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¿Cambiará la ciencia tras la pandemia?

La pandemia podría cambiar la relación entre ciencia y sociedad, el uso social del conocimiento científico y la relación entre ética y ciencia. Los gobiernos invertirán más en investigación científica y reforzarán el desmantelado sistema de salud pública, desmontado en los últimos neoliberales años.

Abel Fernando Martínez Martín
18 de noviembre de 2020 - 05:59 p. m.
Lo que hemos visto en esta pandemia es la negación de la ciencia. La racionalidad en este postmoderno mundo se encuentra en razonable decadencia.
Lo que hemos visto en esta pandemia es la negación de la ciencia. La racionalidad en este postmoderno mundo se encuentra en razonable decadencia.
Foto: Diseño

A la pregunta, respondí que no creía más que en el cambio permanente de la ciencia que se renueva todos los días. Nos encontramos ante una emergencia sanitaria que complicó múltiples actividades humanas y desnudó nuestras debilidades, pero no estamos ante una revolución científica. A causa del coronavirus, ha aumentado notablemente la opinión de los seres humanos a través de medios de comunicación y redes sociales, pero no han cambiado los paradigmas de la ciencia. (Lea más del especial "El lado B(ueno) de la pandemia aquí: Nos gustó pasearnos por el futuro)

Lo que puede cambiar es la relación entre ciencia y sociedad, el uso social del conocimiento científico y la relación entre ética y ciencia, porque la ciencia debe estar acompañada siempre de una conciencia ética. La pandemia demostrará que nos hace falta más ciencia y más salud. Tras la pandemia, los gobiernos invertirán más en investigación científica y reforzarán el desmantelado sistema de salud pública, desmontado en los últimos neoliberales años.

Lo que hemos visto en esta pandemia es la negación de la ciencia. La racionalidad en este postmoderno mundo se encuentra en razonable decadencia. Se le pagan millones a un futbolista mientras se recortan los presupuestos de salud pública y ciencia. El presidente norteamericano Donald Trump o el brasileño Jair Bolsonaro, representativos ejemplos de lo que sucede, desprecian a la ciencia anteponiendo su opinión y capitalizan políticamente el anticientificismo, mientras hacen propaganda a tratamientos sin eficacia ni seguridad demostrada contra la Covid 19, todo un atropello a la razón, a la que anteponen su opinión siempre en defensa de la actividad económica. (Lea también: El COVID-19 también nos cambió para bien la salud)

El anticientifismo encuentra terreno fértil entre los seguidores de estos presidentes, pertenecientes a grupos no muy ilustrados, que se oponen a la vacunación, que convirtieron el uso del tapaboca en arma política; personas que niegan el cambio climático causado por la actividad humana; teóricos de la conspiración; personas que niegan la pandemia y defienden la industria contaminante. Otros grupos niegan la existencia del SIDA, del Holocausto, de la evolución y, hasta dudan de la redondez de la Tierra, que aseguran que es plana, a pesar de las múltiples evidencias, a los que se suman racismos, fundamentalismos religiosos, movimientos contra inmigrantes, grupos radicales de extrema derecha, partidarios de vivir armados para defenderse de los demás, homofóbicos, supremacistas blancos, los aporofóbicos, etc., que le dan la espalda a la amenazante realidad que los perturba, aferrándose a mentiras simples, más confortables que transmiten por las redes sociales, herramientas tecnológicas que mueven más las pasiones humanas que el uso de la razón en los llamados cretinos digitales, que niegan el virus al tiempo que vuelven viral la información basura.

Miramos la ciencia mágicamente, religiosamente, la idealizamos. Queremos una vacuna para acabar con esto que nos tiene desesperados para volver rápido a seguir haciendo lo mismo que hacíamos antes de la pandemia. Hemos difundido una falsa imagen de la ciencia, que percibimos como una suma de certezas, un cúmulo de verdades infalibles, sumado a un supuesto poder predictivo y una mágica capacidad de proveer cualquier tipo de solución para resolver cualquier problema que se presente. La ciencia no es magia ni dogma estático, la ciencia es incertidumbre, no es un saber absoluto, pero es la mejor herramienta que tenemos. (Puede leer: Vida de pueblo: la transformación de las ciudades por el coronavirus)

En griego, doxa traduce opinión, concepto fue utilizado por Parménides hace 2.500 años, para distinguir entre la “vía de la verdad” y la “vía de la opinión”, que llevan a los dos mundos existentes: el mundo inteligible y el mundo sensible. La opinión, la doxa, se describe como apariencia, ilusión, como engaño con relación a la verdad del conocimiento. Para Platón la doxa es conocimiento fenoménico, engañoso, los sentidos perciben sombras y reflejos. Para Platón toda creencia es doxa, incluidas la imaginación y la fe. Lo contrario de doxa es episteme. Platón separa el conocimiento aparente, conocimiento de la realidad sensible, del verdadero conocimiento, el de la realidad verdadera, la de las Ideas. Existen dos modos de conocimiento: la doxa o conocimiento sensible y la episteme, conocimiento inteligible. El verdadero conocimiento, el científico, es episteme, es conocimiento de lo universal, de la esencia, de lo no sometido a las fluctuaciones de la realidad sensible. La opinión es un punto de vista subjetivo, sin rigor ni fundamento, el conocimiento científico se obtiene tras un proceso riguroso de comprobación experimental y validación.

No somos tan racionales como nos creemos, Margulis y Sagan sostenían, que no somos Homo sapiens sapiens, como nos clasificó Linneo, que traduce Hombre sabio, sabio, nuestra especie debía ser rebautizada como Homo insapiens, insapiens. Insapiens, porque cada día tenemos menos sabiduría e insapiens, porque cada día somos más insípidos, demostrando cotidianamente, de lleno en la pandemia, que somos seres más animales que racionales. (Le puede interesar: Nos gustó pasearnos por el futuro)

Por Abel Fernando Martínez Martín

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