El Magazín Cultural

Solimán López: diluyendo las fronteras del arte y lo digital

El artista español es uno de los participantes en la Feria de Arte Barcú, que se llevará a cabo del 17 al 22 de septiembre en el sector de La Candelaria, en Bogotá.

Manuela Cano Pulido
16 de septiembre de 2019 - 10:30 a. m.
Solimán López se ha destacado por sus proyectos de arte digital.  / Cortesía Updated Art Studio
Solimán López se ha destacado por sus proyectos de arte digital. / Cortesía Updated Art Studio

Solimán López es un transgresor de fronteras. Lo hace desde su arte expresado en lo digital. La tecnología y el arte, mezclados y trabajando el uno para el otro en sus obras, le permiten al artista acabar con muchos límites planteados, desde siempre, en la historia del arte. Desafía, también, las barreras de la tecnología, que, según afirma, no fue creada para expresarse artísticamente. Arte y tecnología son dos palabras que comienzan a mezclarse en la época contemporánea, y que, en la obra de López, se vuelven cada vez más inseparables.

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Su unión posibilita nuevas formas de investigación, de llegada al público, y constituye una nueva frontera entre lo tangible y lo intangible, llevando a relucir a esta última. “Al final, si hacemos un barrido histórico, vemos que lo intangible es lo que mueve al mundo”, afirma el artista. Y eso es lo que busca hacer con su obra: mover a los espectadores, llevarlos de la inacción a la interacción, transformar los límites del arte y darle sus propias lógicas y desplazamientos. Su carrera como historiador del arte lo llevó a comprender que debía leer un mundo cada vez más digital, desde su mismo lenguaje. Así, la tecnología se volvió la herramienta por excelencia para su creación artística.

Solimán estará en Bogotá en el Festival de Arte Barcú, exponiendo su interpretación del ser humano con las nuevas tecnologías, a través de su compendio de obras Look at. “Orientar la mirada fijamente hacia algo” —es lo que significa dicho término—, que se verá expresado en distintos productos que el autor expondrá en las calles de la ciudad de Bogotá. El Espectador habló con López sobre su concepción de lo digital, las posibilidades que le abre la tecnología al arte y la parte de su trabajo que se podrá ver en la histórica Candelaria desde el 17 de septiembre.

¿Cómo llegó su interés por lo digital?

Soy historiador del arte, tengo aprendida toda la parte histórica de la evolución del arte contemporáneo y el arte en general. También he sido parte de una generación bisagra entre lo analógico y, ahora, la revolución digital. Juntando esos dos conceptos surgió la necesidad vital y conceptual de empezarme a meter en la nueva tecnología, para empezar a abordar las problemáticas de nuestro tiempo. Era una estrategia para entender y proponer en un mismo terreno de actuación las ideas que se están desarrollando actualmente.

¿Qué posibilita el arte digital que no brinda el aspecto analógico?

En principio, hay determinadas ideas que para mí son muy difíciles de representar de manera prolija y correcta desde técnicas, llamémoslas más tradicionales, como pueden ser la pintura o la escultura. Básicamente lo que me ofrece lo digital, para empezar, es que es una fuente inagotable de inspiración artística. Mis temáticas concretas, que están cambiando la manera de ver el mundo y la realidad, pasan dentro de lo digital. Por otra parte, a nivel visual y tecnológico, y de estrategias de acercamiento al público, creo que las nuevas tecnologías ofrecen un abanico de posibilidades enormes para este fin, para poder acercarse al público con herramientas que día a día, y cada vez más, estamos acostumbrados a utilizar.

¿Puede lo digital abrir la posibilidad de tener espectadores más activos en la forma de relacionarse con la obra de arte?

Evidentemente, siempre ha habido una relación obra-espectador. Si no hay un juego entre la obra y el espectador y viceversa, la obra no tiene enganche. En lo que sí es cierto es que esa relación hasta la fecha de la irrupción de las nuevas tecnologías era una relación físicamente pasiva por parte del espectador. Ahora, el espectador desarrolla unas ciertas actitudes frente a la pieza, que son diferentes a las que se establecían antiguamente.

