El Magazín Cultural

"The smiling Lombana", o de lo que no se puede hablar

Daniela Abad Lombana usa su cine como su vida, con sinceridad. Su película está en cartelera y merece que los colombianos vayan a las salas de cine para verla.

Daniel Grajales T.
04 de febrero de 2019 - 04:51 p. m.
Daniela Abad y el afiche promocional de su documental, "The smiling Lombana", que cuenta la historia de su abuelo materno.  / Cortesía
Daniela Abad y el afiche promocional de su documental, "The smiling Lombana", que cuenta la historia de su abuelo materno. / Cortesía

En algunas familias antioqueñas, no en todas, hay miedo de hablar de su raza, de cuestionarla. Para algunos antioqueños, no paisas, porque el término paisa se refiere a una región más grande que Medellín y los demás municipios del departamento, su raza es la mejor del país. Para algunos, no para todos.

Y hay más, en algunas familias antioqueñas, no en todas, solo en algunas, les dicen a sus hijos que disimulen si son “maricas”, no gais, “maricas”, y que no se les vaya a ocurrir contarle a nadie en el barrio si delinquen, que la ropa sucia se lava en casa.

Si está interesado en leer más sobre The smiling Lombana, ingrese acá: “The Smiling Lombana”, sonríe y reinarás

Eso pasa, queramos o no, en las mesas de comedor de algunas familias. Sin embargo, parece que en el de la casa de la familia Abad-Lombana, donde muchas veces se ha sentado a soñar la cineasta Daniela Abad Lombana, no. Así lo demuestra un cine honesto, que llega para contar las verdades de las que no se puede hablar en territorios de “la ciudad más innovadora del mundo”, gracias a su película The smiling Lombana, la cual revisaremos en esta crítica, más allá de lo visual.

Debemos comenzar por precisarle al espectador quién es el protagonista: es Tito Lombana, un artista que termina siendo narcotraficante. Nada nuevo, aunque es un gran personaje para hacer un documento. Es que eso de pasar del mármol a la coca es algo normal en un país en el que algunas galerías son calificadas, esto no por mí, sino por algunos críticos del mundillo del arte, como lugares que lavaron dinero de los capos colombianos, o siguen lavando. Hasta ahí, como ya dijimos, nada nuevo, lo destacable es que Tito era el abuelo de Daniela Abad Lombana, que ella se atrevió a adentrarse en la historia de su familia materna y crear un perfil documental de un personaje fundamental para la historia del arte nacional. 

Si le interesa leer más sobre Daniela Abad, ingrese acá: Daniela Abad: “Las películas me han servido para ser valiente, decir lo que pienso y hacer lo que siento”

Abad Lombana pone en evidencia cómo la areté (palabra diferente a arete) antioqueña ensució sus manos llenas de alhajas con dinero sucio. Entonces, esta producción toca “callos durísimos” como el mal gusto, la estética mafiosa que el narcotráfico construyó y se consulta por cómo la ciudad asumió, de un momento a otro, dejar su vocación campesina para ocultarla entre mármoles, enchapes dorados y obras de arte de figuras volumétricas y caballos, entre otros símbolos particulares.

Con un ojo crítico y duro, la directora narra en primera persona lo que pasó en su ciudad. Parece no tener miedo porque, como lo dice en la película uno de los entrevistados, las obras de arte son para criticarlas. 

Definitivamente, su narración está levemente influenciada por Víctor Gaviria, ya que en la obra regresa su “pa qué zapatos si no hay casa”. De otra manera, esa frase mítica de La vendedora de rosas, dicha en el cine de Gaviria por un niño de la calle, emerge de nuevo cuando la creadora decide contar que su abuelo, el que se volvió un capo, viene de una familia en la que no tenían para comprarle zapatos, pero, además, cuando cuenta cómo la avaricia hizo que el hermano del protagonista le quitara el nombre de la obra más icónica de quien se llamó escultor, Los zapatos viejos de Cartagena. 

Sobre el ritmo, debe decirse que es coherente con la juventud de la creadora. Va a puntos sensibles, siendo un cine emocional, no tan acelerado como el de otros, pero sí preciso en no ahondar demasiado en la precariedad de la infancia del abuelo o la manera en que Medellín vivía cuando era campesina. En lo visual, la directora decidió usar el valioso archivo en vídeo de su abuelo. Muchísimo material de archivo, un 60% de la producción.

