Noticias

Últimas Noticias

    Política

    Judicial

      Economía

      Mundo

      Bogotá

        Entretenimiento

        Deportes

        Colombia

        El Magazín Cultural

        Salud

          Ambiente

          Investigación

            Educación

              Ciencia

                Género y Diversidad

                Tecnología

                Actualidad

                  Reportajes

                    Historias visuales

                      Colecciones

                        Podcast

                          Opinión

                          Opinión

                            Editorial

                              Columnistas

                                Caricaturistas

                                  Lectores

                                  Blogs

                                    Suscriptores

                                    Recomendado

                                      Contenido exclusivo

                                        Tus artículos guardados

                                          Somos El Espectador

                                            Estilo de vida

                                            La Red Zoocial

                                            Gastronomía y Recetas

                                              La Huerta

                                                Moda e Industria

                                                  Tarot de Mavé

                                                    Autos

                                                      Juegos

                                                        Pasatiempos

                                                          Horóscopo

                                                            Música

                                                              Turismo

                                                                Marcas EE

                                                                Colombia + 20

                                                                BIBO

                                                                  Responsabilidad Social

                                                                  Justicia Inclusiva

                                                                    Desaparecidos

                                                                      EE Play

                                                                      EE play

                                                                        En Vivo

                                                                          La Pulla

                                                                            Documentales

                                                                              Opinión

                                                                                Las igualadas

                                                                                  Redacción al Desnudo

                                                                                    Colombia +20

                                                                                      Destacados

                                                                                        BIBO

                                                                                          La Red Zoocial

                                                                                            ZonaZ

                                                                                              Centro de Ayuda

                                                                                                Newsletters
                                                                                                Servicios

                                                                                                Servicios

                                                                                                  Empleos

                                                                                                    Descuentos

                                                                                                      Idiomas

                                                                                                      Cursos y programas

                                                                                                        Más

                                                                                                        Cromos

                                                                                                          Vea

                                                                                                            Blogs

                                                                                                              Especiales

                                                                                                                Descarga la App

                                                                                                                  Edición Impresa

                                                                                                                    Suscripción

                                                                                                                      Eventos

                                                                                                                        Pauta con nosotros

                                                                                                                          Avisos judiciales

                                                                                                                            Preguntas Frecuentes

                                                                                                                              Contenido Patrocinado
                                                                                                                              25 de julio de 2023 - 09:00 p. m.

                                                                                                                              ¿Y qué si no le dieron el Nobel a Kundera?

                                                                                                                              Murió Milan Kundera de muerte natural, pero no murió el lamento cíclico, recogido y reciclado sin reflexión de columna en columna, de que lo privaron del Nobel. Alguna vez (con respecto a otro escritor, Thomas Hardy) esta columna y este columnista también incurrieron en ese lamento inane y pueril. Porque eso es: un lamento de hueco y eco, sin sustancia ni sofisticación ni sedimento, que resurge con la fuerza silvestre de un lugar común cada vez que un escritor más o menos importante o más o menos célebre comete la incorrección de morirse.

