— Por qué la economía no es (solamente) para los economistas
Hablar de economía, o llamar a un economista a opinar sobre ella, es de los actos más complejos en términos culturales y civilizatorios que podamos hacer, y es importante entenderlo de esta forma si queremos evaluar el programa del Pacto histórico como proyecto de transición. ¿Por qué? Porque la noción moderna de economía ha moldeado indeleblemente nuestras formas de pensar, de sentir y de vivir. Es uno de los ejemplos más claros, y más invisibles, de cómo somos prisioneros del pasado.
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— Por qué la economía no es (solamente) para los economistas
Hablar de economía, o llamar a un economista a opinar sobre ella, es de los actos más complejos en términos culturales y civilizatorios que podamos hacer, y es importante entenderlo de esta forma si queremos evaluar el programa del Pacto histórico como proyecto de transición. ¿Por qué? Porque la noción moderna de economía ha moldeado indeleblemente nuestras formas de pensar, de sentir y de vivir. Es uno de los ejemplos más claros, y más invisibles, de cómo somos prisioneros del pasado.
Quizás el factor más determinante de esta historia fue el surgimiento de dos ideas interrelacionadas: que existe algo llamado “economía” separado de la realidad social y natural, y que esta economía está poblada de “individuos” naturalmente competitivos y separados de la comunidad. Muchos procesos, en ascenso desde el Siglo XVII, estuvieron involucrados en esta invención, incluyendo la expulsión masiva de la gente del campo hacia las ciudades, la revolución industrial, el colonialismo, nuevos instrumentos financieros y técnicas de gobierno y corrientes filosóficas como el utilitarismo, entre otros. El desarrollo del capitalismo fue parte integral de estas transcendentales transformaciones y su principal resultado.
Estos procesos convergieron a comienzos del Siglo XIX alrededor de varias nociones inusitadas para la humanidad: la fragmentación de las diversas dimensiones de la vida en unidades aisladas: “economía”, “sociedad”, “política”, “naturaleza”, etc. (¡como si el complejo entramado de la vida pudiera parcelarse de esta forma!); el mercado autorregulado; la escasez como hecho natural de la existencia; la conversión del trabajo, la tierra y el dinero en mercancías; y la maximización del “interés propio” por sobre todo, bajo la premisa de que esta es la forma más racional de lograr el bien colectivo.
Aún vivimos con los resultados de esta invención. La cosmovisión moderna puso la sociedad al servicio de la economía como nunca antes, subordinando la sustancia de la vida (tierra, trabajo) al mercado y reduciendo las sociedades a meros agregados de individuos en supuestos mercados “libres”. Uno de los analistas más citados de este proceso civilizatorio, Karl Polanyi, diría que el despegue de la ideología económica moderna solo puede ser comparado “a la más violenta de las explosiones de fervor religioso que haya conocido la historia”. Aún estamos atrapados en este fervor y en los bucles tóxicos de la existencia que desplegó. Pero estas premisas son realmente “invenciones” pues son producto de la historia, y como tal pueden ser re-imaginadas, pues han producido sociedades tremendamente desiguales, excluyentes e insustentables y no son la única forma de ver la vida.
Se objetará que el portentoso desarrollo económico desde entonces lo justifica todo, pero esto ignora los múltiples impactos de este modelo de existencia. Quizás el efecto más profundo fue la comprensión patriarcal del humano como naturalmente competitivo, agresivo e individualista, ignorando que el humano también construye mitos, símbolos, cultura y comunidad, esenciales a la evolución humana, y que estos dependen más de la cooperación y de la convivencia que de la fuerza y la competencia.
