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Torre de Tokio: víctimas japonesas

Una columna para acercar la cultura de Japón a los colombianos. Hoy, el teatro colombiano y el japonés.

Gonzalo Robledo * / Especial para El Espectador, Tokio
27 de diciembre de 2020 - 02:00 a. m.
Actrices del colectivo Daya durante la presentación online de Pazharéla el 18 de diciembre.
Actrices del colectivo Daya durante la presentación online de Pazharéla el 18 de diciembre.
Foto: Gonzalo Robledo

Cambiar las modelos de una pasarela por mujeres comunes que han sufrido algún tipo de violencia es un formato escénico ideado en Colombia por Patricia Ariza y que ahora en Tokio recrea una colega suya para animar a las víctimas de agresiones sexuales en Japón. (Lea aquí más columnsas sobre Japón).

Se llama PazHaréla, y Patricia Ariza lo define como “una especie de performance en contra de la imposición de un modelo de mujer”. El escenario sirve para que mujeres de todas las edades muestren sus casos, en persona o a través de actrices, y por ella han pasado grupos como las Madres de Soacha para denunciar la impunidad de los falsos positivos de sus hijos.

En Japón, un caso de violencia frecuente hacia la mujer es el acoso sexual, con el agravante de que las víctimas que denuncian se enfrentan a una fuerte desigualdad de género traducida en investigadores hostiles, un sistema judicial sesgado hacia los hombres y atávicas normas sociales que presionan a las víctimas a callarse.

La PazHaréla japonesa tiene lugar gracias a Hiroko Kariya, investigadora de literatura y teatro en lengua española en la Universidad de Meiji en Tokio, que conoció a la dramaturga colombiana en 2007, en un encuentro de artistas llamado “Piezas Conectadas”, celebrado en Barcelona.

Al ritmo de música festiva las actrices del colectivo Daya caminan como modelos y se congelan en una pose para presentarse ante el público online. A continuación escenifican testimonios que parecen un catálogo de las vejaciones que sufre la mujer japonesa contemporánea en una sociedad patriarcal, donde el acoso sexual es tolerado o reprendido con ligereza como una falta venial.

Una universitaria que fue violada por un amigo mientras estaba borracha sufre las burlas de sus compañeras, mientras que otra mujer es juzgada por sus familiares tras haber sufrido un caso de violencia sexual que no logra recordar.

En el centro de la obra está la modalidad de acoso sexual más común en Japón, el que sufre una joven por parte de su jefe en el entorno laboral. Por ser el silencio de las víctimas el problema más grave, la profesora Kariya subtituló la obra en japonés El canto del ruiseñor, en alusión al ave que simboliza a Filomela, la joven de la mitología griega a la que su cuñado, luego de violarla, le corta la lengua para silenciarla.

Una de las funciones se presentó cuando eran en Bogotá las 12 de la noche y Patricia Ariza, que al parecer instaló un computador encima de su cama, presenció la obra desde su almohada, “pero muy despierta”. Con ayuda de una intérprete, la directora participó en el foro posterior y animó a las participantes a traducir y divulgar su trabajo.

La gran desigualdad de género en Japón fue resumida por una columnista de la revista Nikkei Asia cuando al celebrar el Día Internacional de la Mujer, el pasado 8 de marzo, afirmó que los otros 364 días en este país se conmemora el Día Internacional de los hombres japoneses.

* Periodista y documentalista colombiano radicado en Japón. (Otra de sus columnas).

Por Gonzalo Robledo * / Especial para El Espectador, Tokio

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