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Costas extrañas

Seamus Heaney: lecciones para rimar disparos

J. D. Torres Duarte
30 de marzo de 2022 - 05:00 a. m.

En ¿Qué es la literatura? Jean Paul Sartre promueve la literatura comprometida con sus circunstancias sociales y políticas. Pero las peculiaridades de ese “compromiso” son tan vagas y contradictorias (a veces el compromiso del escritor es cambiar la concepción del hombre; a veces simple y llanamente saber expresar cosas), que en ambas orillas del Atlántico han causado una enorme confusión intelectual en donde prosperan una miríada de novelas, poemas y piezas teatrales mediocres, cuya convicción de roca es que sólo necesitan un tono de panfleto y una noble bandera social para elevarse al solio de los intemporales.

Es una confusión que se podría haber evitado al releer a Sartre, que aclara: “[...] el compromiso no debe, en modo alguno, inducir a que se olvide la literatura” (las itálicas son de él, en la traducción de Aurora Bernárdez). Todo escritor comprometido, explica, debe recordar que está creando objetos con valor literario (incluso por encima de su compromiso: es diciente que algo más adelante, al discutir sobre poesía, Sartre desdeña el mero libelo como forma literaria y defiende cierto modo de la metáfora y de la alegoría, grandes aparatos estéticos). Pero la mediocridad de ciertas obras comprometidas no suprime la posibilidad de que exista una literatura diestra y dueña de sus artificios que sepa hablar del presente político: que sepa, para ser claro, transfigurarlo.

Una de las pruebas más rotundas es Norte (North), el cuarto poemario del escritor irlandés Seamus Heaney, que falleció en 2013 en Dublín (otra sería Esperando a los bárbaros de Coetzee). Norte fue compuesto y publicado en los años 70, en medio de los bombazos diarios de The Troubles, la alargada guerra norirlandesa. En buena parte, el poemario es su respuesta estética a esa guerra, que conmovió su memoria y su mitología.

Heaney, sin embargo, no se apoya en el panfleto de manual (ni siquiera cuando el poema parece tomar la forma de un panfleto). Su artificio de predilección, que conforma la primera parte del poemario, es mítico. Heaney acude a las figuras de la mitología nórdica y griega en busca de una perspectiva, una metáfora, una alegoría: la iluminadora mirada oblicua de la que habla Italo Calvino en Levedad, uno de los cinco ensayos de Seis propuestas para el próximo milenio. Mirar directo mirando indirecto: ése es el buen arte que propone Heaney.

Poemas como Anteo (Antaeus), donde se expresa el hijo gigante de la Tierra que se regenera al estar en el suelo y que ansía caer en las batallas, sirven como alegorías de los conflictos paradójicos de Irlanda y también como observaciones graves de la naturaleza del poeta (otros podrían agregar que alguien que necesita caer para levantarse, “urdir una caída en el campo de batalla / para restregarme arena / que opera / como un elixir”, es un modelo a medida de la humanidad: que el poema sobrevive sin el referente irlandés y sin el íntimo: que es un poema con muchas bocas).

Ocurre lo mismo con Hércules y Anteo (Hercules and Antaeus), que cierra la primera parte, y con Norte (North), donde retumban esas voces vikingas que le dicen: “Compón en la oscuridad. / Espera una aurora boreal / en la larga travesía, / pero ninguna cascada de luz” (esas voces antediluvianas no le dan consejos bélicos, sino estéticos: su destino, incluso en la guerra, es escribir bien). En Ritos funerarios (Funerary rites) el procedimiento es inverso, pero desemboca en la misma corriente: el entierro diario de sus muertos impulsa al poeta a volver al pasado, a las tumbas montañosas con puertas rodantes de piedra donde fue enterrado el mítico héroe Gunnar, también “muerto con violencia / y nunca vengado” (es fascinante que, a pesar de la solemnidad de tanta muerte junta, Heaney defienda cada evento trágico como una oportunidad para encender la imaginación: como si los movimientos de la imaginación fueran el mejor modo de tramitar el duelo, de arrebatarle un mendrugo de gozo al horizonte oscuro).

Los poemas “arqueológicos”, que tratan el presente a través de ciertas excavaciones arqueológicas, siguen una lógica similar. En Dublín vikingo: piezas de prueba (Viking Dublin: Trial Pieces), algo que parece un hueso de mandíbula sugiere la sevicia de la guerra. En Castigo (Punishment) el encuentro de los restos de una mujer colgada hace siglos por adúltera, obliga al poeta a admitir que él también habría lanzado “las piedras del silencio”. En Belderg unas muelas de molino recuerdan las conflictivas genealogías de Irlanda. En Sueños de hueso la palabra bone-house (“un esqueleto / en los antiguos calabozos / de la lengua”) sugiere una línea filológica que esculca en la historia.

Estos poemas tienen una dimensión social y política, cierto, pero ante todo imponen sus valores estéticos: están escritos en clásicos yambos con algunas variaciones (un metro muy inglés, por cierto: como si fundiera las armas de su opositor histórico para componer las propias), cundidos de aliteraciones y picos verbales. Ninguna buena intención, parecen decir, se consuma sin los trabajos de la forma. Al ser intervenidas con artificios literarios, las buenas intenciones se convierten en acontecimientos poéticos: en un objeto de belleza y pensamiento que supera sus pasajeras circunstancias históricas.

La segunda parte de Norte comprende poemas más contemporáneos en su contenido prosaico: son eventos recientes, algunos con personajes identificables de la vida nacional. Y, aun así, en poemas como Digas lo que digas, no digas nada (Whatever You Say Say Nothing), la realidad se canta en cuartetos de rima alterna: la rima resulta tan importante como la concatenación del comentario político. De hecho, el comentario político debe su fuerza y su elevación a la buena rima: porque si rima, como profesa Joseph Brodsky, trae verdad.

CODA

Si quieren estudiar la poesía de Seamus Heaney, que en ocasiones llega a ser abstrusa en sus alusiones y en su vocabulario, pueden guiarse con las lecturas de David Fawbert. Es una dedicada y fascinante colección de textos que compagina el estudio del contenido con el de la forma. Fawbert analiza incluso la fonética de los poemas: es una biografía sonora única. En cuanto a Norte, la traducción del sello Hiperión, a cargo de Margarita Ardanaz, es deficiente: su carencia de un aparato serio de notas y de una introducción más informativa, sus elecciones verbales y sonoras con acento español (hay que tener en cuenta que también se distribuye en América Latina y a veces es la única traducción) y sus desciframientos errados embarran la lectura y desencantan al lector principiante de Heaney (en un caso traduce “the whole country tunes / to the muffled drumming / of ten thousand engines” por “toda la música folklórica / de los tambores con sordina / de diez mil motores” cuando debería ser “el país en pleno se pone a tono / con el tamborileo sordo / de diez mil motores”; “infused with its poisons” se traduce como “infuso con sus venenos”: infuso es un horror). La edición tiene una ventaja: en las páginas opuestas se encuentran las versiones en el original inglés.

Mi correo: juandtorresd@gmail.com.

 

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