Durante este largo y doloroso mes han salido a la luz cambios trascendentales en la sociedad colombiana, de manera que desconocerlos es el peor error que podemos cometer. No se trata solo de ese país que saldrá de la mayor conmoción social en nuestra historia reciente, sino del que ya se evidencia en las calles de las ciudades grandes y pequeñas. Nuevas realidades han surgido y deben empezar a ser analizadas, por ello es necesario señalar al menos algunas de ellas.
La politización de la juventud, algo que quienes tenemos contacto con este grupo de la población llegamos a creer que no sucedería. Es decir, la identificación de su papel en la definición de objetivos, prioridades y mecanismos para lograr ese mundo en el que aspiran a vivir ellos y sus descendientes. La política, en el mejor de los sentidos, como “el espacio donde de manera pacífica se resuelven las contradicciones propias de cualquier sociedad”.
Es en ese contexto que se debe entender su persistencia de seguir en las calles, porque son conscientes de las razones que explican su exclusión y la de sus familias, no solo ahora sino desde siempre. Pero ellos no se resignan y con la Constitución en mano, como se observa en una fotografía recogida por este medio, están en la lucha por hacer realidad el gran cambio. Afirman algunos que ellos son hijos del conflicto armado y han sido testigos de excepción de la resignación de sus padres, tal vez porque no veían salidas y porque no evidenciaban cómo se acumulaba la riqueza en unos pocos. Hoy se acabó la resignación, entre otras razones, porque día a día se constata que esa desigualdad, lejos de reducirse, crece.
Las mujeres, con su inmenso activismo y su papel político, participan en las marchas dejando al lado todas las amenazas que reconocen. Es otra generación que por fin cierra brechas de género en temas de ciudadanía y de construcción de ese nuevo país. Las madres que, además de defender a sus hijos, también están jugando un papel político corriendo riesgos sin dejar de asumir esa responsabilidad de alimentar a la juventud. Las madres de primera línea son un hecho que ya se recoge en medios internacionales como una nueva realidad que demuestra cómo las mujeres no son solo cuidadoras, sino protagonistas de esa transformación política, social y económica que se espera.
La territorialidad, el reconocimiento de que Bogotá no lo sabe ni lo dice todo, sino que cada territorio, aun dentro de las ciudades, tiene su propia narrativa de esta situación, sus propias demandas y exige autonomía para su manejo. Es decir, el centralismo que ha caracterizado a este país entró en una crisis saludable, que debe terminar en el cierre de brechas regionales tan desconocidas, tan subestimada por las autoridades del Gobierno central.
El proceso de paz ignorado y el costo de no haber entrado al posconflicto pueden explicar la forma violenta como la Policía ha actuado, porque sigue la lógica de combatir al enemigo. Hoy se revive la necesidad de consolidar ese proceso como parte de la agenda del nuevo país que ya se está construyendo.
Las redes sociales, que han puesto en jaque a los medios de comunicación tradicionales y que, sin desconocer la existencia de fake news, hacen un inmenso aporte a la verdad. Es el discurso frente a la imagen que se ha convertido en la forma de conocer la realidad. ¿Alguien puede negar que individuos de sectores de esta sociedad han disparado a manifestantes estando al lado de miembros de la Fuerza Pública?
El gran pecado que no pueden cometer este Gobierno y el Centro Democrático es ignorar que Colombia ya no es la que gobernaron con Álvaro Uribe. Ni la Seguridad Democrática ni la confianza inversionista tienen cabida. La gente, especialmente la juventud no solo pobre sino de todos los niveles de ingreso, ya perdió la paciencia; ellos son pacifistas, ambientalistas, solidarios, feministas y creen en la imperiosa necesidad de construir un país equitativo y justo sin violencia.
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