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En esta etapa de hiperconectividad en tiempos de pandemia, la sensación general es que gracias a celulares, video conferencias, chats, redes sociales, etc., todos estamos más cerca que antes. Pero coincido con el periodista y autor californiano, Scott London, cuando dice que lo que estamos es cada vez más distanciados y lo que tenemos hoy es una proliferación de monólogos sin precedentes. Pasamos el día recibiendo y mandando un montón de información, pero realmente no estamos sosteniendo un diálogo con nadie.
Veo como en la mesa las familias y los amigos somos incapaces de soltar los dispositivos por mucho tiempo y nos estamos relacionando a través de conversaciones como “Mira este video que me llegó”, “Hoy me mandaron un chat muy cierto, te lo voy a reenviar”. Y así, todos seguimos conectados a todas horas sin dialogar, solo nos bombardeamos los unos a los otros de información y creemos que con eso estamos en la misma sintonía. Cada uno está hablando solo de lo que le provoca sin ningún intercambio.
Esta tendencia del monólogo nos está volviendo cada vez más ciegos y más distantes, pues cada uno desde la situación en la que está cree que sus verdades son absolutas e inamovibles y, como consecuencia, nunca vamos a poder llegar a encontrar puntos comunes. Nada más alejado de lo que hay que hacer para poder salir de este lío en el que nos encontramos en Colombia en estos momentos. Tenemos que pensar en colectivo y la única forma de lograrlo es dejar el monólogo y movernos al diálogo.
¿Qué se necesita entonces para dialogar? Lo resumo en una palabra que no es nueva para nadie pero que hay que recordarla: empatía. La empatía es la que nos permite abrir la mente para entender el punto de vista de los demás sin juzgar y sin criticar, y así poder llegar a acuerdos comunes.
Somos un país sumamente diverso y, como consecuencia, lleno de estereotipos que nos están polarizando cada día más, lo que hace difícil el diálogo. Creemos que tenemos el derecho a señalar con desdén a todos los que concebimos como distintos a nosotros: “Este es de ultraderecha”, “Este es un mamerto”, “Este es un izquierdoso”, “Este es un politiquero”. Pero las diferencias no nos deberían alejar, por el contrario, nos deben unir. Si dialogamos con respeto y empatía y abrimos la mirada, la diversidad en lugar de traer desencuentros inmediatos, complementa y permite explorar entre todos el mejor camino posible. No se trata de un tire y afloje para bajar la presión sobre algunos grupos de interés, se trata de descubrir juntos qué es lo mejor para todos. También se trata de no juzgar a personas en particular, porque acá los individuos no existen, existe la colectividad. Entonces hay que analizar juntos aquellas estructuras, leyes, sistemas que no estén funcionando como deben. Pero hay que tener en cuenta que la apuesta al diálogo es de largo plazo, con lo cual, no supone acciones inmediatas que se vayan a ver hoy. El diálogo debe ser entonces recurrente, y no simplemente sentarse un par de veces y ya, porque así no vamos a construir el país que queremos.
Con la situación de confrontación que vive Colombia hoy se requiere del diálogo inmediato. El tema es que no sabemos dialogar, no es algo que hayamos incorporado en nuestra cultura individualista.
Por eso es que tenemos mucho que aprender de los japoneses, como lo dije en un artículo anterior. En la cultura japonesa siempre han prevalecido las necesidades colectivas sobre las individuales y la sociedad hace énfasis en el concepto de solidaridad colectiva. ¿Por qué Japón es reconocida como la sociedad más inteligente del mundo? Simple. Porque dos cabezas piensan mejor que una y ellos lo saben bien.
¿Cómo podemos dialogar?
Lo primero es escuchar activamente. Esto quiere decir que, en vez de estar oyendo para responder, hagamos el ejercicio de oír para entender. Validemos lo que los otros están diciendo a través de parafrasear las ideas principales a ver si las entendemos bien. Y preguntemos si efectivamente entendimos bien esa otra posición.
Segundo, hagamos preguntas que nos ayuden a entender mejor las ideas y posiciones de las otras personas. También poder hacer preguntas para verificar si otras personas están entendiendo lo que estamos diciendo.
Tercero, hagamos sugerencias a las otras personas y también tengamos apertura para recibir sugerencias que vienen de otros.
Cuarto, busquemos puntos en común, temas en donde estemos de acuerdo, y construyamos sobre eso.
Empecemos hoy en nuestra propia casa a mostrarles a nuestros hijos el camino del diálogo. Hagamos del espacio de la comida un tiempo sagrado, en donde promovemos el diálogo entre todos, aprendemos los unos de los otros, nos escuchamos, aprendemos a tener conversaciones difíciles y, con empatía y respeto, lleguemos a acuerdos fundamentales. Ese es el aporte que como sociedad debemos empezar a dar. En las conversaciones con amigos y familiares, procuremos oír y entender antes de reaccionar. En cuanto a las instituciones educativas, es nuestra responsabilidad mostrarles a los estudiantes el camino del diálogo. Educar no es entregar contenidos, es enseñar a pensar.
Cuando dialogamos con nuestros hijos y con nuestros estudiantes, los ayudamos a que desarrollaren conocimiento y pensamiento crítico, tomen consciencia de la comunidad a la que pertenecen, evidencien la importancia de la diversidad, aprendan a escuchar y a recibir retroalimentación, aporten, dejen la indiferencia, dejen de juzgar, de criticar, comprendan el poder de las palabras y como lo que dicen y deciden puede afectar a los demás, participen en la construcción de su entorno y de su país y entiendan la importancia de pensar en acciones de largo plazo y no inmediatas. Finalmente, lo que concluyen es que pertenecen a una comunidad más grande que ellos, que los necesita y a la que no solo no le sirven los monólogos, sino que le tienen sin cuidado. ¡Invitemos a un amigo o amiga a un café para arrancar nuestro diálogo!
