El lunes 23 de junio se conoció un comunicado de prensa del presidente de la Asociación Colombiana de Cirugía, dr. Jorge Herrera Chaparro, en los siguientes términos: “ En días recientes, durante una intervención pública en Medellín, el señor presidente de la República expresó: ‘Por eso es que la medicina en este país es tan mala: porque solo los hijos de los ricos la estudian. Y cuando terminan se la pasan todo el día tomando tinto en la 93′. Como presidente de la Asociación Colombiana de Cirugía y como cirujano general con más de 40 años de ejercicio ininterrumpido en hospitales públicos de Colombia, considero indispensable alzar la voz en nombre de quienes honramos la medicina desde la ciencia, el sacrificio y la ética.
La medicina en Colombia no es mala. Lo que duele es el sistema que, muchas veces, la precariza: contratos inestables, guardias mal remuneradas, falta de insumos, de camas, de especialistas, y una deuda histórica con la salud pública que recae sobre los hombros de médicos y cirujanos que, a pesar de todo, no abandonan su vocación. En esta nación, la cirugía no es un privilegio, es una lucha diaria. La ejercen mujeres y hombres que, sin importar su origen socioeconómico, se han formado con esfuerzo en universidades públicas y privadas, han enfrentado la dureza de los hospitales rurales y las salas de urgencias sin tomógrafo, y con el paciente como único norte. No estamos en la zona rosa tomando café. Estamos en quirófano salvando vidas. Como cirujanos, no pedimos aplausos. Pero sí merecemos respeto. Un país que ofende a sus médicos se condena al desarraigo de su vocación sanitaria.
Desde la Asociación Colombiana de Cirugía reafirmamos nuestro compromiso con una medicina digna, humana y basada en evidencia. E invitamos al Gobierno Nacional a construir un diálogo respetuoso, que reconozca el valor del talento humano en salud como eje de una reforma estructural y no como blanco de estigmas injustos. Con respeto por el país, por la verdad y por la cirugía, atentamente,” y sigue la firma del doctor Herrera.
Contrasta que el presidente Petro, quien previamente había prometido la moderación en la polarización y el lenguaje estigmatizante, arremeta contra la profesión médica, y la respuesta ponderada del doctor Herrera, con la que se han solidarizado las instituciones hospitalarias, las asociaciones científicas y la sociedad civil.
En la columna “la Pirámide educativa del talento humano en salud” (28-12-24), se afirmó que los profesionales del sector han hecho el recorrido por los diversos niveles del sistema educativo: de la educación básica a la superior, a las especializaciones y subespecializaciones, y que parte del proceso de formación permanente es la educación continua, por la introducción de las nuevas tecnologías en las diversas especialidades que requieren entrenamiento. La desarrollan las universidades y los hospitales afiliados, las sociedades científicas reconocidas, a través de sus eventos anuales y regionales. Esa dedicación acredita el respeto por la medicina colombiana, cuya misión es la preservación de la salud de los pacientes, en los diversos niveles de complejidad. Por consiguiente, no es cierta la aseveración presidencial que la “medicina en este país es tan mala”.
En las diversas profesiones que componen el espectro del sector salud, se reconoce que los formados en el sistema educativo y hospitalario de Colombia, que por variadas razones han emigrado a otros países, son enormemente apreciados en los entornos universitarios, hospitalarios y en las sociedades científicas, por su preparación y su dedicación en el ejercicio de las actividades asumidas. Supone que los requisitos para la acreditación de las facultades universitarias de las ciencias de la salud colombianas sean compatibles con los establecidos internacionalmente. Esa responsabilidad recae en el Estado, en los ministerios respectivos de Educación y Salud, en los rectores de las universidades y en los decanos de las facultades correspondientes.
La precariedad en ciertas áreas de las especialidades médicas no puede resolverse sacrificando la calidad de las escuelas de formación, porque siendo la medicina una profesión “intensamente moral”, como la definía el doctor José Félix Patiño, su misión es la preservación de la vida digna de los pacientes que estén a su cuidado.
Contra esa consigna emerge la comercialización de la educación y del ejercicio profesional contaminado por el ánimo de lucro de la sociedad contemporánea, que obnubila el cometido moral de las ciencias de la salud. Igualmente, la presión proveniente de las industrias asociadas en medicamentos, equipos, accesorios de las tecnologías de última generación, que pretenden instrumentalizar a los profesionales necesitados de mejorar sus ingresos, desprestigiando la dignidad de las especialidades médicas.