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La avaricia

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Isabel Segovia
02 de noviembre de 2022 - 05:30 a. m.
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El Gobierno radicó en el Congreso el proyecto de reforma tributaria que busca recaudar un monto significativo de recursos para poder enfrentar la actual crisis económica e implementar varios de los programas dirigidos a mejorar la calidad de vida de los colombianos. Con la mayoría de los senadores y representantes a su favor, se esperaba poder aprobarla rápidamente; sin embargo, muchos de nuestros honorables congresistas han entorpecido el proceso para recibir algo a cambio y, ante la posibilidad de que les reduzcan sus altamente subsidiadas y sustanciosas pensiones, presionaron al Gobierno para que retirara ese artículo de la propuesta.

Los expertos en la materia afirman que incluir un impuesto a las pensiones de más de $10 millones es justo y viable por muchas razones, las cuales se encuentran claramente descritas en este diario por el constitucionalista Rodrigo Uprimny, en su columna del pasado domingo. En términos de recursos recaudados, seguramente retirar esta propuesta no significará gran cosa, puesto que los beneficiarios de pensiones en general, y específicamente de aquellas elevadas, son muy pocos. Pero, más allá de si el impuesto era conveniente o no, haberlo negociado para suprimirlo del proyecto de ley demuestra una vez más la esencia de una sociedad cuyos privilegiados, poderosos y dirigentes, sólo velan por sí mismos.

Los impuestos son la columna vertebral de un país equitativo y justo. Es imposible contar con sociedades que garanticen que sus ciudadanos gocen, por lo menos, de un mínimo bienestar y cuyas necesidades básicas estén satisfechas sin una estructura impositiva que redistribuya los recursos. En naciones donde esta premisa es clara y transparente, la discusión entre sus habitantes se centra en el monto por cobrar, jamás en quiénes deben asumir la mayor carga impositiva. En Colombia no sólo no hemos logrado definir el monto ideal, sino que los ricos y poderosos todavía piensan que deben pagar poco y hasta ningún impuesto; pero, eso sí, el Estado tiene que ver cómo se las arregla para construir un país económica y socialmente viable, seguro, con buena infraestructura y cuya población tenga una calidad de vida mínimamente digna.

Las excusas para no pagar son múltiples: la corrupción, la ineficiencia, si el gobernante de turno gusta o no, porque soy el que genera empleo, porque soy un buen patrón y cuido a mis trabajadores, y así la lista continúa. La historia ha demostrado que si el capitalismo es el camino, está lleno de imperfecciones que deben ser atendidas para que todos podamos gozar de sus beneficios. Si el mercado es el que regula la remuneración de los asalariados y la generación de oportunidades y de riqueza de los empresarios, es evidente que quienes ganan o acumulan mayores capitales deben pagar mayores impuestos. Sin embargo, lo que muchos hacen es gastar fortunas en estrategias para lograr evadir impuestos. Su contribución, en la mayoría de los casos, es a través de programas caritativos que al final ayudan es a calmar conciencias. Así Colombia nunca será un país equitativo, justo y seguro, donde dé gusto vivir. Lástima que una gran parte de quienes poseen el poder económico, social y administrativo sean tan mezquinos. Finalmente, lo que sí abunda es la avaricia, sin duda uno de los peores pecados capitales, pues contribuye a acentuar cada vez más nuestras profundas inequidades.

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