                                                                                                                              El lamento por la ausencia de Nobel (se trata casi de un mal del cuerpo y del espíritu: como el cosquilleo por un miembro fantasma, el cosquilleo por la orfandad de Nobel) comienza con el desdén por Tolstói e Ibsen; se replica con escritores como Borges, Ajmátova, Joyce, Woolf, Gombrowicz, Auden, Malraux; se repite con poca justicia (puesto que murieron antes de que el grueso de su obra tomara vuelo o fuera publicada) en los nombres de Kafka, Proust, Pessoa; se reaviva con Machado, Céline, Cortázar, Fuentes, Mishima, García Lorca, Roth (Philip y Joseph), Rulfo, Ionesco, McCarthy y Lispector, y se reproduce también, en un frenesí de piedad, en un etcétera ancho y ajeno de escritores de fraseo menesteroso que en sus resurgimientos futuros incluirá sin duda a Murakami y a Ricardo Silva Romero. La lista de los huérfanos de Nobel, en todo caso, es marginal; habría que preguntarse, en cambio, por qué persiste la ilusión subterránea, que es una forma del apego y una extensión de la aprobación paterna, de que sólo el Nobel puede asegurar la supervivencia y conservar la energía de cierta obra literaria.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              El malentendido se funda en la idea de que el Nobel consagra un escritor y lo eleva, con sus fiestas decimonónicas de banderines y diademas, al panteón literario. Si la consagración de un escritor consiste en vender millones de copias en todas las lenguas de Babel y si el panteón literario al que lo elevan es el escritorio de préstamo o la poltrona de escenografía en que atiende las exigencias de la fama repartiendo autógrafos y opiniones, el Nobel es, sin duda, el vigilante que asigna las bendiciones de la inmortalidad. Pero si la consagración es más bien la fortuna esquiva y escasa de que su obra sea leída, releída, apreciada y reconocida, y de que en ese proceso se conserven ciertas zonas de misterio y cierto vigor intemporal, incluso décadas después de que el autor deje de ser un titular de periódico, el Nobel tiene un efecto pobre, fugaz y secundario.

                                                                                                                              Para probarlo basta con mencionar a los ganadores del Nobel que ahora carecen de influencia en los movimientos contracrónicos de la literatura y cuya obra, en algunos casos degradada tras un segundo examen al panteón de lo regular, quedó en ocasiones restringida a las viejas ediciones de éxito que siguieron a la premiación: Sully Prudhomme, Bjørnstjerne Bjørnson, Giosuè Carducci, Paul von Heyse, Verner von Heidenstam, Frans Eemil Sillanpää, Carl Spitteler, Harry Martinson, Johannes Vilhelm Jensen, Władysław Reymont, Karl Adolph Gjellerup. A medida que su obra exprese su verdadero peso sin la prótesis del Nobel, y a medida que su memoria pública y su primer impacto se desvanezcan, a la lista se añadirán otra porción de ganadores (tengo la impresión, vaga y débil como toda impresión, de que en esa lista podrían estar Hermann Hesse, Pearl Buck, Sinclair Lewis, Aleksandr Solzhenitsyn, Dario Fo y Elfriede Jelinek). Más allá de que sus obras sean buenas o malas, la lista prueba que el Nobel no consagra un escritor: le otorgará el don efímero de la celebridad y la riqueza, lo convertirá en piedra de monumento y en nombre de calle, pero no le garantizará la lectura ni el desciframiento de su obra, la contemplación cómplice del lector. La consagración (la forma de hacerse sagrado y mítico, que en el caso de un escritor significa ser mundano y cósmico a la vez, como una estrella de tierra) debe venir de otro lugar y bajo otros criterios, puesto que en reemplazo de los nombres que acabo de citar podría repetir los nombres de los escritores del segundo párrafo, cuya obra está más viva y produce más temblores y ebulliciones que en el día de su publicación. Los recordamos, los leemos, los releemos y nos deslumbramos por su novedad y su flexibilidad sin la intervención de la autoridad sueca: el panteón literario no brota del Nobel. Por esas mismas razones misteriosas (sospecho que están en estrecha conexión con el talento de ver con claridad y elocuencia por los caminos torcidos) leemos a Cervantes, a Rabelais (cabeza del panteón de Kundera), a Montaigne, a Shakespeare, a Dostoievski, a Homero y a los trágicos, cuyas rítmicas calvas, por cierto y a pesar del anacronismo, nunca tuvieron la necesidad de recibir el beneplácito de la Academia.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Se podría replicar que esta lista de ganadores sin consagración es parcial y fabricada para favorecer mi tesis, que es factible componer una lista igual de extensa con aquellos ganadores cuya obra sí ha sido consagrada por el Nobel, cuyos nombres son piedras fundacionales de la literatura y cuyos libros son todavía leídos con fervor en estos años de ceniza y sol. En la lista estarían, sin orden y con caos, Mistral (Frédéric y Gabriela), Kipling, Beckett, Maeterlinck, Hamsun, Tranströmer, García Márquez, Brodsky, Szymborska, Coetzee, Pirandello, O’Neill, Walcott, Milosz, Eliot, Hemingway, Jiménez, Camus, Kawabata, Neruda, Bellow, Handke, Faulkner, Naipaul, Morrison, Shaw, Gide, Yeats, Mann, Paz y Böll. De hecho, esta lista es más larga, más vasta, más rica. Pero es un error suponer que esos nombres fueron consagrados por el Nobel: al contrario, el Nobel se consagró gracias a esos nombres. Si el Nobel adquirió nombre y prestigio, no fue por el monto de su premio (que a Brodsky, por los caprichos de la inflación, apenas le alcanzó para terminar de pagar la casa), sino por la reputación y altura de sus ganadores, cuya consagración ya estaba ocurriendo antes de que tomaran un avión para Estocolmo (el Nobel, por naturaleza, llega mucho después de lo extraordinario: en el momento de la seguridad, no del riesgo y el abismo). Morrison o Camus o Beckett (que, en favor de la precisión, ni siquiera tomó un avión hacia Estocolmo para recoger el premio) no tuvieron la fortuna de ganarse el Nobel: el Nobel tuvo la fortuna y el acierto de haberlos premiado. Sin su venia, sin su aprobación de patriarca frío, hoy seguiríamos leyendo a Morrison y a Beckett y a Camus. Quizás en el caso de escritores más locales, como Milosz o Tranströmer o Canetti, el premio alentó la apertura del mundo a su obra; su consagración natural, sin embargo, habría tenido lugar con o sin el premio, porque es un don de la obra, no un regalo del mundo.

