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Si este Mundial de fútbol se hubiera realizado a mitad de año, tal vez Gustavo Petro no habría sido electo presidente de Colombia.
Lo digo porque la hipnosis mundialista hace que millones y millones de seres humanos pierdan contacto con la realidad, y entonces muy seguramente los votantes que el 19 de junio aseguraron el triunfo del Pacto Histórico hubieran estado más pendientes de celebrar las gambetas de Messi que de evitar el golazo que por poco le propina al país el palomero Rodolfo Hernández.
A la postre, los petrodólares determinaron que el torneo se jugara a fin de año en el emirato catarí. Al principio, el ambiente alcanzó a estar caldeado. Se quiso impulsar un boicot debido a los documentados casos de esclavitud moderna, homofobia, abuso de los derechos humanos y corrupción en el país anfitrión. Shakira, Rod Stewart y Dua Lipa declinaron participar en el evento inaugural. A Maluma le reprocharon el haber cantado en el Fan Fest y el paisa ripostó: “Solo vine aquí para disfrutar la vida, disfrutar el fútbol y la fiesta del fútbol”.
Disfrutar la vida es el lema de la fiesta mundialista, la hija predilecta, la creación máxima de doña Televisión y don Entretenimiento, cuyo alumbramiento la humanidad agobiada e indolente aguarda con ansia cada cuatro años. No le hace que, como se ratificó el viernes pasado con la detención de la vicepresidenta del Parlamento Europeo, Catar haya conseguido ser la sede a punta de sobornos. No le hacen las detenciones arbitrarias, los abusos policiales y el hostigamiento a la población LGTBIQ+. No le hacen los 6.500 migrantes muertos en medio de condiciones infrahumanas durante la construcción de los escenarios deportivos.
“Esas personas sacrificaron sus vidas por una causa superior”, le oí decir, no a un supremacista neonazi, sino a un muchacho de trece años que duró seis meses intercambiando cromos del álbum de Panini. La feminista Catalina Ruiz-Navarro puso en su sitio a quienes pedían la cabeza teñida de Maluma por haber cantado en Doha: “no nos quedemos dándonos palmaditas en la espalda por enfrentar a un blanco fácil: lo que le exigimos a Maluma se lo tendríamos que exigir a todos los futbolistas que van al Mundial, cuyo trabajo también es entretener a las masas”.
Nada qué hacer: a la locura mundialista le resultó incluso sustento jurídico. Angustiado por las atrocidades que este Mundial legitima, invocando la tesis de las responsabilidades diferenciadas, tras la primera victoria de Brasil, Rodrigo Uprimny defendió “un cierto derecho a la incoherencia” para que quienes aman el fútbol y nada tienen que ver con su organización pudieran ver los partidos sin tantas culpas.
Pascual Gaviria llegó a imaginar una debacle generada por una escasez de cerveza que desencadenaría graves enfrentamientos entre los hinchas y la policía moral catarí, y que se agravaría a causa de una operación tortuga de los jugadores en protesta por los atropellos contra los obreros extranjeros. En medio de una oleada de latigazos y sanciones, la final terminaría siendo vista por apenas 5.000 asistentes, y el capitán de la selección brasilera, presunta campeona, se negaría a recibir la copa de manos del corrupto presidente de la FIFA.
Sin embargo, nada de esto ocurrió. Los ánimos se atemperaron, la cerveza no escaseó, los ingleses no pelearon, los alemanes no se orinaron en las calles, las holandesas no se desnudaron y al equipo brasilero lo eliminó Croacia. Las fases de grupos y octavos de la fiesta futbolera se desarrollaron sin más cataclismos que los desatados en el campo de juego: Arabia Saudita ganándole a Argentina, Japón eliminando a Alemania, Camerún ganándole a Brasil y Marruecos sacando de competencia a las encopetadas selecciones de España y Portugal.
Con el paso de los días, el ruido de las contingencias externas desapareció, no se volvió a oír del boicot y el foco de la atención planetaria se concentró en lo estrictamente futbolístico para dar paso a la que podría ser la consagración suprema de la selección argentina comandada por Lionel Messi.
El poeta William Rouge, con quien vi la victoria de Argentina sobre Croacia en cuartos de final, sostiene que en este Mundial asistimos a la “maradonización” de Messi, quien por fin pasó de ser un flemático catalán para convertirse en el indiscutible capo de la joven escuadra albiceleste, que a su vez experimentó un proceso de “messitamorfosis” al contagiarse de la genialidad de su líder.
Como en un cuento de Las mil y una noches, de ganarle a Francia esta historia podría tener una final feliz para Argentina, que así despediría a su ídolo con la gloria de una copa que en esta oportunidad le fue esquiva a otras figuras del Olimpo futbolístico como Cristiano Ronaldo y Luka Modric.
Amanecerá y veremos.
CODA
Agradezco a quienes me acompañaron “En el camino” durante el presente año y les deseo felices fiestas.
