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En su columna de El Espectador del 28 de marzo, Juan Carlos Botero lanzó una teoría que otros habíamos descartado por su excentricidad: que Gustavo Petro y Donald Trump se parecen. Y sí. Los acercan su discurso incendiario, acciones adversas a los objetivos que dicen perseguir, y su pasmosa capacidad para dividir sus países, condenándolos al odio.
Así como en Colombia el proyecto de la Paz Total nos trajo más guerra, numerosos analistas internacionales coinciden en que la imposición global de aranceles por parte de Estados Unidos es una medida económica regresiva para todos. Pero Trump y Petro no son similares solo en lo malo, sino también en lo bueno. Ambos se las arreglaron para cautivar cuerpos electorales representativos. Y si no hay nómina de bodega que pueda pagar la virulencia de muchos petristas en X, qué decir de los más de cien millones de seguidores de Trump en esa red. ¿Cómo llegamos a eso?
Debemos reconocer que ambos supieron hablarles con simplicidad a las masas de temas complicados. ¿Sabremos replicarles en iguales términos, sin dividir más nuestros países y comunidades, contrario a esa geopolítica de neopopulismos? Trump debe saber que nadie se opone a que Estados Unidos se enfoque en el bienestar de sus ciudadanos, sin intervenir forzosamente en otros países. Pero si desde del discurso la iniciativa se trasforma en una pugna racial que atropella inocentes, todo empeorará. Petro debe saber que nadie se opone a llevar salud, educación y alimentación a los lugares olvidados del país. Pero si eso da lugar a nuevos focos de corrupción que entronizan incompetentes, los problemas de Colombia solo empeorarán.
En las políticas públicas, si los medios para obtener un fin lo exceden en sus consecuencias adversas, ese fin se diluye. Son las formas y no las intenciones las que lo determinan. En la política como en la escritura, la forma es el mismo contenido que nos da el resultado. Ojalá lo entendamos.
Ricardo Andrés Manrique Granados
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