                                                                                                                              De modo que el lamento por la privación del Nobel a un conjunto de escritores no tiene ninguna relación con su consagración. Es probable que de Kundera, sin su diploma ni su medalla, se siga hablando dentro de varias décadas (con libros como Los testamentos traicionados y El arte de la novela, intuyo que su influencia como ensayista todavía tiene campo para crecer). ¿El lamento tendrá que ver, entonces, con una urgencia primitiva por encontrar la aprobación de las instituciones, del maestro y del consejo, una necesidad de someter al examen de la autoridad lo que de repente comienza a brillar y chispear por fuera de los márgenes? ¿Es el premio Nobel la institución que vino a compensar la decadencia de las academias y a vigilar el gusto literario, en reemplazo de los jueces, con su declaración de canon? Es un gusto literario, sin duda, más amplio y tolerante que el del juez de provincia que condenó a Flaubert por Madame Bovary o el del otro juez de provincia que condenó a Baudelaire por Las flores del mal: el Nobel premió a Gide, que era un escritor de otra tierra, y a Beckett, que era de una tierra más lejana aun que Gide. Aun así, su criterio de padre enorme es tan falible y volátil como el de los jueces enemistados con Flaubert y Baudelaire, y ceder a una academia de un país lejano la autoridad suprema que tiene un buen lector ante un buen libro es olvidar que la literatura ha vivido de la transformación de la herencia, de la ruptura del molde, de la suma trastocada y del deslumbramiento privado: si un libro consigue honrar esas destrezas del espíritu, no necesita la añadidura de un Nobel.

                                                                                                                              Mi correo: juandtorresd@gmail.com

                                                                                                                              Murió Milan Kundera de muerte natural, pero no murió el lamento cíclico, recogido y reciclado sin reflexión de columna en columna, de que lo privaron del Nobel. Alguna vez (con respecto a otro escritor, Thomas Hardy) esta columna y este columnista también incurrieron en ese lamento inane y pueril. Porque eso es: un lamento de hueco y eco, sin sustancia ni sofisticación ni sedimento, que resurge con la fuerza silvestre de un lugar común cada vez que un escritor más o menos importante o más o menos célebre comete la incorrección de morirse.

