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Las mujeres mojaneras, lideresas en la adaptación al cambio climático

Un grupo de 22 mujeres guio la rehabilitación del caño Pasifueres, que conecta con uno de los afluentes más importantes de esta región, el río San Jorge. Tras cinco años de trabajo, las mujeres de La Mojana han conseguido recuperar 40 kilómetros de caño y sembrar vegetación nativa en sus orillas.

Paula Andrea Casas y @PauCasasM
19 de noviembre de 2020 - 01:00 p. m.
Jennifer Jiménez es la lideresa de la comunidad de Pasifueres.
Jennifer Jiménez es la lideresa de la comunidad de Pasifueres.
Foto: Carlos Florez

“El rol de la mujer rural aquí se los vengo a contar, desde las cinco de la mañana se para a cocinar. Ella no se echa queratina por andar en la cocina pendiente de su pela’o y para echar la gallina (…) Tenemos poca educación en grado de escolaridad, pero sí tenemos buen talento para sembrar. Sembramos arroz, tomate y las habichuelas, por eso es que no quedó tiempo para ir a la escuela”, canta todas las mañanas Miriam Pulido antes de comenzar su recorrido por el pueblo. Es una promotora rural que transmite la cultura de sus ancestros con las letras de sus canciones y una de las 22 mujeres de Pasifueres que ha trabajado durante los últimos cinco años en la conservación de los humedales y en la recuperación de los caños de La Mojana, una de las regiones más importantes del país. (Lea: La Mojana, piloto de adaptación al cambio climático en Colombia)

A tres horas de Sincelejo y entre las cuencas de los ríos Magdalena, Cauca y San Jorge —los tres afluentes más importantes de la zona Andina— está ubicada La Mojana, uno de los lugares más biodiversos y estratégicos del país, porque funciona como el riñón de Colombia, pues recibe las aguas sucias de estos ríos y las regresa un poco más limpias. Una región que, además, albergó los funerales de la Mamá Grande; fue el escenario de las aventuras de Aureliano Buendía, ese coronel que no tenía quien le escribiera; y fue testigo del día en el que iban a matar a Santiago Nasar, en Crónica de una muerte anunciada. En las calles de Sucre, uno de los municipios que hace parte de esta zona de la Depresión Momposina, vivió el escritor Gabriel García Márquez entre los 12 y 21 años.

Además de acoger el realismo mágico de Gabo, La Mojana es conocida por ser un territorio anfibio y poseer uno de los deltas más complejos. Tiene ciénagas, caños, meandros, zapales, bosques inundables y humedales productivos, ecosistemas con un rol esencial en la amortiguación de inundaciones, que facilitan la decantación y acumulación de sedimentos, funciones indispensables en la regulación ambiental y el equilibrio ecológico del país. Y aunque hace nueve mil años las comunidades indígenas zenúes construyeron uno de los sistemas hidráulicos de canales y drenajes más completos para que las viviendas y sus sistemas productivos no se vieran afectadas por la subida del nivel del agua, la región ha sido vulnerable a los cambios en las dinámicas climáticas e hídricas.

Una de esas afectaciones se registró en 2010. Pasifueres, el caserío que vio crecer a Miriam —la mamá grande que les canta a las mujeres mojaneras—, se inundó luego de las fuertes lluvias por el fenómeno de La Niña. Los ríos Cauca y San Jorge se desbordaron. Según los reportes, una de las causas era el deterioro de los humedales, que actúan como una esponja natural durante las inundaciones. La enorme red de canales, ríos y caños que bañan naturalmente a La Mojana, y regulan la llegada y evacuación del agua, estaba sedimentada por el taponamiento de sus entradas y contaminada por las prácticas productivas extensivas, una de las principales actividades económicas de las región. Esto afectó la manera de transportarse en la comunidad anfibia y perjudicó la vida y función de los humedales. (Puede leer: Reconfigurar la Mojana: nueva vida para la arquitectura rural)

Las intervenciones del Estado en diques, además, transformaron el uso y manejo de los sistemas de canales de La Mojana. Uno de ellos fue el caño Pasifueres. El taponamiento y las fuertes lluvias provocaron que se acumulara el agua. Se desbordó y se llevó todo a su paso. “Veíamos, por ejemplo, como algunos monos nadaban intentando aferrarse a alguna rama para salvarse. Estos árboles, que están en la orilla del caño, miden tres, cuatro o hasta cinco metros y en medio de esa emergencia se les perdía el tallo entre el agua”, dice Jennifer Jiménez, en una lancha mientras recorre el caño y señala las zonas más afectadas. Ella, al igual que Miriam, hizo parte de la rehabilitación de este afluente.

