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“Soy folclor, soy alegría, soy tristeza y desengaño”

Es en el Caribe donde se reportaron menos casos de trastornos depresivos, trastornos afectivos bipolares, esquizofrenia y otras sicosis. ¿Qué puede haber detrás de este sorprendente resultado de la Encuesta Nacional de Salud Mental?

Tatiana Acevedo
15 de junio de 2016 - 04:34 a. m.
El mote “somos Caribe”, relacionado con folclor, baile, reinados y homogeneidad en la felicidad, ha opacado las  diferencias de clase, de raza y género en el Caribe colombiano. / AP
El mote “somos Caribe”, relacionado con folclor, baile, reinados y homogeneidad en la felicidad, ha opacado las diferencias de clase, de raza y género en el Caribe colombiano. / AP
Foto: ASSOCIATED PRESS - Christian Escobar Mora

Pocos días después de mi llegada a una ciudad del Caribe colombiano me invitaron a un asado en uno de los muchos conjuntos cerrados. En este viven principalmente familias jóvenes. Como en otros conjuntos en ciudades de clima caliente, incluía una “zona spa”. Piscinas, jacuzzis, sauna, turco, baños y duchas se complementan con jardines y “espejos de agua”. El asado, en los jardines, transcurría sin novedad. Ya cerquita de la noche se interrumpió la conversación cuando tres mujeres atravesaron el corredor de la piscina y entraron a la mentada “zona spa”. Las tres mujeres negras, uniformadas de blanco y trabajadoras en apartamentos del conjunto como empleadas domésticas, se demoraron cinco, diez, quince minutos. (Lea Chequeo a la salud mental de los colombianos)

Los residentes se inquietaron. “¿Estarán metidas en el sauna o en el turco?”. Alguna se ufanó: “Voy a ir yo a hablar con ellas”. Alguien explicó que “se están duchando antes de irse para los barrios”, “que en esos barrios a veces no hay agua”. Finalmente se acordó tocar el tema en una asamblea extraordinaria de propietarios para prohibir la entrada de empleadas, celadores, jardineros y demás ayudantes a la “zona spa”. (Lea primera entrega de este especial: Tenemos que hablar de Horacio)

Algunas semanas después me reuní con el grupo de infractoras, con sus amigas, cuñadas y tías, que también trabajan en el servicio doméstico costeño. Las oí en sus casas en Malambo o Soledad. En barrios o áreas metropolitanas que abrazan otras ciudades del norte del país y estallan en creatividad y recursividad. Supe cómo, después de varios ensayos, institucionalizaron horarios para usar las duchas en los cientos de piscinas privadas de la región. Si no nos dejan entrar a donde está la piscina, ¿quién va a bañar a los niños? ¿Quién va a ponerles cuidado en la piscina? Se carcajean mientras me explican cómo fracasan las posibles prohibiciones y vetos de las señoras y señores. Supe también cómo se turnan entre conocidas, parientes y vecinos, para que siempre haya alguien en la cuadra que pueda prender las llaves y almacenar el agua de todos, si es que el agua llega en algún momento del día. (Lea 'Colombianos, ¿programados para ser indolentes?)

Así, en mi investigación sobre acceso a servicios públicos —agua, alcantarillado, saneamiento y electricidad— documenté distintos tejidos. Se entretejen las ayudas y consejos para conseguir, almacenar, regalar y fiar agua. Se turnan los hombres para trenzar cables de luz, encaramados desde arriba, en los transformadores de Energía Social. Se entrelazan historias o brazos para bailar (por las noches o el domingo, si toca descanso). Los hombres se cuentan cosas, las amigas se resumen las semanas, los niños recrean pormenores escolares. Se cruzan experiencias y aprendizajes en la frustración, la rabia, el desamor y las soledades. (Lea 'El cementerio de las familias colombianas')

Como carecen de infraestructura, los vecinos de barrios populares de la costa norte se ensamblan para suplirla, para hacer la vida vivible en la ciudad y la vereda, con pocas certezas y definidos por una actitud de apertura ante lo que traiga la jornada. Es esta textura de cuadra o camino, familiar y de vecinos, la que refleja, quizá, la última Encuesta Nacional de Salud Mental.