                                                                                                                              El lamento por la ausencia de Nobel (se trata casi de un mal del cuerpo y del espíritu: como el cosquilleo por un miembro fantasma, el cosquilleo por la orfandad de Nobel) comienza con el desdén por Tolstói e Ibsen; se replica con escritores como Borges, Ajmátova, Joyce, Woolf, Gombrowicz, Auden, Malraux; se repite con poca justicia (puesto que murieron antes de que el grueso de su obra tomara vuelo o fuera publicada) en los nombres de Kafka, Proust, Pessoa; se reaviva con Machado, Céline, Cortázar, Fuentes, Mishima, García Lorca, Roth (Philip y Joseph), Rulfo, Ionesco, McCarthy y Lispector, y se reproduce también, en un frenesí de piedad, en un etcétera ancho y ajeno de escritores de fraseo menesteroso que en sus resurgimientos futuros incluirá sin duda a Murakami y a Ricardo Silva Romero. La lista de los huérfanos de Nobel, en todo caso, es marginal; habría que preguntarse, en cambio, por qué persiste la ilusión subterránea, que es una forma del apego y una extensión de la aprobación paterna, de que sólo el Nobel puede asegurar la supervivencia y conservar la energía de cierta obra literaria.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              El malentendido se funda en la idea de que el Nobel consagra un escritor y lo eleva, con sus fiestas decimonónicas de banderines y diademas, al panteón literario. Si la consagración de un escritor consiste en vender millones de copias en todas las lenguas de Babel y si el panteón literario al que lo elevan es el escritorio de préstamo o la poltrona de escenografía en que atiende las exigencias de la fama repartiendo autógrafos y opiniones, el Nobel es, sin duda, el vigilante que asigna las bendiciones de la inmortalidad. Pero si la consagración es más bien la fortuna esquiva y escasa de que su obra sea leída, releída, apreciada y reconocida, y de que en ese proceso se conserven ciertas zonas de misterio y cierto vigor intemporal, incluso décadas después de que el autor deje de ser un titular de periódico, el Nobel tiene un efecto pobre, fugaz y secundario.

                                                                                                                              Para probarlo basta con mencionar a los ganadores del Nobel que ahora carecen de influencia en los movimientos contracrónicos de la literatura y cuya obra, en algunos casos degradada tras un segundo examen al panteón de lo regular, quedó en ocasiones restringida a las viejas ediciones de éxito que siguieron a la premiación: Sully Prudhomme, Bjørnstjerne Bjørnson, Giosuè Carducci, Paul von Heyse, Verner von Heidenstam, Frans Eemil Sillanpää, Carl Spitteler, Harry Martinson, Johannes Vilhelm Jensen, Władysław Reymont, Karl Adolph Gjellerup. A medida que su obra exprese su verdadero peso sin la prótesis del Nobel, y a medida que su memoria pública y su primer impacto se desvanezcan, a la lista se añadirán otra porción de ganadores (tengo la impresión, vaga y débil como toda impresión, de que en esa lista podrían estar Hermann Hesse, Pearl Buck, Sinclair Lewis, Aleksandr Solzhenitsyn, Dario Fo y Elfriede Jelinek). Más allá de que sus obras sean buenas o malas, la lista prueba que el Nobel no consagra un escritor: le otorgará el don efímero de la celebridad y la riqueza, lo convertirá en piedra de monumento y en nombre de calle, pero no le garantizará la lectura ni el desciframiento de su obra, la contemplación cómplice del lector. La consagración (la forma de hacerse sagrado y mítico, que en el caso de un escritor significa ser mundano y cósmico a la vez, como una estrella de tierra) debe venir de otro lugar y bajo otros criterios, puesto que en reemplazo de los nombres que acabo de citar podría repetir los nombres de los escritores del segundo párrafo, cuya obra está más viva y produce más temblores y ebulliciones que en el día de su publicación. Los recordamos, los leemos, los releemos y nos deslumbramos por su novedad y su flexibilidad sin la intervención de la autoridad sueca: el panteón literario no brota del Nobel. Por esas mismas razones misteriosas (sospecho que están en estrecha conexión con el talento de ver con claridad y elocuencia por los caminos torcidos) leemos a Cervantes, a Rabelais (cabeza del panteón de Kundera), a Montaigne, a Shakespeare, a Dostoievski, a Homero y a los trágicos, cuyas rítmicas calvas, por cierto y a pesar del anacronismo, nunca tuvieron la necesidad de recibir el beneplácito de la Academia.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Se podría replicar que esta lista de ganadores sin consagración es parcial y fabricada para favorecer mi tesis, que es factible componer una lista igual de extensa con aquellos ganadores cuya obra sí ha sido consagrada por el Nobel, cuyos nombres son piedras fundacionales de la literatura y cuyos libros son todavía leídos con fervor en estos años de ceniza y sol. En la lista estarían, sin orden y con caos, Mistral (Frédéric y Gabriela), Kipling, Beckett, Maeterlinck, Hamsun, Tranströmer, García Márquez, Brodsky, Szymborska, Coetzee, Pirandello, O’Neill, Walcott, Milosz, Eliot, Hemingway, Jiménez, Camus, Kawabata, Neruda, Bellow, Handke, Faulkner, Naipaul, Morrison, Shaw, Gide, Yeats, Mann, Paz y Böll. De hecho, esta lista es más larga, más vasta, más rica. Pero es un error suponer que esos nombres fueron consagrados por el Nobel: al contrario, el Nobel se consagró gracias a esos nombres. Si el Nobel adquirió nombre y prestigio, no fue por el monto de su premio (que a Brodsky, por los caprichos de la inflación, apenas le alcanzó para terminar de pagar la casa), sino por la reputación y altura de sus ganadores, cuya consagración ya estaba ocurriendo antes de que tomaran un avión para Estocolmo (el Nobel, por naturaleza, llega mucho después de lo extraordinario: en el momento de la seguridad, no del riesgo y el abismo). Morrison o Camus o Beckett (que, en favor de la precisión, ni siquiera tomó un avión hacia Estocolmo para recoger el premio) no tuvieron la fortuna de ganarse el Nobel: el Nobel tuvo la fortuna y el acierto de haberlos premiado. Sin su venia, sin su aprobación de patriarca frío, hoy seguiríamos leyendo a Morrison y a Beckett y a Camus. Quizás en el caso de escritores más locales, como Milosz o Tranströmer o Canetti, el premio alentó la apertura del mundo a su obra; su consagración natural, sin embargo, habría tenido lugar con o sin el premio, porque es un don de la obra, no un regalo del mundo.

