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A propósito del editorial del 13 de marzo, titulado “Dejar morir La Rolita sería un error garrafal”. La defensa de La Rolita como una solución emblemática en el transporte público de Bogotá, a pesar de que intenta proteger un proyecto que ha suscitado emociones de esperanza, considero que constituye un error estratégico. El concepto de preservar un modelo que ha exhibido deficiencias estructurales y legales, y que ha sufrido numerosos tropiezos administrativos, resulta perjudicial. Lo que comienza mal, acaba mal, y en esta situación, mantenerse en La Rolita podría impedir la auténtica transformación que la ciudad requiere.
Aunque se valora la importancia simbólica de La Rolita por evidenciar que la gestión pública puede ser factible, no podemos negar que este proyecto nació con problemas. Esos inconvenientes no son simplemente detalles, sino indicativos evidentes de un modelo que, por más ventajas aparentes, se ha edificado sobre fundamentos inestables. Esencialmente, mantener un proyecto de este tipo es perpetuar errores que ya han evidenciado su costo en cuanto a la gobernabilidad y la confianza de los ciudadanos.
El compromiso con el transporte público en Bogotá es innegable, pero no debe medirse en función de proyectos con imperfecciones que, lejos de innovar, se convierten en un lastre para la gestión de la movilidad. La Rolita, con todos sus beneficios puntuales, no puede ser el referente a seguir si no se aprende de sus errores. Es imprescindible arrancar desde cero, tomando lo mejor del espíritu que motivó su creación, pero diseñando un modelo nuevo que corrija las deficiencias del pasado.
Desde mi perspectiva, la solución pasa por reconocer que un sistema de transporte público debe fundamentarse en la transparencia, en la rigurosidad de sus procesos y en la capacidad de adaptarse a las necesidades reales de la ciudad. No se trata de aferrarse a un símbolo, sino de impulsar un cambio estructural que permita una administración eficiente, sostenible y democrática. Abrazar la innovación implica estar dispuestos a dejar atrás lo que ha demostrado ser problemático y construir, con participación ciudadana y compromiso político, una solución integral que no rehaga viejos errores.
El llamado a “salvar La Rolita” puede ser entendido como un impulso emocional, pero el bienestar de los bogotanos y la calidad del servicio deben prevalecer sobre sentimientos nostálgicos. La verdadera transformación se logrará si se aprende de las lecciones del pasado, se reconoce la necesidad de cambio y se apuesta por proyectos nuevos que integren tecnologías modernas, políticas de participación efectiva y un marco legal robusto que garantice el correcto funcionamiento del sistema.
En definitiva, aunque La Rolita tiene un valor simbólico innegable, sostener un proyecto defectuoso en nombre de la tradición y la conveniencia podría ser el mayor obstáculo para la evolución del transporte en Bogotá. Es tiempo de dejar morir lo que ha comenzado mal y construir, desde cero, una nueva propuesta que encarne el espíritu de cambio y modernización que la capital clama. Solo así podremos transformar la experiencia diaria de millones de ciudadanos y avanzar hacia un futuro más prometedor.
Alberto Lozano
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