*Invitamos a nuestros columnistas a contarnos de las ideas que defendieron y que, ahora, perciben de manera diferente. Esta columna es parte del especial #CambiéDeOpinión.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
A lo seis años ya está superada la etapa del “¿por qué?”, pero las preguntas, si uno sabe cultivarlas, son para toda la vida. Y mejor aún, si hay suerte, se recibirán respuestas buenas, las que abren el camino para renovados interrogantes. A aquella edad me enfrenté a lo que considero mi primera pregunta seria. Mi encuentro con el Catecismo del padre Astete me marcaría. “Fe es creer lo que no vemos porque Dios lo ha revelado”. Mis perplejidades: ¿qué significan “creer”, “ver”, “Dios”, “revelar”? Como no obtuve una explicación aceptable, me quedé con la manía de dudar. Mucho tiempo después comenzaría a comprender que la duda es el mejor alimento del cambio y quizás por ello llegaría a fascinarme Heráclito: todo fluye, y más tarde Lao Zi, Confucio y el budismo.
Durante mi trasegar ha sido inevitable eludir esta pregunta: “Y tú, ¿qué opinas?” Para recibir respuestas de esta laya: “Pues yo creo que las cosas pueden verse distintas, según mi punto de vista”. Y hasta ahí llega la opinión. En mi caso generalmente me quedo esperando el siguiente paso, que es el de la argumentación. Porque la simple opinión no explica el sentido de “creer”, “ver”, ni “punto de vista”. Pareciera que todos hubiéramos sido embebidos en el molde de Astete.
Video: Willington Ortiz: héroe de la selección Colombia, Millonarios y el América de Cali
El gran problema con la opinión es la validez. No se trata de algo real, y muchas veces es el resultado de manipulaciones. Recordemos cómo ganó el No en el plebiscito sobre el Acuerdo de Paz. Y recordemos también lo que significa el efecto Dunning-Kruger, que en pocas palabras quiere decir: cuanto menos sabemos, más creemos saber. Esto conduce a un mar de opinadores que se multiplican a medida que crece la ignorancia con resultados que se reflejan bien en los cocteles sociales en donde todos arreglan el país para que al día siguiente todo siga igual.
Por eso es importante referirme a la columna de Piedad Bonnett, en la que nos ilustró sobre los efectos de la “lectura profunda” y la “lectura saltamontes” al tiempo que nos recordó que “el 60 % de los niños de 10 años no entiende un texto simple”. Y agregó: “para que haya complejidad de pensamiento se necesita complejidad de lenguaje. Y eso sólo lo da la lectura profunda”. Lo que esta realidad nos está mostrando es la profundización de la ignorancia, que me condujo otra vez al tema de la agnotología, especialidad que comenzó a formarse en los años 60 a raíz de los debates sobre los riesgos del consumo de tabaco en Estados Unidos. El profesor Robert N. Proctor de la Universidad de Stanford confirmó que las tabacaleras conocían los riesgos, pero fueron exitosas en un mercadeo cuyo objetivo fue sembrar dudas sobre las campañas para erradicar el consumo.
Al lado de los campos que se han abierto a la investigación dentro de la agnotología, las fake news, las deepfakes, las bodegas, los algoritmos, todos son pocos al lado de los mecanismos con los que las sociedades propician, crean y ahondan la ignorancia. En nuestro medio sería suficiente con registrar las manipulaciones alrededor de la paz, de la violencia, del cambio climático, de las reformas del Estado, de la economía. En palabras de Proctor:
“Vivimos en una era de ignorancia, y es importante entender cómo llegó esto y por qué. Nuestro objetivo es explorar cómo se produce o mantiene la ignorancia en diversos entornos, a través de mecanismos como la negligencia deliberada o inadvertida, el secreto y la supresión, la destrucción de documentos, la tradición incuestionable y una miríada de formas de selectividad cultural inherente (o evitable). La agnotología es el estudio de la creación de ignorancia, de lo perdido y olvidado. Uno de los focos está puesto en el conocimiento que podría haber sido pero no fue, o debería ser pero no es, pero también veremos que no toda ignorancia es mala”.
De esos episodios que dejan huella, recuerdo al presidente Lleras Camargo a la entrada de San Carlos. Varios periodistas, grabadora en mano, le hacían preguntas. Lleras les dijo: “envíen sus preguntas por escrito y por escrito las contesto”. Me quedó claro que quienes querían arrancarle una opinión al presidente debieron conformarse con una respuesta.
Tendría que concluir diciendo que no he cambiado pues sigo moviéndome en el cambio. Esquivo la opinión y sólo pretendo acicatear la curiosidad y el potencial del lector para que busque nuevas alternativas, para que dé un paso adelante, para que se atreva.