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Su editorial del 27 de enero, “bienvenida al impuesto a los juegos de suerte”, tiene una excelente justificación. Sin embargo, pierde de vista que su destinación es apagar un incendio y no honrar al electorado que el presidente Petro ha defraudado: el presidente más incoherente de la historia. Además de la corrupción que contagió a su primera línea de colaboradores, prefirió derrochar en publicidad y subsidiar el contaminante diésel antes que a los nadie.
Un anagrama de Petro, “torPe”, describe esa disonancia, comprendiendo lo infame, inepto y rudo de quien se resiste a aprender que debía corregir su talante para dar ejemplo de cambio, integrar un equipo capaz de priorizar, concertar y ejecutar. Además de las deficiencias de aptitud entre quienes ocupan altos cargos estatales, abundan los trastornos actitudinales desde el jefe de Estado, pues cada intervención suya, atrincherada en X o trepada sobre algún desnivel, exuda autoritarismo.
Protágoras, sofista griego, advirtió en Los discursos demoledores que los humanos manipulamos la medida de todo. Así, cada bando prepondera la popularidad del respectivo caudillo y relativiza la gravedad de sus errores, aunque por los mismos penalizaría a sus opositores. Ahora, teniendo rabo de paja, Petro respaldó al estalinista Maduro, tal como lo hizo con su exembajador en Venezuela, Benedetti.
Petro demostró la teoría del decrecimiento que tanto “apuntala”, porque el anuncio unilateral que hizo sobre el canje de deuda supuestamente convenido con Alemania quedó reducido a nada. El cinismo petrista también era puro humo pues, aunque despreciaba las riquezas y las convenciones del establecimiento, destinó el Gobierno al nepotismo y su séquito ostenta marcas lujosas y consumos conspicuos.
Su socialismo del siglo XXI defraudó. La reforma tributaria agravó el desequilibrio del recaudo. No desplazó la carga de las empresas hacia los individuos, como prescribía Piketty, debilitó más a las vulnerables mipymes –matrices del escaso empleo formal– y tampoco eliminó los exagerados beneficios tributarios que incentivan la elusión.
Petro mutiló los subsidios tras extirpar recursos de salud, educación y vivienda, e improvisó unas “cooperativas productivas” sin formación en emprendimiento, estudios de mercado ni articulación gubernamental. Entretanto, Mazzucato disimula las subvenciones apropiadas por Apple.
El petrismo benefactor jamás existió. Solo el 1 % de los colombianos que lo apoyaron en las urnas recibió retribución. Los paladines de la justicia social evadieron la reducción de los salarios y beneficios con los cuales la burocracia los bendice, y la inocentada de Bolívar fue imitar a la Cabal ordenando a “los nadie”: ¡a trabajar, vagos!
Finalmente, Robledo y demás ídolos de la izquierda tampoco supieron ponerse de acuerdo en lo fundamental: qué es “humanismo” y cómo unirse para aterrizar soluciones al malestar, la desigualdad y la desintegración. Así, siguen quedando reducidos al absurdo o la burla, como ilustraba Second from Last in the Sack Race (Nobbs, 1983).
Germán Eduardo Vargas
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