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Torre de Tokio: inodoros japoneses

Una columna para acercar a los colombianos a la cultura japonesa.

Gonzalo Robledo * / Especial para El Espectador, Tokio
08 de noviembre de 2020 - 02:00 a. m.
Inodoros transparentes en el barrio de Shibuya, en Tokio, diseñados por el arquitecto Shigeru Ban.
Inodoros transparentes en el barrio de Shibuya, en Tokio, diseñados por el arquitecto Shigeru Ban.
Foto: Cortesía de Gonzalo Robledo

Después de sentarse en un baño público de Tokio y ver la pantalla llena de botones y luces para controlar sus diversas funciones, un ofuscado turista extranjero llegó a la siguiente conclusión: “Uno no usa un inodoro japonés, lo tripula”.

Aunque el número de funciones varía, el inodoro electrónico japonés permite controlar la temperatura de la taza, el volumen de la música para camuflar los momentos más sonoros de la evacuación y la intensidad del chorro de agua estilo bidé que rocía y limpia las partes íntimas.

Los más sofisticados incluyen sensores de proximidad que abren la tapa cuando se acerca un usuario, desodorizan la taza con ozono y la esterilizan con un procedimiento llamado electrólisis, que produce festivos haces de luz.

Considerados los más refinados del mundo, los excusados electrónicos conviven en Japón con el inodoro de estilo tradicional, un agujero en el suelo rodeado de porcelana blanca conectado al acueducto sobre el cual el usuario ejecuta la atávica y sana práctica de acuclillarse. (Aquí puede leer más columnas de este autor).

Los especialistas aseguran que pese a ser considerado el Rolls Royce de los inodoros y llevar cuatro décadas en el mercado, el sanitario electrónico japonés que limpia con agua no ha logrado conquistar los mercados internacionales debido a su alto costo y a la fijación con el papel higiénico que, con notable excepción de las culturas musulmanas, subyuga al resto del mundo.

Otra razón parece ser el repudio generalizado en occidente a tratar en la conversación cotidiana el tema de la caca humana, algo que en Japón ocurre con tacto, candidez y, muy a menudo, con el entusiasmo escatológico de un niño de cinco años.

Todo lo que usted quisiera saber sobre el excremento pero no se atrevía a preguntar está explicado en el Museo de la Caca de Tokio (Tokyo Unko Museum), un espacio didáctico lleno de inodoros y cacas de plástico en colores pastel, neones con la palabra caca en todos los idiomas, cuadros de heces dibujadas por famosos y una tienda de recuerdos que incluye diademas, camisetas y cuadernos que rinden culto al tema.

Para aprovechar con fines pedagógicos el gusto infantil por las excreciones, un editor lanzó un método para aprender a escribir caracteres japoneses enseñados por un irreverente personaje llamado el Profesor Caca. Los ejemplos gramaticales abundan en materia fecal y cumplen con el objetivo de hacer las lecciones inolvidables para los más pequeños.

El proyecto más mediático de este año en mi barrio de Shibuya consistió en pedir a un grupo de 16 famosos arquitectos japoneses y de otros países diseñar el baño público ideal. Uno de los primeros fue construido al lado de mi casa y consiste en unos elegantes inodoros transparentes que solo ocultan su interior cuando el usuario pone el seguro. Por la noche, la colorida instalación resplandece en medio del parque como un monumento futurista a ese importante lugar que los seres humanos frecuentamos y al que, con avances electrónicos o sin ellos, debemos gran parte de nuestra buena salud.

* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón.

Por Gonzalo Robledo * / Especial para El Espectador, Tokio

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