Visto desde la estribación de cualquier sierra, parecía un hilo de lava volcánica que serpenteaba entre el verde del trópico. Como una añosa raíz de un árbol centenario que salía furiosa de las entrañas de la tierra, o una colosal serpiente que se arrastraba por entre las tierras vírgenes del nuevo mundo, el sendero de colonos se abría paso sin cartografías ni brújulas. Era el camino de Guanacas.
Fue la ruta de conspiradores y bandoleros, que empeñados en la guerra, con sus cañones y ballestas, servían a causas impuestas alentados por un ardor que se hacía fuego en la estridencia del combate. Luego, fue el camino del comercio, por el que viandantes y artesanos, se abrieron paso para fundar la primera ruta mercante, que paralela al pacífico, llevaba en hombros la vitualla del hombre andino que fundaba villas y pueblos en donde el agua brotara para parir la parentela.
Ahora, en el bicentenario de una incierta vida republicana, es el camino que une a San Agustín con Pasto y al macizo con la tierra, en donde según el poeta Aurelio Arturo, el verde es de todos los colores. La fraternidad del hombre equinoccial de esta parte del mundo fue arrebataba del fulgor ancestral. Se hizo símbolo en la vibración del tambor africano, luego en la endecha de la guitarra ibérica, y más tarde, en el rico ensamblaje de sonidos y universos que hermanamos como raza cósmica.
Carlos Alberto Ordóñez y Edinson Elías Delgado, el uno nacido bajo la tutela de un pueblo escultor y el otro indómito heredero de quienes resistieron el asalto invasor y esfumaron sus penas en el festejo, han unido, en el lenguaje perfecto de la música, los linajes artísticos de San Agustín y Pasto. Son los cantores del nuevo hombre andino, que con la renovada lírica de un país en el claroscuro de su encrucijada, buscan en las fuentes del arte, lo que la mezquindad del poder le niega a su pueblo.
Ya devorado por los espejismos del progreso, el camino se convirtió en leyenda. Los mapas, testimonios viajeros del afán de los hombres, lo señalan como una imprecisa coordenada hecha historia en el relato de los memoriosos. Ahora, en los voces de dos cantantes, músicos y compositores, se rehace en los vínculos filiales de dos descendencias creativas que afirman que nuestra verdadera nación es el bambuco y la genuina patria el pasillo.
El código civil que españoles y emancipadores no lograron crear, solo la música lo instaura bajo las leyes proteicas del arte. Es la misma música que con fuerza singular y un talento telúrico, Ordóñez y Delgado celebran siempre que sus voces y arpegios se fusionan en la poesía sonora de los bambucos y pasillos de todos los escenarios de la música andina Colombiana. Es el canto perfeccionado en el silencio de la disciplina el que hoy aplaudimos con orgullo.