Para mí, no es una cuestión de jugar con el espectador, sino que se trata de convertirlo en la pieza final del “puzzle”. El espectador es el gatillo que genera el resultado final de la obra, sin él la obra queda incompleta. El arte digital vive, cuando está funcionado, cuando está en “display”, si no es un archivo digital que se encuentra almacenado en un disco duro y carece de representación vital.

¿Cómo se llega a explotar esa multidimensionalidad de lo digital?

En mi caso, yo trabajo un poco a la inversa. Es decir, no soy un artista “geek” de la tecnología, que de repente encuentra una tecnología y se siente atraído a ella y quiere forzar el concepto en beneficio de la técnica; todo lo contrario. Temáticamente tengo unos conceptos muy claros de lo que tiene que hablar mi trabajo y para ello elijo diferentes tecnologías. Esas a veces se convierten en multiplataformas, porque aluden al sonido, a la interacción, a procesos que se desarrollan en la sombra y que se muestran al espectador de manera evidente y visual. Al final, es la suma de muchos conocimientos lo que propicia encontrar una utilización diferenciadora de la tecnología, porque, al fin y al cabo, la tecnología ya existe. Ahora la labor del artista es utilizarlas en beneficio de la creatividad y del lenguaje. Es lo mismo que ocurrió con la pintura, existió desde un punto de vista técnico, y luego se convirtió en una herramienta de expresión.

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¿Qué podrá ver el espectador de su obra acá en Bogotá?

El espectador va a poder encontrar un análisis meditado de la figura de los humanos en las nuevas tecnologías, no solo desde un punto de vista físico sino psicológico y ocupacional. Por ejemplo, tenemos la primera pieza, que se llama Inverse Triangulation, una obra interactiva que cada 4 minutos y 33 segundos busca mi geolocalización a través de mi aparato móvil. Una interfaz digital va mostrando la latitud y longitud en que yo me encuentro en ese espacio-tiempo. Esta, de alguna forma, va a hacer visible la “no presencia” del artista, que solo está presente por su geolocalización casi involuntaria.

A posteriori y enfrentada a esta obra está “D00m”, que es una pieza interactiva, en donde se habrá instalado un sensor de presencia, que lo que hace es que cada vez que un espectador entra a la sala registra de manera aleatoria una latitud y longitud dentro del planeta Tierra. Lo que va hacer este sistema es inventar posiciones ficticias de ese posible usuario que acaba de entrar a la sala y lo pone en otro lugar del mundo.

Luego tenemos la pieza “High Meshes”, que se mostrará por primera vez en formato instalación en Barcú. Es el resultado de un trabajo de registro digital a través de una técnica que se denomina fotogrametría, desde la que registré una base de datos de 135 personas desnudas para tener su morfología. Posteriormente, hay un “software” que conecta los cuerpos a través de diferentes parámetros y con esa información genera una serie de animaciones. Aquí hay una obsesión por el registro del ser humano y habla de un aspecto bastante poético, de una nueva caracterización del cuerpo del ser humano que no tiene nada que ver con nuestra tendencia sexual, política, económica, cultural o social, sino de un sistema digital que incide desde los datos puros de la estructura del cuerpo.

Por último, hice una pieza en oposición a “High Meshes”: la pieza “No Meshes”, en la que vamos a instalar una cámara a modo de un “set” fotográfico donde la gente va a poder tomarse una imagen que, a través de un “software”, identifica la silueta del espectador y la elimina. Entonces, ahí lo que hago es sacar el vínculo de todo lo que he venido hablando, y donde hay una eliminación absoluta de la figura del ser humano donde lo único que queda es su representación.

¿Qué puede significar el contraste del espacio anacrónico e histórico de la Candelaria, enfrentado a sus trabajos con un importante énfasis en lo digital?

En principio es una prueba irrefutable de que los límites de la tecnología no existen, que los tentáculos del público tecnológico, tanto en su parte comercial como en este caso, en su parte artística, tiene una frontera muy diluida. Eso me parece una gran clave metafórica de lo que puede ocurrir en esa semana en Barcú. Y, por otra parte, es un contraste para mí muy interesante. Los que estamos metidos en la tecnología nos aislamos y nos alejamos de otras realidades de entendimiento del mundo, también es ver cómo la pieza reaccione en un entorno que a priori no le corresponde. Es, finalmente, una oportunidad para acercar esas manifestaciones artísticas y una manera de resignificar los espacios.

Por Manuela Cano Pulido

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