No olvidemos que The smiling Lombana es un documental, lo que hace que lo anterior sea un punto a favor, pues Abad Lombana alimentó un proyecto bonito con lo que había en casa, complementado con entrevistas, como una bella hecha a su tía, hija del artista, otra a su abuela materna (quien solo habla porque se negó a que la grabara). También encuadró a algunos de los hermanos de su abuelo, a los abogados que lo sacaron de la cárcel y hasta sumó lo que ella había escuchado sobre el personaje. Cabe enfatizar que hizo un trabajo de reportería largo, porque pidió a los periódicos norteamericanos que siguieron el caso judicial de su abuelo que le enviaran todo el material que tuvieran en impreso, revisando y eligiendo entre centenares de folios una decena para la cinta.

Quizás aludiendo a que ella es la narradora, que es ella quien les da entrada a los entrevistados, Abad Lombana no puso créditos, se deshizo de aquel mandato de poner en letras quién es quién, un punto que puede ser positivo, si se mira como que quiere también medir la atención del espectador, o negativo, si algún crítico quisiera alegar que es fundamental en un documental.

Si se quiere, The smiling Lombana es una pregunta por la cultura colombiana. Parece que el interrogante fue ¿de dónde vienen los aspectos negativos que tenemos hoy en esta sociedad? Se inicia en la costa, cuenta realidades de sus habitantes, viaja a Europa, de la mano del sueño de ser artista y viajar para formarse en la cuna de la escultura, en tiempos de la buena vida italiana; regresa a Cartagena, a la ciudad de una alta y refinada clase, de la gente de sociedad; llega a Medellín, a una ciudad de ensueño en la que las montañas rodean un valle, la cual toma muy bien de noche en una escena en la que las construcciones parecen luceros sobre el ébano negro pero poderoso; también viaja a Estados Unidos y vuelve a la capital de la “plata o plomo” para contar cómo un artista creó casas con caletas inimaginadas, donde nadie las esperaba, para los ricos y, dicho por el documental, no por este servidor, montañeros narcotraficantes.

¿Por qué debería un colombiano verse esta película?, porque si se ve la serie El paseo de Dago García y se ríe de lo ridículo que puede llegar a ser uno de su raza, debería sentarse a entender lo triste que resultó para un personaje importante en el país no tener paciencia, no creer en su talento, elegir el camino de traficar, pagando el precio más alto: perder a Laura, el amor de su vida. Ni crea que hay balaceras, sangre, muertos o vulgaridades, no necesitaron nada de eso para hacer una película que toca el tema de un Medellín negro o de una Medellín oscura.

Ojo, señores críticos e historiales del arte, The smiling Lombana es una clase de Historia del Arte Colombiano. No se rían, es verdad, pone en contexto cómo fue para los creadores colombianos formarse en Europa, cuál es el poder de las convocatorias públicas que apoyan a los artistas emergentes y les ofrecen formación, deja ver el virtuosismo de Tito Lombana, detalla la dificultad de la talla sobre mármol respecto a otras técnicas (como la arcilla), además de corregir a los libros que afirman que esos ya clásicos Zapatos viejos, llamados también Botas viejas, un homenaje al poeta Luis Carlos López (el tuerto López), por su soneto A mi ciudad nativa, no fueron hechos por Héctor Lombana, quien hoy aparece en la placa que estos tienen, sino que fueron hechos por Tito Lombana, el abuelo de la directora. Si no les ofende, inviten a sus estudiantes, lectores de los periódicos y medios especializados para los que escriben a que la vean.

Al cierre, aplausos de pie para Daniela Abad Lombana por su valentía, porque esta película le costará algunos, ojalá pocos, enemigos en Medellín, porque decir la verdad a veces ofende a la raza antioqueña. No a todo el mundo, aunque sí a varias personas.

Directora, gracias por regalarle a su país una hora y 30 minutos de reflexión. Hoy su cine vence la crítica que recibió en 2015, cuando codirigió el documental Carta a una sombra, que cuenta la historia de su otro abuelo, el paterno, Héctor Abad Gómez, del que algunos dijeron era la continuación de la catarsis del padre de la cineasta, Héctor Abad Faciolince, comenzada en el libro El olvido que seremos.

Esta vez, el cine de Abad Lombana deja claro que no es una cuestión de una niña de clase alta que quiere grabar a la familia, porque, entre otras cosas, The smiling Lombana es un título que tiene que ver, precisamente, con cómo era llamado su abuelo como capo, lo que a su familia le aterra. Finalmente, desear que llegue pronto un nuevo trabajo de esta autora, quien fundó la productora La Selva Cine, desde la cual crea su nuevo título, La cama.

Por Daniel Grajales T.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar