En el pueblo natal de Boko Haram, el feminismo gobierna

En Maiduguri, donde nació el grupo terrorista, las mujeres debaten sobre el feminismo, el final del patriarcado y esposos que lavan los platos.

Dionne Searcey / The New York Times
23 de diciembre de 2017 - 05:00 p. m.
La policía rescata niñas secuestradas por Boko Haram en Nigeria.  / AFP
La policía rescata niñas secuestradas por Boko Haram en Nigeria. / AFP
Foto: EFE - EJÉRCITO DE NIGERIA

Boko Haram rapta a niñas y mujeres jóvenes, las convierte en sus esclavas sexuales y se las pasan entre todos los militantes como premios. Las obligan a pelear en batalla, a amarrarse bombas suicidas al cuerpo y les ordenan hacer protestas a las puertas de la Universidad de Maiduguri.

No obstante, dentro del campus, apenas fuera del alcance de los milicianos, los temas que se discuten en una gran sala de conferencias no podrían ser más distintos: feminismo radical, el final del patriarcado, esposos que lavan los platos.

“Quiero a un hombre que me pueda hacer el desayuno”, dijo Rabi Isa, una estudiante de 25 años que levantó la mano para dirigirse a sus compañeros. “Uno que me ayude en la cocina y que pueda ir de compras”.

Los vítores se hicieron escuchar por parte de sus compañeros de la clase de equidad de género.

Para la mayor parte del mundo, la ciudad nigeriana de Maiduguri solo se conoce por ser el lugar de origen de Boko Haram, el grupo extremista que asesina sin reparos y trata a mujeres y niñas como propiedades, obligándolas a cocinar, limpiar, criar niños y morir si se les ordena.

Desde que el gobierno eliminó al líder espiritual del grupo y destruyó sus recintos en este lugar hace casi una década, Boko Haram ha arrasado con la ciudad: sus milicianos atacan repentinamente, bombardean mercados y empujan a las familias damnificadas a inundar las calles de la ciudad tratando de escapar de su furia. Además, han atacado la universidad al menos ocho veces en el último año, incitados por el clamor de la consigna unificadora: “La educación occidental está prohibida”.

Sin embargo, existe otro Maiduguri completamente distinto, uno que ayuda a arrojar luz sobre la batalla ideológica que se lleva a cabo al norte de Nigeria: es una capital estatal famosa por recibir con agrado a gente de todas las religiones y orígenes étnicos, una villa universitaria célebre por su ambiente festivo y una ciudad vibrante con una cultura de jóvenes valientes y de mente abierta que no parece haberse extinguido tras ocho años de guerra.

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De hecho, a veces la guerra incluso los alienta a seguir adelante.

No habían dado las ocho de la noche de un día entre semana y el perreo ya había empezado. El DJ mezclaba ritmos africanos. Los cuerpos se apretujaban en las esquinas. De pronto, justo cuando la fiesta comenzaba a encenderse, las puertas del hotel se cerraron abruptamente, encerrando a todos.

La larga fiesta hasta el amanecer había comenzado.

En una zona de guerra distinta, un toque de queda como el que se impone en esta ciudad cada noche para proteger a los habitantes de Boko Haram podría sofocar cualquier intento de vida social. Sin embargo, aquí ha dado lugar a largas fiestas cerradas y protegidas intramuros. En lugar de irse a casa, los jóvenes parrandean hasta el amanecer cuando el toque de queda termina.

Cuando las fiestas se vuelven muy concurridas y se convierten en blancos potenciales, se cancelan para luego surgir en otro lado.

En la fiesta de esa noche, las luces se reflejaban en una piscina salpicada de pétalos florales. Aquí, nadie hablaba de la guerra ni de las cientos, si no es que miles, de mujeres secuestradas por Boko Haram ni de los millones desterrados por la violencia, que enfrentan hambre y desesperanza. Hablaban de amor, sexo y liberación femenina.

“Te quieren probar para ver si sabes hacerlo muy bien”, dijo Rose Williams, de 27 años, al hablar abiertamente de sexo premarital, el cual, según dijo, se consideraba tabú en la generación de sus padres. “Y yo lo hago muy bien”.

Williams y sus amigas miraban a los hombres y las mujeres —algunas con pañuelos coloridos en la cabeza, una con un bebé a la espalda— que sacudían los brazos al aire. Habían venido a pasar una noche de chicas, para darse un descanso de sus novios.

“Quizá encuentre uno nuevo esta noche”, dijo Williams.

Blessing Christopher, quien estudia para ser estilista, estaba en la pista de baile celebrando su nueva libertad después de terminar su relación más reciente, feliz, sin preocupaciones y con ganas de concentrarse en su carrera en lugar de en un hombre.

“No busco un novio”, dijo. “Busco un trabajo”.

