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En su columna del 19 de febrero, “La primera respuesta tendrá que ser ‘nyet’”, Andrés Hoyos discute los riesgos —regionales y globales, materiales y reputacionales— que surgen de los diálogos entre Estados Unidos y Rusia para dar fin a la guerra en Ucrania.
Hoyos correctamente plantea que, si se toma una decisión unilateral sobre el futuro de Ucrania, buena parte de la comunidad internacional “se le va a ir encima” a Washington y a Moscú. Él también acierta cuando afirma que “Zelenski y su gente van a tener un decir sobre cualquier cosa que los afecte”. De esta manera, él sugiere que cualquier acuerdo a expensas de Ucrania está destinado a fallar.
En estos puntos, el autor da en el clavo, pintando un panorama sombrío (para Ucrania, para Europa y para la seguridad internacional) que contrasta con las “ilusiones varias” en las que trafica Trump. Pero la columna de Hoyos también contiene vacíos e imprecisiones que vale la pena refutar. “Nyet”, dirían los hechos, a tres afirmaciones cuestionables en el texto.
Primero, Hoyos reclama que, si Trump retira el apoyo a Ucrania, “[e]nfrentaría una reacción brutal en los propios Estados Unidos”. En el texto, incluso, se eleva la posibilidad de que figuras al interior de la administración, como Keith Kellogg, enviado especial para Ucrania y Rusia, renunciarían en protesta.
¿En dónde está el error? ¿En pretender que habría una reacción a tal decisión? No, por supuesto que a la Casa Blanca le lloverían críticas si le da la espalda a Ucrania. El error yace en pensar que la base conservadora de Trump se uniría a esa “reacción brutal”, maniatándolo en sus designios. Para ilustrar, una encuesta de Pew, realizada del 3 al 9 de febrero, encontró que 47 % de quienes se identifican como republicanos dicen que EE. UU. está proveyendo “demasiada” ayuda a Ucrania, mientras que solo el 10 % dijo que esta “no es suficiente”. Esto contrasta con las figuras de quienes se identifican como demócratas, del 14 % y 35 %, respectivamente. Esto debe servir de lección tanto para Ucrania como para Colombia: el público estadounidense no aminorará los peores impulsos de Trump.
Segundo, Hoyos pone demasiada fe en la capacidad y voluntad de los europeos de solidarizarse con Ucrania y disuadir a Trump. Sin los europeos en la mesa de negociación, “ningún pacto… tiene la menor solidez”, dice él. Como evidencia, se refiere a la reunión de líderes europeos y de la OTAN que se realizó este pasado lunes en París para desarrollar una postura común al giro en la postura estadounidense en Ucrania. Pero, ¿qué frutos dio el encuentro? No hubo comunicado conjunto. No hubo anuncios. No hubo unidad. Europa hoy está fragmentada. Tampoco ella será la respuesta.
Finalmente, Hoyos sobreestima la capacidad de los ucranianos de resistir una resolución impuesta por Washington. De hecho, esta es la premisa de su columna, que “la primera respuesta [de Ucrania] tendrá que ser ‘nyet’”, y que, así las cosas, no le queda más opción a los ucranianos que “seguir su lucha”. Acá, Hoyos presenta una visión romántica del ucraniano patriótico que se lanza contra todas las fuerzas que buscan someterlo, incluso contra la voluntad combinada de Washington y Moscú. Pero esta es una fantasía, una que desconoce el poder estadounidense y que ignora la devastación de 11 años de guerra. No, Ucrania no podrá resistir. En esta ocasión, para aludir a Tucídides, los fuertes harán lo que pueden y los débiles sufrirán lo que deben.
Vivimos en tiempos inciertos y convulsos, en los que el mundo como lo conocíamos está llegando a su fin. En estas circunstancias, análisis como el de Hoyos son valiosos, pero sus desaciertos también son riesgosos, abriendo la puerta a que, como país, tomemos decisiones erradas a partir de lecturas estrechas sobre la realidad internacional. En los años por venir, la responsabilidad que tenemos como expertos y opinadores ante el público colombiano en espacios como este solo crecerá. Asumamos esa responsabilidad con altura.
