El Magazín Cultural
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La Esquina Delirante LXV (Microrrelatos)

Este espacio es una dentellada a la monotonía, mediante el ejercicio impulsivo y descarado de la palabra escrita. En tiempos fugaces, como los nuestros, en los que la inmediatez y la incertidumbre parecen haberse apoderado de nuestra cotidianidad, el microrrelato se yergue como eficaz píldora psicoterapéutica. Esta es una edición especial de relatos eróticos.

Autores Varios
28 de febrero de 2021 - 03:43 p. m.
"Mi placer", "Bio-sexualidad", "La llamada", "La oveja que se comió al lobo", "Amorosa memoria", "El ritual de la lengua", son los títulos que hacen parte de esta nueva edición de La esquina delirante.
"Mi placer", "Bio-sexualidad", "La llamada", "La oveja que se comió al lobo", "Amorosa memoria", "El ritual de la lengua", son los títulos que hacen parte de esta nueva edición de La esquina delirante.
Foto: Archivo Particular

Mi placer

Fue un amor a primera vista, desde que lo vi me di cuenta de que era diferente a los demás. No me equivoqué, es perfecto en todos los aspectos. Nuestro romance dura hasta hoy. Jamás pensé que fuera tan especial para mí. Me hace sentir una mujer de la cabeza a los pies, sin complejos. Consigue estremecerme como no lo había logrado nadie. Me da todo lo que quiero, es mi adicción particular, mi incontrolable y deseada dependencia. Es perfecto, siempre dispuesto y discreto, no te pedirá ser su sierva, lo eres sin darte cuenta. Nunca me cuestiona mis caprichos ni mis excentricidades. En ocasiones le digo que desde que lo hice mío, cada día sucumbo más a sus encantos, a su siempre predisposición. Ser adicta a él me ha vuelto menos sociable, estando los dos para mí es suficiente. De manera cariñosa le llamo hombrecito. Es mi deleite y mi placer, mi querido vibrador.

José María Andreo Millán (Valencia, España).

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Lo invitamos a leer la edición número 64 de La esquina delirante, que hace parte de la edición de relatos eróticos

Bio-sexualidad

Todo comenzó con una charla anodina sobre el uso del tapabocas. Pero la chispa en nuestras miradas fue suficiente para desatar un incendio de pasión que se repite, religiosamente, cada miércoles a media tarde. No sé su nombre, ni ella el mío. No importa, como tampoco nuestros rostros, del puente de la nariz hacia abajo. Nunca nos quitamos el tapabocas, y siempre respetamos la distancia mínima de 2 metros entre nuestras vías respiratorias. Nuestras carnes, ardientes y sudorosas, solo se chocan, colisionan, lo deliciosamente necesario. Ha sido una cuestión de soledades y hormonas confinadas al borde del apocalipsis químico. Somos conscientes de que si todo retorna a la manida ‘normalidad’, que todo el mundo añora, es muy probable que lo nuestro se acabe. Entonces, solo volveremos a mirarnos de soslayo en el ascensor, con complicidad y calentura, y nada más. Como completos y saludables extraños.

M. Mantra

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La llamada

Suena el conmutador, mira la pantalla de la centralita y lee su nombre: Servicios Cobra. Su corazón empieza a latir al triple de velocidad, un cosquilleo en la tripa y otro bajo la ropa interior. ¿Es posible que una simple voz produzca eso? ¿Es posible que le suceda esto por alguien a quien nunca ha visto, de quien no sabe nada? Mientras le oye, por su cabeza pasan imágenes sensuales que harán que en la próxima llamada esté más nerviosa por los recuerdos que nunca han sucedido. Puede ver, incluso sentir, cómo su mano, una mano inventada siguiendo su ideal, sube por una de sus piernas; la caricia se extiende al interior del muslo, la temperatura y la humedad aumentan de repente, le baja las medias, desliza su mano bajo la braga... ¡Basta! -Que pases un buen día-, dice para despedirse, como si ella le importara. Y las vibraciones del tono suave y aterciopelado que pone en esa frase, hacen que ella se muera por dentro por no tenerle a su lado. Quizás algún día se encuentren, mientras tanto, ella esperará anhelante la llegada del lunes para seguir escuchando su voz.

Análida Alvarez Ospina

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La oveja que se comió al lobo

Él se consideraba un hombre terriblemente seductor, de esos por los que las mujeres se creerían las mentiras menos sofisticadas. Pensaba que se enamoraban solo con mirarle, y ella era tan cándida…, con unos ojos tan inocentes y suplicantes de amor al mismo tiempo, que nuestro Kennedy no vio a Marilyn Monroe. Se dejó llevar por la ovejita, y cuando la invitó amablemente al asiento trasero del coche, obnubilado por su manera de sonreír tan adorable, ella cambió de expresión de repente. Se mojó los labios que parecían tan decorosos, como se decía antes, y su boca se convirtió en una estrella expulsando plasma. Él se quedó indeciso, y en ese instante de araña extendiendo su telaraña, ella se abalanzó, deseosa de devorarle. Le tocó por donde debía y donde no debía, y él le dio la llave de las puertas del deseo más voraz, para que juntos atravesaran el mar concupiscente, solo que, en esta ocasión, el lobo no se comió a la oveja, sino al revés.

Celia Ortiz Lombraña

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Si le interesa leer más de Cultura, le sugerimos la edición número 63 de La esquina delirante, que hace parte de la edición de relatos eróticos

Amorosa memoria

Miro en la fotografía su boca que besé tantas veces; miro sus manos, caricias en mi cuerpo por inéditas horas sin descanso…Miro sus ojos que de mí saben todo, que sonríen cuando los observo, que murmuran cuando los ignoro. Miro sus senos que tocaron mis manos y su redondez de milagro geométrico dirigió la ruta de mis sueños. Siento la presión de su mano en los sitios vulnerables de mi reino, y el acoso de otra caricia que adivino como escape fugaz a un nuevo paraíso. Voy hacia ella virtual, sin duda, y los dos celebramos el encuentro con una mirada tan segura como la necesidad de vivir, que con tanta alegría nos desborda, ahora que no es posible estar cerca, ahora que es más fácil volar en otros aparatos tan extraños para quienes hemos rebasado la barrera del tiempo.

Yezid Morales Ramírez

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El ritual de la lengua

Ella le llamaba el ritual de la lengua, una enseñanza adquirida en sus diez años vividos en la India. Tenía que ver con el sexo, con el complemento de lo espiritual con lo material, con alcanzar el orgasmo y la plenitud sin la necesidad de la penetración invasiva y feroz. Aquel día me invitó para experimentar juntos este ritual y, claro, ni lento ni perezoso acepté con una sonrisa de oreja a oreja. Me tomó de la mano y entramos a una habitación, donde la decoración era de otro mundo, velas encendidas en un círculo mágico e inciensos de olores perturbadores y en el centro una alfombra con dibujos atrevidos del kamasutra. Nos colocamos en el centro de la alfombra, frente a frente y comenzamos a desvestirnos sin prisas, después nos aplicamos miel sobre nuestros cuerpos y comenzamos a lamer cada poro de nuestras pieles, al cabo de un tiempo estábamos acostados sobre la alfombra, con orgasmos y eyaculaciones incontrolables, abrazados en suspiros eternos.

Al Agus

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