La encuesta entiende que la salud mental no se reduce al conjunto de trastornos o problemas, sino que engloba un sinnúmero de recursos, tratas, actitudes con las que las personas seguimos adelante en medio de vicisitudes (las nuevas, las acumuladas), sufrimientos y quiebres de gran tensión emocional. Para presentar sus resultados, los encargados dividieron el país en regiones: Bogotá, las regiones Central, Oriental, Pacífica y Caribe. Esta última incluye los departamentos de Atlántico, Bolívar, Cesar, Córdoba, La Guajira, Sucre, Magdalena y San Andrés.

Los habitantes de Colombia, según la encuesta, encuentran poca satisfacción en el trato con los vecinos. Esto con excepción de la costa norte, donde los lazos con la vecindad no sólo despiertan satisfacción, sino también confianza. Lo mismo sucede en las relaciones con jefes y maestros, con familiares, enamorados y amistades. Esta región se destaca a la vez por tener los hogares más extensos del país. Y porque es en el interior de estos hogares donde se presentan menos síntomas de malestares siquiátricos.

De acuerdo con la encuesta, y en el contexto nacional, es en el Caribe donde los niños presentan menos trastornos mentales. Entre los adultos hay menos síntomas de ansiedad o depresión y menor prevalencia de trastornos mentales. Es en el Caribe donde se reportaron menos casos de trastornos depresivos, trastornos afectivos bipolares, demencias, esquizofrenia y otras sicosis. Donde menos personas dijeron haber pensado o intentado quitarse la vida.

En el contexto de la costa norte, los resultados de esta encuesta merecen, tal vez, ser leídos con dos precauciones. La primera tiene que ver con la coherencia de estos resultados. Con ciertas grietas en la supuesta coherencia del total de las respuestas, pues las respuestas a algunas preguntas llevan a reflexionar sobre el contexto en que se contestaron otras. De todos los habitantes del país, por ejemplo, son los del Caribe los que encuentran más difícil acceder al servicio de salud mental. Este acceso es difícil incluso en el plano físico, pues para llegar a los consultorios de sicólogos u otros especialistas se demoran en promedio 15,8 horas. Este resultado abre un boquete: un grupo que encuentre obstáculos para acceder a un especialista que haga diagnósticos tendrá tal vez una definición distinta de “enfermedad” o “trastorno” que otro que acceda a citas fácilmente.

Otra respuesta complicada fue sobre la resignación. De todo el país, fueron los encuestados del Caribe los que dijeron sentirse más cercanos a la afirmación: “la vida me ha vuelto tan duro que a mí no me duele nada”. La contundencia de la frase, su fuerza, arropa todos los otros resultados positivos de la encuesta con una tela de melancolía.

La segunda precaución es histórica. Ya en el pasado se hizo promoción de la alegría de la región. Mezclando pedazos de literatura, vallenato y anécdotas, se logró romantizar la vida de la población. Este romance sirvió para fines electorales y políticos. Como una tierra de alborozo permanente la definió, por ejemplo, Enrique Santos Calderón, quien al regresar del Caribe afirmó que “aterrizar en Bogotá es pasar del realismo fantástico a la dura realidad”. Profesores como José Antonio Figueroa han documentado cómo mientras se construía este espacio mágico en el discurso, se arrasaba con el campesinado costeño organizado en la ANUC. Elizabeth Cunin ha descrito también la forma en la que el mote “somos Caribe”, relacionado con folclor, baile, reinados y homogeneidad en la felicidad, ha opacado la heterogeneidad y la profundización de diferencias de clase, de raza y género.

La región Caribe ha cambiado, pero hoy persisten tensiones viejas y las desigualdades no han disminuido de manera sustancial. Como se afirma en una esquinita del informe, la salud mental no se vive sin justicia social.

Por Tatiana Acevedo

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