Jennifer y su madre, Gladis Mora, que hacen parte de la Asociación de Agricultores, Productores Pecuarios, Piscicultores y Ambientalistas de Pasifueres (Asopasfu), recuerdan cómo se perdieron los cultivos por los que habían trabajado durante muchos años. Datos del PNUD señalaron que 211.857 personas resultaron afectadas y 20.000 viviendas se inundaron. La Mojana fue una de las principales regiones damnificadas por ese fenómeno. Por eso, con el propósito de enseñarles a los habitantes a adaptarse a esa variabilidad climática, en marzo de 2013, llegó el proyecto “Reducción del riesgo y la vulnerabilidad frente al cambio climático en la región de la Depresión Momposina”, implementado por el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Territorial y el PNUD, en alianza con el Fondo de Adaptación y financiado por el Adaptation Fund del Protocolo de Kioto.

Una de esas estrategias era la rehabilitación del caño Pasifueres. Un reto para la comunidad, en la que viven menos de mil personas. Identificaron el área en la que iban a trabajar y con un dron se recorrió todo el caño para señalar dónde había más buchón en el agua. El buchón es una de las cien especies exóticas de flora invasoras más dañinas del mundo, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Su rápida proliferación provoca la pérdida de oxígeno en los cuerpos de agua, que causa la muerte de los peces y otras especies que habitan allí. Con esas zonas reconocidas, se midió la profundidad del caño con una barimetría y la ayuda de un topógrafo. Tiene una longitud de 9,5 kilómetros. (Lea también: La Mojana: entre terratenientes y campesinos sin tierra)

Los sedimentos y la vegetación acuática que lograron sacar del caño se botaron al lado y lado de los taludes y empezó la plantación manual de las plantas nativas. “Iguá, roble, uvero, ceiba blanca, guácimo, polvillo, piñizco y árboles frutales ya crecen a las orillas”, asegura Gladis, mientras recorre en chalupa los 9,5 kilómetros de caño que ya están recuperados. Una rehabilitación que revivió este afluente, permitió que se conectaran dos ciénagas y se restauraran 900 hectáreas de humedales en los tres municipios. Ahora, tras la recuperación liderada por las mujeres mojaneras, Pasifueres ya no tiene una sola entrada, una trocha de barro. El caño volvió a ser una alternativa de transporte y cerca de 15.000 personas pueden desplazarse hasta San Marcos, el municipio más cercano, en veinte minutos.

Las mujeres de la comunidad lideraron todo este proceso de transformación. “Teníamos un solo hombre, el señor Manuel Jiménez, el resto éramos todas mujeres. Nos unimos 3.901 mujeres mojaneras de 44 comunidades”, resalta Jennifer, quien ahora es la lideresa de la comunidad de Pasifueres. Y aunque la participación es grande, Miriam confiesa que al principio del proyecto eran contadas las mujeres que asistían a las capacitaciones. Muchas de ellas se quedaban en casa para estar pendientes de las tareas de sus hijos y cocinar para sus esposos. El esfuerzo y la constancia de esas primeras mujeres que participaron, como Gladis, Miriam, Juana y Jennifer, motivó al resto para ser parte de este proyecto de adaptación, en el que adquirieron conocimientos en restauración, viveros, caños y huertas. (Lea también: La memoria ambiental de La Mojana)

“La mujer mojanera siempre sueña en grande. Nos esforzamos para hacer esos sueños realidades. Ni el cambio climático pa’ nosotras es una barrera, porque echadas pa’lante somos las mujeres mojaneras”, son algunas de las estrofas que entona Miriam de Mujer mojanera, una de las canciones más emblemáticas de esta cantadora de 55 años, una copla que ya cantan los más jóvenes. Este grupo de lideresas rurales organizadas en Asopasfu buscan fortalecer las redes de trabajo, brindar apoyo en otros once municipios para implementar estas medidas de adaptación y hacer que otras mujeres de la región se conviertan en las guías de la adaptación al cambio climático, así como lo son las mujeres de Pasifueres.

Por @PauCasasM

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