La responsabilidad inocultable del pensamiento dominante que se cultiva en muchas universidades.
Ciertamente, este gobierno nos parecerá muy largo, pero acabará. Lo que no acabará en 2026 son las ideas, mentalidades y narrativas que explican, en buena medida, el ascenso al poder del actual mandatario y lo que hasta ahora nos ha ofrecido de gobierno. Así que debemos tratar también con el sustrato que perdura y puede producirnos más populistas.
Una amplia parte de la intelectualidad colombiana se ha sentido identificada con Gustavo Petro y ha actuado políticamente en consecuencia. Le ha prestado apoyo coordinado en momentos clave, como en 2013 y 2018, y reclamó su triunfo como propio en 2022. Petro no solamente ha sido su líder político, sino también su líder ideológico e intelectual en diversos asuntos.
Lo que el presidente y sus ministros representativos están haciendo refleja un pensamiento cuya matriz se ha cultivado durante décadas en universidades, incluso sofocando el pluralismo que es un deber, especialmente en algunas universidades públicas. También hay universidades privadas que crean centros de estudios no para una temática o problemática, sino para una determinada teoría o enfoque de la temática.
El radicalismo de algunos ministros se formó en lo que llaman academia militante, que con frecuencia tiene por entorno físico murales y monumentos que glorifican la lucha armada (sí, todavía). Y un entorno de valores, de sensibilidades, un ethos que ha visto durante lustros cómo el caudillo maltrata reglas de la comunicación académica e intelectual en el discurso público, sin hacer algo para contener la radicalización de la juventud universitaria, que implica un empobrecimiento intelectual.
El presidente Petro es lo que se ve, lo que se percibe, el síntoma de algo más profundo, un universo de ideas y sensibilidades que no están siendo sometidas a contrastación y debate donde se reproducen, que luego circulan por todo el organismo social. Esas ideas son “anti” todo lo que ha costado tanto construir, en parte porque tienen el ADN marxista y leninista de obligarnos a un mundo nuevo (e imposible).
El espíritu de mejorar y cambiar dentro de lo construido fue arrinconado en la imaginación de la juventud por el espíritu de “A quemarlo todo”, alimentado por múltiples teorías que se importan y se enseñan acríticamente. No es casualidad la conexión de cientos de universitarios con la “Primera Línea”, su romanticismo y su violencia, y la conexión de la “Primera Línea” con el pensamiento y la sensibilidad del presidente y su movimiento político.
Así que una franja grande de la intelectualidad colombiana carga con una inocultable responsabilidad en lo que está pasando y lo que pasará con el gobierno Petro, que básicamente es que el cambio que quieren no lo pueden hacer con la democracia representativa, la economía de mercado y la sociedad pluralista que tenemos. Es decir, que se trata de un tipo de cambio que requiere una dictadura, como las que nacen de tomarse el poder por las armas.
Si el presidente insiste en ese tipo de cambio, esa intelectualidad caerá con él en el abismo del descrédito tras la evidencia abrumadora de una equivocación profunda de pensamiento.
Es el momento, pues, de una de esas acostumbradas cartas de intelectuales sobre Petro, esta vez autocrítica. Ojalá condenando la violencia moral y simbólica que cohíbe el pluralismo.