacio de Miraflores. Hace apenas unas semanas se le escuchó decir: “No pudieron impedir” la investidura, que “es una gran victoria venezolana (...). El poder de estados Unidos, junto a sus esclavos en América Latina, convirtió esto en una elección mundial, y se la ganamos”. Burlándose de Edmundo González Urrutia, preguntando ante los asistentes en el Palacio Legislativo de Caracas si había llegado, pues el opositor aseguró que iba a estar en la capital para asumir la Presidencia, el líder chavista agregó: “No aprendieron de la experiencia Guaidó”. En estos primeros días de su nuevo período ha hablado de las elecciones legislativas y regionales, pero también del Esequibo. Recibió, además, a Richard Grenell, enviado especial del presidente estadounidense, Donald Trump, e introdujo a Venezuela en una operación militar relámpago en el Catatumbo, en coordinación con Colombia.
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Más que aislado, Maduro parece estar en el centro de la conversación, mientras que la oposición manda mensajes contradictorios. Muestra de ello es la fijación de las elecciones locales para el 27 de abril, las cuales, aunque por Constitución deben celebrarse este año, exponen la intención del régimen de querer “pasar la página” tras tumultuosos meses. Al menos eso cree Alejandro Martínez Ubieda, politólogo y vicepresidente de la asociación Diálogo Ciudadano Colombo Venezolano: “Él quiere generar otra dinámica política, una ficción acerca de que las fuerzas opositoras tienen la posibilidad de ganar espacios. Eso, sin embargo, es cuestionable, dado lo que sucedió con las últimas elecciones, cuando perdió de forma aplastante y el único recurso que tuvo fue esconder los resultados”.
Carmen Beatriz Fernández, consultora de DatastrategIA, que tiene un Ph. D. en Comunicación Pública, llama a eso un intento de “huir hacia adelante”, algo que podría considerarse un patrón del dirigente. A su parecer, su investidura no elimina la necesidad que hay en Venezuela de lograr un cambio político y una transición hacia la democracia: “Maduro está ante una crisis sistémica, donde lo social se combina con lo migratorio, económico y militar, que, a su vez, se mezcla con el rechazo internacional. Él espera que la sociedad abrace unas dinámicas de pequeñas elecciones que puedan hacer olvidar el robo del 28 de julio”. En medio de ello, está surgiendo un dilema en el seno de la oposición. Henrique Capriles, por un lado, hizo pública su decisión de votar en los próximos comicios, argumentando que, “mientras no sea un delito presentar la cédula y votar, lo voy a hacer”. Por el otro lado, González Urrutia aseguró que el sector opositor que él representa —es decir, el de la Plataforma Unitaria Democrática— no participará de esas “falsas” elecciones y advirtió que “solo habrá unos legítimos comicios cuando se respete” su triunfo del año pasado.
Este cruce de mensajes ocurre cuando, en palabras de Eglée González Lobato, consultora política y electoral, hay un intento desde la administración de generar condiciones para la “normalización del país, al tiempo que la oposición, liderada por María Corina Machado y González Urrutia, no ha logrado sus objetivos”. El retroceso en esas metas los está dejando cada vez más aislados y con menos conexión frente a las otras caras opositoras, que son varias y cambian de acuerdo con el grado de aceptación de convivencia con Maduro. El llamado de Capriles a evitar la abstención, que, según él, “no nos ha dejado nada” en los últimos 25 años, es un punto sensible para quienes dentro de los partidos políticos contrarios al oficialismo sienten que ahora están en el vacío. Esa fragmentación entre los disidentes beneficia al régimen, más aún si se profundizan las heridas que generó la batalla por el liderazgo de cara a las presidenciales.
Maduro ha tomado nota de eso. Dilatar los procesos lleva a que la oposición se fraccione, y eso es lo que está pasando, analiza Nastassja Rojas Silva, profesora y consultora en derechos humanos: “Capriles, hace tiempo, no es una voz que pueda movilizar realmente a la gente. Él se ha acomodado a las posturas de supervivencia interna que le han permitido coexistir con el régimen”. En cuanto a Machado y González Urrutia, cree que sería desacertado hablar de participar en el próximo proceso electoral, pues aún están luchando en medio de uno que no se ha reconocido. De todas maneras, no parece haber opciones electorales para que lo hagan. Lo que puede ocurrir, según ella, es que el Gobierno tenga un grupo de oposición funcional a él. Mientras, ve un intento de quitar el foco del 28 de julio, pues se está empezando a hablar de lo que viene, como si se hubiera resuelto algo de las elecciones pasadas, sin olvidar que esto podría estar allanando el camino para un tema que el líder venezolano ya ha puesto sobre la mesa: cambiar la Constitución.
Parte de ello tiene que ver con lo que el chavista también ha dicho sobre temas que van más allá de las fronteras, como su idea de designar a un gobernador del Esequibo o lo de llevar a cabo acciones militares coordinadas con Colombia, tras la violencia que se vive cerca del borde fronterizo a causa de los enfrentamientos entre el ELN y las disidencias de las FARC, específicamente en el Catatumbo. Sobre lo primero, que ya ha enfrentado antes a Venezuela con Guyana, Txomin Las Heras cree que es una estrategia publicitaria. Él, investigador adscrito al Observatorio de Venezuela de la Universidad del Rosario, piensa que es una cortina de humo del Gobierno, que busca despertar las fibras nacionalistas de cara a las elecciones de abril. Además, la idea de elegir a un gobernador para esa zona, que el país no controla territorialmente, no tiene ningún tipo de valor, al menos para él, pues no hay población venezolana que pueda votar para tal fin.
Pero no solo eso. Lo de la operación militar relámpago anunciada por Maduro y su homólogo colombiano, Gustavo Petro, que incluye acciones en Zulia y Táchira, donde en los últimos días se desmantelaron 17 campamentos para el procesamiento de droga, va por esa misma línea. La violencia en el Catatumbo, que desplazó a más de 40.000 personas, entre las que se calcula que unas 3.000 llegaron a Venezuela, le ha permitido construir al sucesor de Hugo Chávez un discurso alrededor del recibimiento y la protección de quienes huyeron de Norte de Santander. Eso, de alguna manera, contrarresta la conversación sobre la migración venezolana hacia Colombia y permite que Miraflores pueda decir que también está amparando a colombianos que buscan refugio allá.
En este escenario falta por ver cómo las decisiones de Estados Unidos afectarán el rumbo que tome Venezuela de ahora en adelante. Si bien Trump ya dijo que Caracas aceptó recibir a los ciudadanos venezolanos indocumentados que sean deportados, luego de que su enviado especial regresó a Washington con seis estadounidenses que estaban encarcelados, hay dudas sobre la política que el republicano ejecutará y las consecuencias que eso traerá.
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