En varios sentidos, la guerra con Boko Haram ha sido un enfrentamiento de esperanzas y expectativas completamente distintas para la sociedad nigeriana. Los militantes islámicos que comenzaron la rebelión en contra del Estado nigeriano pensaron que podrían terminar con la corrupción del gobierno si adoptaban una versión estricta del islam.

El modo occidental, especialmente en 

el área educativa, se consideraba pecaminoso. Los imanes en Maiduguri que manifestaban su oposición a los activistas y su rigurosa interpretación de la religión fueron asesinados.

El ascenso de Boko Haram “trajo mucha confusión a Maiduguri sobre lo que es el verdadero islam”, dijo Sheik Abubakar Gonimi, imán superior de la mezquita central Bolori de la ciudad. “Gracias a Dios, conocemos nuestra religión y eso no tiene nada que ver con el islam”.

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Después de que se expulsó a los combatientes, los imanes volvieron a alzar la voz y manifestaron su oposición a las ideas y prácticas extremistas de Boko Haram. La vida finalmente comenzó a relajarse de nuevo y la gente joven encontró espacios seguros para ser libre.

Debido a todas las nuevas libertades, muchos habitantes longevos dicen que la violencia sin tregua y la tenacidad de Boko Haram tuvo éxito en aplastar gran parte del espíritu tradicional de Maiduguri.

“La guerra destruyó las fibras esenciales de nuestra sociedad”, dijo Zannah Mustapha, un importante abogado que ha trabajado como mediador entre el gobierno y algunos miembros de Boko Haram. “Éramos considerados pacíficos”.

Durante años, la gente dejó de hacer bodas elaboradas de siete días, con bailes al ritmo de los tambores y banquetes de arroz frito. Las tiendas dejaron de vender alcohol. Los conciertos que alguna vez atrajeron a músicos de lugares tan lejanos como Etiopía pararon. Una compañía local de danza dejó de realizar sus rutinas diarias en un antiguo anfiteatro. Los bailarines optaron por practicar sus pasos de baile en habitaciones con las cortinas cerradas.

Antes de que comenzara la guerra, Mohammed Bukar y sus amigos eran clientes habituales de una discoteca local donde bailaban al ritmo de artistas estadounidenses como Bobby Brown, Lisa Lisa y Cult Jam.

“Pasé mucho tiempo tratando de perfeccionar los pasos de baile de Michael Jackson en ‘Thriller’”, dijo Bukar.

Entonces, una noche durante el inicio de la guerra, recuerda Bukar, Boko Haram irrumpió en el bar y asesinó a los clientes que estaban dentro. La discoteca se clausuró. Como los combates continuaron en Maiduguri, otros centros nocturnos y bares también fueron cerrando

Sin embargo, desde hace un par de años, cuando el ejército comenzó a tener ventaja sobre los guerrilleros, la sensación de seguridad ha regresado poco a poco a la ciudad. La gente está retomando su vida social a tropezones, según lo permite la seguridad, y aparecen destellos de la cultura que Bukar alguna vez disfrutó en formas inesperadas.

A lo largo de las mismas calles donde guardias de seguridad nerviosos se mantienen alertas en busca de hombres bomba suicidas, un policía de tránsito hace su trabajo a la manera de Michael Jackson, haciendo el “moonwalk” a través del cruce y guiando a los autos con un solo guante blanco.

La seguridad aún define muchos de los lugares para citas en Maiduguri. Un restaurante chino ubicado lejos de la calle, protegido por puertas altas de acero y un detector de metal, ofrece un lugar donde las parejas fuman pipas de agua y comen rollos primavera grasientos. Los automóviles pasan por revisiones para detectar explosivos antes de entrar a los estacionamientos de los hoteles que sirven alcohol pese a la ley seca prevalente en casi toda la ciudad.

Algunas parejas dicen que todavía les ocultan sus relaciones físicas a sus padres chapados a la antigua porque no lo entenderían, a pesar de que Maiduguri es una ciudad cosmopolita donde los televisores transmiten CNN y las canciones de Adele son tonos populares en los teléfonos inteligentes.

Muchas de las opiniones aquí parecen venir de un planeta distinto al de Boko Haram, cuyo líder predica que las mujeres pueden lograr su ascenso al cielo haciéndose estallar contra soldados en los puntos de revisión.

En el campus universitario, Raphael Audu Adole, un profesor calzado con mocasines de piel de cocodrilo falsa y con una computadora portátil bajo el brazo, se colocó detrás del atril para explicar los orígenes de la opresión masculina.

“La sociedad está construida para favorecer los intereses de los hombres, ¿no es así?”, preguntó a la clase.

“Sí”, respondieron a coro 150 hombres y mujeres jóvenes.

“El hombre trata de dominar”, dijo. “¿Me explico?”

“Sí,” exclamaron los estudiantes.

“Las mujeres sufren marginalización, opresión y abuso”, continuó. “Los hombres han adoptado el papel dominante y fuerte en las relaciones familiares. Este es un gran problema para la sociedad y necesitamos hacer algo al respecto”.

Por Dionne Searcey / The New York Times

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