El modelo neoliberal acendró estos rasgos, pero haciendo más visible su falsa promesa de abundancia universal basada en un crecimiento ilimitado. Hoy en día economistas famosos (ej., Piketty) reconocen muchas de sus falencias, incluso que el crecimiento económico acelerado con frecuencia ha coincidido con un marcado aumento de la desigualdad, algo ya conocido por algunos economistas estructuralistas en los 80 (y demostrado convincentemente para el caso de Brasil por Albert Fishlow, con quien tomé un seminario durante mi doctorado en California). Otros economistas famosos (ej., Stiglitz) cuestionan las supuestas bondades de la globalización, y la CEPAL ha reconocido el fracaso de los modelos de desarrollo de la época neoliberal. Estas críticas son importantes, pero aún asumen la existencia de la “economía” como realidad objetiva, con la ciencia económica como la encargada de la verdad sobre ella. Otras formas de concebir la economía han brotado que reintegran lo económico con lo ecológico, lo social y lo local (desde la economía ecológica y la economía social y popular hasta las economías feministas del cuidado, el decrecimiento y las economías comunitarias y circulares), y todo programa de transición tendrá que surtirse de estas tendencias.
Los departamentos de economía de las universidades de élite se siguen cerrando a toda crítica sustancial, incapaces de pensar que algo diferente y mejor sea posible, atrapados en la creencia de que el capitalismo es la culminación del progreso humano, el “final de la historia”, sin percatarse de lo que tantos movimientos sociales han sabido desde siempre: que este modelo de la economía es extremadamente destructivo, y que enfrentar la crisis actual requiere de una nueva economía centrada en la vida. Mientras que muchas comunidades intentan marginalizar la economía globalizadora de sus vidas y reconstituir sus modos de sustento bajo premisas de cooperación, solidaridad y el cuidado de la Tierra, gobiernos, medios e instituciones financieras y del desarrollo insisten en sus recetas de siempre.
En octubre del 2021, ante la creciente demanda social por una mayor democracia económica en los Estados Unidos, la Academia Americana de Artes y Ciencias, el más prestigioso cuerpo de académicos de ese país, nombró una “Comisión para Reimaginar la Economía” con la tarea de “repensar los principios, las métricas, las narrativas y las políticas que moldean la economía política de la nación”. Hay pocos economistas en la Comisión (Stiglitz entre ellos), cuyos miembros provienen de muchas disciplinas y esferas de la vida. Quizás tendría sentido crear comisiones de este tipo en Colombia, conformadas no solo por expertos, sino por líderes y lideresas comunitarias, portadores de concepciones transformadoras del conocimiento y del mundo, que podrían contribuir a redireccionar esferas claves de la política pública.
No quiere decir esto que los economistas sean irrelevantes. La propuesta de reforma tributaria presentada por el ministro Ocampo Gaviria (economista heterodoxo y conocedor de la historia del pensamiento económico) es indispensable. Además de generar recursos para las metas sociales y ambientales, contribuye a desnaturalizar la desigualdad, cuestiona la simplista idea de que entre más tengan los ricos mejor para el país pues solo ellos generan desarrollo, y se articula con otras áreas importantes del programa de gobierno. Pero comprender el papel de la economía en clave civilizatoria, como propusimos en la primera entrega de esta serie, demanda cuestionar la compresión del ser humano que hemos heredado de ella, pues ha derivado en individuos cada vez más egoístas e intolerantes de la diferencia, y caminar hacia un modelo posextractivista que reconozca los límites naturales, reintegrando la economía al cosmos vivo que habitamos. Este es el significado profundo de una economía para la vida, que beneficiaría incluso a aquellos que creen perder con las reformas, pues viviríamos en un país mejor para todos los seres vivos.
El reto para la economía es transformar de forma paulatina, pero sostenida, la estructura productiva del país bajo los principios de justicia social y ambiental, en clave femenina del cuidado y regeneración del tejido de la vida, reduciendo la desigualdad, la pobreza y la dependencia de combustibles fósiles con base en una concepción del Buen Vivir y Vivir Sabroso donde lo material esté en balance con todas las demás dimensiones de la existencia. Porque al someterlo todo a las leyes férreas del mercado, la economía no ha dejado espacio para la dignidad y el florecimiento de la vida. Por estas razones la economía es muy importante para dejarla solamente a los economistas.