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Al mismo tiempo, resulta difícil valor con justicia un estilo que sólo se puede llegar a conocer mediante un proceso deductivo, en una edición de la que no puede decirse que haya transmitido los escritos de Proust, sino que ha revelado una tendencia en esa dirección. Porque para Proust, igual que para el pintor, el estilo es más una cuestión de visión que de técnica. Proust no comparte la superstición de que la forma no es nada y el contenido lo es todo, ni de que la obra maestra ideal de la literatura sólo pueda comunicarse en una serie de proposiciones absolutas y monosilábicas.
Para Proust, los atributos del lenguaje son más importantes que cualquier sistema ético o estético. En realidad, no intenta disociar forma de contenido. La primera es una concreción del segundo, la revelación de un universo. El universo proustiano es expresado metafóricamente por el artesano porque es aprehendido metafóricamente por el artista: la expresión indirecta y comparativa de la percepción indirecta y comparativa. El equivalente retórico de lo real proustiano es la figura en cadena de la metáfora. Es un estilo agotador, pero no agota la cabeza. La claridad de la frase es acumulativa y explosiva. La fatiga que se experimenta es una fatiga del corazón, una fatiga de la sangre.
Después de una hora, uno está exhausto y de mal humor, sumergido, dominado por la cresta y por el romper de una metáfora tras otra, pero en ningún momento aturdido. El reproche de que es un estilo enrevesado, lleno de perífrasis, oscuro e imposible de seguir, no tiene el menor fundamento.
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Traducción de Juan de Sola
Proust y tres diálogos con Georges Duthuit. Barcelona. Tusquets Editores. 2013. Págs. 92-94.