La reciente aprobación de un juez federal en Estados Unidos para vender Citgo, la empresa filial de PDVSA en ese país, sirvió para que Nicolás Maduro volviera a poner en primera plana la narrativa del intervencionismo contra Venezuela, calificando la operación como un “despojo forzoso”. La venta por ahora está en manos de la Oficina de Control de Bienes Extranjeros.
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El manejo de Maduro sobre este tema va en sintonía con la creencia de que Estados Unidos siempre ha estado detrás del petróleo venezolano, además de resultar bastante álgido en el contexto actual entre ambos países. Más que nunca, estamos en un momento en el que cualquier cosa podría pasar teniendo en cuenta la impredecibilidad del presidente Donald Trump. Tan solo la noche del jueves se produjo un nuevo bombardeo, con lo que se completaron 22 ataques a lanchas pequeñas en aguas del Pacífico y el Caribe. Esta vez hubo al menos cuatro muertos, que elevan la cifra de víctimas de estas operaciones militares a casi 90.
Pero más allá de Citgo, que es un capítulo particular dentro de una historia mucho más larga, este episodio reaviva una pregunta de fondo: ¿qué tan atractivo es realmente el petróleo venezolano para EE. UU., y para Trump en particular, en el contexto actual? Lo primero, para desglosar ese panorama, es ver en cifras el declive que ha tenido el sector en los últimos años, específicamente en la era Maduro, pero que comenzó durante buena parte del gobierno de Hugo Chávez.
Según informaciones de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), la Administración de Información Energética de EE. UU. (EIA), informes de PDVSA filtrados y versiones de prensa, a comienzos de la década de los 2000 la producción de petróleo venezolana superaba los tres millones de barriles por día (bpd); a mediados de los 2010 la producción había caído significativamente, a menos de 1,5 millones bpd, y para 2025 la producción ronda aproximadamente 1,1 millones bpd en meses buenos.
Para Antonio De Lisio, docente universitario, geógrafo y doctor en Ciencia de la Universidad Central de Venezuela, el punto más crítico del declive empezó en 2013, año que coincide con la muerte de Chávez. “Hay que tener presente que antes de eso Venezuela, saliendo del boom de los commodities (ciclo de altos precios internacionales del petróleo), estaba produciendo alrededor de tres millones de barriles diarios, y posteriormente fue decayendo hasta llegar a cifras de incluso 700.000 barriles diarios. Hoy, en la actualidad, se ha recuperado un poco y se está produciendo un millón siempre; sigue siendo un tercio”, enfatiza.
El docente sostiene que, a diferencia de la narrativa geopolítica, el desplome no puede atribuirse directamente a las sanciones impuestas desde Washington. Para él, el deterioro empezó mucho antes, como resultado de la mala gestión y de decisiones equivocadas. Recuerda que, tras el paro petrolero de 2002, se expulsó a más de la mitad del personal técnico de PDVSA, una pérdida cuya capacidad operativa y técnica, afirma, nunca logró recuperarse.
Francisco Monaldi, economista y director del programa de Energía para América Latina del Centro de Estudios Energéticos de la Universidad Rice, descarta que hoy el crudo venezolano sea la principal motivación del accionar de Estados Unidos contra Caracas, pero no le resta importancia en un panorama regional sobre la extracción de crudo.
“Estados Unidos tiene interés en el petróleo pesado venezolano porque el petróleo pesado en el hemisferio, sobre todo en la parte sur del hemisferio occidental, ha venido decayendo en su producción y solo Canadá es el otro proveedor, y no llega a la costa del Golfo en cantidad significativa. Por tanto, eso es relevante para las refinerías de la costa”, explica. A esto hay que sumarle que EE. UU. es uno de los únicos países con plena capacidad para procesar ese crudo pesado.
Inmediatamente después de plantear este panorama, Monaldi entra en uno de los temas claves para hablar del valor actual de la industria petrolera venezolana: la capacidad de recuperarse, algo que, estratégicamente, determina qué tanto fruto pueda dar en un corto plazo. Según Monaldi, la recuperación de la industria petrolera venezolana tomará tiempo, pero ve posible que el país vuelva a producir alrededor de cuatro millones de barriles diarios en menos de una década. Considera que ese escenario sería estratégicamente favorable para Estados Unidos: aunque ya no dependa de importar crudo, sí le interesa que el mercado global esté bien abastecido y que los riesgos no se concentren exclusivamente en Medio Oriente.
En la misma línea, De Lisio recuerda que parte de la propuesta de Trump en el contexto de su regreso a la Casa Blanca fue priorizar, ante cualquier interés, el de EE. UU., incluidas las propias reservas que tenga su país, como en Alaska o California. También añade un dato adicional en cuanto a la recuperación: afirma que, según la Asamblea Nacional de Venezuela en la década pasada, se necesitarían aproximadamente USD 25.000 millones para recuperar algo similar al estado anterior a 2013.
Ante todo, incluso en los momentos de mayor tensión política, la interlocución entre Caracas y Washington nunca se rompió del todo: se mantuvo a través de Chevron, cuyo rol ha sido clave para sostener operaciones mínimas en el sector, y también a través del tema migratorio, para que Maduro reciba a los migrantes deportados, uno de los asuntos centrales para Trump.
Sin embargo, De Lisio, en cuanto al margen de recuperación, se planta en una posición cuando menos escéptica: “Venezuela no va a poder repetir el siglo XX como Estado rentista. Es decir, que el petróleo pueda ser la palanca de toda la economía y resolver todos los problemas del país, lo veo realmente imposible. Venezuela, ni siquiera produciendo 12 millones de barriles diarios —algo impensable, nadie lo ha proyectado—, puede superar estos 20 años, que implicarían un crecimiento de más de dos dígitos de la economía nacional para volver a los niveles que teníamos en 2015, o al ingreso per cápita que teníamos en 2013”.
Lo que no sabemos depende de Trump
Cualquiera que sea el panorama para la recuperación de Venezuela como potencia petrolera, es difícil sentar una predicción sobre Trump, más cuando, de nuevo, si algo ha mostrado es que su agenda es voluble según el contexto en el que tome una decisión o haga una declaración.
El cálculo sobre su interés real, o sobre el potencial que pueda ver en Venezuela para sus planes, es difícil de precisar en este momento. Lo que sí puede anticiparse es que su postura dependerá en gran medida del círculo de empresarios que lo rodee y de las oportunidades que ellos mismos identifiquen. Como referencia, vale recordar que el punto que permitió avanzar hacia una tregua (aunque frágil) y facilitar la liberación de rehenes en Gaza fue justamente el plan de reconstrucción del enclave, en el que participan más de una decena de empresarios y países.
En la negociación estuvieron involucrados Jared Kushner, yerno de Trump, y Steve Witkoff, empresario, amigo personal de Trump y enviado para Medio Oriente. Hoy ambos están dedicando sus esfuerzos a lograr un acuerdo entre Rusia y Ucrania y, en lo que están negociando, hay menciones explícitas sobre recursos naturales y explotación de minerales como parte de la reconstrucción y los acuerdos económicos incluidos en ese plan. A grandes rasgos, independientemente del potencial, cada intervención de Trump termina siendo un negocio.
Aterrizando este modelo en Venezuela, el panorama ya está claro: solo ocurrirá bajo condiciones estrictas: una recuperación petrolera costosa y prolongada, y, sobre todo, la salida del chavismo del poder. Por lo menos, ese objetivo ya figura entre sus prioridades declaradas.
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