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El editorial de El Espectador correspondiente al martes pasado recuerda que hace 70 años la sede del periódico ardió en llamas. Grupos violentos prendieron fuego también a la casa del expresidente Alfonso López y a la del reconocido dirigente liberal Carlos Lleras Restrepo. Era el 6 de septiembre de 1952.
El atentado de aquel día fue narrado por el expresidente Lleras Restrepo en declaración juramentada que, un tiempo después, recogió su hijo Carlos Lleras de la Fuente. Por esos mismos días lo resonó una valiente crónica de Guillermo Cano, y el valioso testimonio del exgobernador del Tolima Néstor Hernando Parra, entonces estudiante de derecho, alumno de Lleras y testigo presencial de los acontecimientos. El domingo anterior, fue recogido en excelente crónica del periodista Guillermo Pérez Flórez, publicada en este diario. Pérez recordó una historia que los colombianos olvidan.
Entre 1947 y 1957 el país vivió una década de dictaduras: Una civil y una militar, sucedidas desde la disolución de la Unión Nacional hasta el plebiscito que dio nacimiento al Frente Nacional. A partir de 1947 la violencia fue creciendo en forma exponencial, sobre todo después del asesinato de Gaitán y del atentado al maestro Echandía, en el cual murió un hermano suyo. En medio de agudo enfrentamiento partidario, el presidente de la Cámara de Representantes Julio César Turbay Ayala expresó que la reconquista del poder tendría como principal escenario el Congreso Nacional.
El 9 de noviembre de 1949 el gobierno decretó el estado de sitio y cerró el Congreso, algo que no ocurría desde la dictadura de Reyes. Ordenó cerrar las asambleas departamentales y censuró la prensa. Incluso neutralizó a la Corte Suprema de Justicia para fallar contra los decretos que pudieran ser acusados como violatorios de la Constitución. Los expresidentes Alfonso López, Eduardo Santos y Darío Echandía enviaron una carta al presidente Ospina argumentando que ningún jefe de Estado se había atrevido a clausurar el Congreso, ni a interferir al poder judicial. El presidente respondió culpando a los expresidentes del “espectáculo monstruoso que la capital presenció el 9 de abril”.
El gran inspirador de aquella política fue el presidente Laureano Gómez, quien en su discurso de posesión dijo que “la sola sujeción a las normas escritas, yertas y mudables, significa muy poca cosa ante la solemnidad augusta de prometer, como lo he hecho, el sometimiento irrestricto a las normas morales”. ¿Pero, quien señala tales normas? Era una muestra de desprecio a la ley positiva, la cual sí utilizó cuando fue opositor a otros gobiernos y cuando la acción militar puso fin al suyo, el 13 de junio de 1953.
El 30 de diciembre de 1952, en texto publicado en el diario El Siglo, Gómez anotó que “el sufragio convertido en mito, trató de implantar como supremo criterio de ética política la mitad más uno”. Así “la suprema y única forma de la legitimidad del poder, quedó reducida a un cómputo matemático”. Para el jefe del Estado “el sufragio excluye la excelencia de la dirección política y ni siquiera permite la mediocridad: impone la inferioridad”.
Resulta claro: Las dictaduras del medio siglo xx tuvieron el propósito de ‘falangizar’ a Colombia. No lo consiguieron. Vale la pena recordarlo porque, según se ve, dejaron herederos y sucesores.
