El Magazín Cultural

Dos museos imperdibles

“Museo de cuadros de costumbres” (Filomena Edita) está dividido en dos textos del siglo XIX: “Viajes” y “Vida cotidiana en Bogotá”.

Isabel-Cristina Arenas
20 de diciembre de 2018 - 02:00 a. m.
Ilustración de Diana Sarasti en “Museo de cuadros de costumbres: vida cotidiana en Bogotá”. / Cortesía
Ilustración de Diana Sarasti en “Museo de cuadros de costumbres: vida cotidiana en Bogotá”. / Cortesía

“Para constituirnos como una nación que asume con valentía el reto de la paz es necesario acercarse y conocer nuestra herencia”, Andrés Gullaván y Lorena Calderón, Filomena Edita.

Hay gente que tiene grandes ideas, que son libros, y los hace realidad. Una realidad hecha de papel, impresa a dos tintas e ilustrada; un amor a primera vista a la que se le nota el cuidado en cada detalle de su edición. Museo de cuadros de costumbres está dividido en dos: Viajes (Filomena Edita, 2017) y Vida cotidiana en Bogotá (Filomena Edita, 2018); son libros aparte, pero estrechamente relacionados. La primera vez que los textos que leemos allí fueron publicados cuando estábamos en el siglo XIX, la vida en ese entonces era muy diferente en algunos aspectos. En otros, seguimos siendo bastante parecidos.

“Un museo de cuadro de costumbres es un monumento literario que contiene las cosmovisiones, ideas, creencias, pensamientos, valores, experiencias y formas como los neogranadinos percibían su realidad y la manera como se relacionaban con ella”, escribe Iván Padilla Chasing en la introducción de Viajes. ¿Por qué nos habría de interesar lo escrito hace tanto tiempo? Además, son textos que quizá no sabíamos siquiera que existían. La respuesta que le podría interesar a alguien que entre a una librería independiente en Bogotá es que son divertidos, son un gran viaje en el tiempo a través de dos libros físicamente muy lindos, con espacio para tomar apuntes de los viajes propios y postales de regalo. Se pasa un rato realmente grato mientras se lee cómo era la vida en ese tiempo. Y la respuesta más profunda, la que se le queda a uno en el alma al cerrar los libros, la dicen los propios editores de Filomena: “Para constituirnos como una nación que asume con valentía el reto de la paz es necesario acercarse y conocer nuestra herencia”.

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Los textos fueron reunidos y editados por primera vez en 1866 por José María Vergara y Vergara, escritor e historiador colombiano, creador del periódico cultural El Mosaico. Y ahora es Filomena Edita, una empresa pequeña y emergente, creada en 2015, la que los trae al público. La dirigen Andrés Gullaván (editor) y Lorena Calderón Suárez (directora de arte), dos jóvenes menores de treinta años que le apuestan a crear nuevos lectores a partir del rescate del patrimonio literario colombiano. Textos que aunque libres de derechos de autor, muy pocos leerían si no fuera por una necesidad académica concreta, pero que en un nuevo formato se sienten cercanos.

¿Cuántos tipos de cachacos existen? ¿Cómo se hacían las compras en la Calle Real? ¿Por qué era conveniente o no trasladar la capital de la república a Panamá? ¿Cuál era, y es, la moneda invisible de los colombianos? “Los cuadros de costumbres bogotanos rescatan y fabulan una sociedad que desea encaminarse a la modernidad, pero que al iniciar el proyecto ingresa en múltiples ambigüedades y viceversas”, escribe Carlos Orlando Fino Gómez en el prólogo de Museo de cuadros de costumbres: Vida cotidiana en Bogotá.

Las contradicciones se ven retratadas en el último texto de este libro: “Los viceversas de Bogotá”, de Bernardo Torrente, en donde un local le da un paseo a un extranjero, John Bull, y este, después de un día de visitas guiadas, se pregunta por qué en la ciudad se comienzan tantas cosas y nada se termina, también toma notas de observador perspicaz y no exentas de verdad y concluye que aquí la libertad individual se opone a la libertad colectiva.

Por otra parte, si salimos de Bogotá y nos vamos al libro de Viajes, no deja de ser igual de divertido e ilustrativo ver cómo viajaban nuestros antepasados y qué pensaban al respecto. Leemos en “Modo de viajar por el Quindío”, escrito por Ramón Torres, sobre un hombre que le muestra una postal a una mujer y hablan acerca de la imagen, en algún momento ella pregunta qué dirán en Europa de la forma de viajar de los colombianos y entonces él responde: “Dirán lo que se les antoje. Cada uno viaja como puede; y en la cordillera de los Andes, mientras se establecen los ferrocarriles, lo cual tardará un poquito, debemos dar gracias a Dios si conseguimos un carguero robusto, de anchas espaldas y fornidas piernas, para que nos conduzca”.

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También dormimos una noche en medio del bosque en el Meta, pasamos una Semana Santa en Popayán, miramos de cerca la cascada del Tequendama. En compañía de Boca-de-lobo, un personaje de los que seguro todavía hoy existen, llegamos hasta Europa. En “Un viajero”, de José Joaquín Borda, Boca-de-lobo pasa una temporada en Inglaterra, Francia y España, y después de codearse con el viejo mundo regresa a Colombia. Todo lo que ve ahora le parece de mal gusto, nada está a su altura y lo único nuevo que trae del viaje, como dice el texto, es la ropa. Ya tendrá oportunidad de salir otra vez y verá que “en toda tierra hay flor y espina, vicio y virtud, oro y escoria”.

Han sido tres años de trabajo de Filomena Edita. Comenzaron con fondos propios que se iban terminando, hasta que decidieron presentarse a la Beca de Estímulos para Proyectos Editoriales Independientes y Emergentes en Literatura, de Idartes. La han ganado en 2016, 2017 y 2018 y el resultado son los dos libros de Museos de cuadros de costumbres y uno nuevo que publicarán el año entrante. Por ahora siguen rescatando nuestro patrimonio y acaban de presentar El aura juguetona. Antología ilustrada de literatura infantil de la prensa colombiana de los siglos XIX y XX, trabajo realizado junto al grupo de investigación de literatura colombiana de la Universidad Nacional.

Leer los Museos de costumbres: viajes y vida cotidiana en Bogotá no solo nos da una idea del pasado, sino de cómo podrá ser nuestro futuro. Si en la actualidad existe gente que le da importancia a nuestro patrimonio literario y se preocupa por recuperarlo para que los jóvenes y adultos de hoy lo lean, gracias a ellos, vamos por buen camino.

Por Isabel-Cristina Arenas

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