                                                                                                                              De modo que el lamento por la privación del Nobel a un conjunto de escritores no tiene ninguna relación con su consagración. Es probable que de Kundera, sin su diploma ni su medalla, se siga hablando dentro de varias décadas (con libros como Los testamentos traicionados y El arte de la novela, intuyo que su influencia como ensayista todavía tiene campo para crecer). ¿El lamento tendrá que ver, entonces, con una urgencia primitiva por encontrar la aprobación de las instituciones, del maestro y del consejo, una necesidad de someter al examen de la autoridad lo que de repente comienza a brillar y chispear por fuera de los márgenes? ¿Es el premio Nobel la institución que vino a compensar la decadencia de las academias y a vigilar el gusto literario, en reemplazo de los jueces, con su declaración de canon? Es un gusto literario, sin duda, más amplio y tolerante que el del juez de provincia que condenó a Flaubert por Madame Bovary o el del otro juez de provincia que condenó a Baudelaire por Las flores del mal: el Nobel premió a Gide, que era un escritor de otra tierra, y a Beckett, que era de una tierra más lejana aun que Gide. Aun así, su criterio de padre enorme es tan falible y volátil como el de los jueces enemistados con Flaubert y Baudelaire, y ceder a una academia de un país lejano la autoridad suprema que tiene un buen lector ante un buen libro es olvidar que la literatura ha vivido de la transformación de la herencia, de la ruptura del molde, de la suma trastocada y del deslumbramiento privado: si un libro consigue honrar esas destrezas del espíritu, no necesita la añadidura de un Nobel.

                                                                                                                              Mi correo: juandtorresd@gmail.com

                                                                                                                              Ver todas las noticias
                                                                                                                              Read more!
                                                                                                                              Read more!
                                                                                                                              Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
                                                                                                                              Aceptar