Una realidad que todavía compartimos en Colombia es la música. Sabemos que cada vez cuesta más conversar sobre la actualidad con familiares o personas de otras generaciones. Cada quien tiene su agenda noticiosa propia porque se informa con su algoritmo, pero la música sigue siendo uno de los temas sobre los que podemos hablar: casi todo el mundo tiene en mente a las estrellas que más suenan. Básicamente, ya nadie ve el mismo noticiero, pero todos sabemos justo en qué momento gritar: “¡Bebé, qué fue!”.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Lo noté hace poco porque chats familiares y otros, que suelen permanecer mudos para evitar enredos políticos, empezaron a activarse con un video del Grupo Niche cantando Suerte, de Shakira, para anunciar que la orquesta estaría en los conciertos de la barranquillera en Cali. “Ah, de esto sí podemos hablar”, pensé. Y lo constaté revisando el pasado reciente del chat: comentamos sin líos el lanzamiento de Tropicoqueta de Karol G, el Tiny Desk de Carlos Vives, la visita de Feid a Japón y el éxito de Camilo en España. Tal vez en marzo no estemos votando por listas al Congreso sino por playlists para paseos de Semana Santa.
Compartir una percepción común de la realidad es esencial para la convivencia. Es el cemento que junta las bases de la deliberación pública. El problema, como he señalado antes, es que la fragmentación digital ha ido agrietando ese suelo común. Muchas de las conversaciones colectivas que solíamos tener como país están quedando en el vacío. Y bueno, creo que la música es un lugar en el que aún podemos reencontrarnos. Si ese es el camino, pronto la versión del himno nacional de las seis de la mañana podría ser un remix producido por Ovy On The Drums.
A falta de otros consensos sociales, hoy podemos reconocernos en los demás a través de las emociones de la música popular colombiana, la misma que ha conquistado el mundo y que ha transformado nuestra imagen desde dos puntos mucho más diversos que el centro del país. Uno es Medellín, ya consagrada como una de las capitales globales del género urbano; y el otro, sin duda, es el Caribe colombiano, cuna del vallenato, la champeta, la cumbia y una multitud de ritmos autóctonos que se han mezclado con el pop. Si Simón Bolívar hubiera imaginado que la unidad dependía de la música, habría fundado una discográfica y no una república.
Por eso no sólo me emocionó ver a Shakira con Niche, sino también bailando con Beéle al ritmo de los tambores del Currucuchu de La Niña Emilia. Y no fue nada más porque, como ya lo he declarado, soy gran fan de ella, sino porque ahí vi dos generaciones conversando a través de sus raíces barranquilleras, sin juicios más allá de la música que les une, algo muy similar a lo que necesita hoy la sociedad colombiana. Muchas familias se han distanciado por formas de pensar diversas, pero la música puede hacer que en su próxima reunión los prohibidos no sean los temas de religión y política sino los pasos para sacar a bailar a la tía.