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Sin defender de ninguna manera la Inquisición, me parece que es claro que el Dr. José Fernando Isaza está confundiendo una admonición de la Inquisición de 1616, leída a Galileo por el cardenal jesuita Roberto Bellarmino por orden del papa Paulo V, en la que se le conminó a no enseñar el heliocentrismo, con la condenación del mismo tribunal 17 años más tarde (1633), con ocasión de otra obra de Galileo.
En la primera prohibición de la Inquisición no se le impuso ningún castigo a Galileo ni se prohibió ninguno de sus libros. Esa admonición fue criticada por los jesuitas del Observatorio Vaticano, encabezados por el mismo autor del calendario gregoriano, Cristóbal Clavius, por muchos de sus discípulos del Colegio Romano y también por el cardenal Maffeo Barberini, admirador de Galileo, quien siete años más tarde fue elegido sumo pontífice con el nombre de Urbano VIII en 1623. El nuevo papa lo siguió apoyando durante siete años más y lo invitó a Roma a dar razones a favor y en contra del heliocentrismo.
La Inquisición no condenó ningún libro de Galileo, sino que inscribió en el Índice de Libros Prohibidos las Revoluciones de Copérnico, que había sido publicado en 1543 y no había tenido ninguna objeción eclesiástica durante 70 años. Pero sí había sido refutado por el astrónomo danés Tycho Brahe hacia 1600, quien propuso otro modelo geocéntrico, y también fue criticado por Johannes Kepler, que, aunque aceptaba el heliocentrismo, mostró que las órbitas del modelo copernicano no podían ser circulares.
Entre 1616 y 1623, Galileo publicó tres libros más, sobre las mareas, los cometas y uno de los más valiosos, Il saggiatore (El ensayador, en español), sin ningún problema con el Vaticano.
La sentencia de la Inquisición de 1633 tampoco condenó a Galileo por herejía (solo dijo que parecía “altamente sospechoso de herejía”), sino por no haber atendido la admonición de 1616. Por cumplir Galileo 70 años, no lo envió a la cárcel, sino que lo confinó a su finca de Acetri, en donde pudo continuar su correspondencia con los científicos holandeses y recibir a muchos visitantes. Cuatro años después publicó su último libro: Discorsi e Dimostrazioni Matematiche intorno a due nuove scienze (Discursos y demostraciones matemáticas en torno a dos nuevas ciencias). En ese año quedó ciego y padeció muchas enfermedades. Murió cuatro años más tarde, en 1642.
Como estudiante de filosofía que fui de los jesuitas, le cuento también al Dr. Isaza que la mejor propaganda que se le podía hacer a un libro en esos cuatro siglos, en los que no había televisión, era inscribirlo en el Índice de Libros Prohibidos. Todas las bibliotecas de los jesuitas han tenido siempre una vitrina bajo llave con un ejemplar de cada libro prohibido, con un punto rojo en el lomo. Ya se imaginarán todos los lectores de El Espectador la atracción que sentíamos los estudiantes por esos libros, que nos hacía leer todo lo que nos exigieran nuestros profesores con tal de lograr que nos autorizaran la lectura de algunos de ellos.
Carlos Eduardo Vasco Uribe
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