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Interrumpo la miniserie dedicada a rememorar la vida y obra de Luis Tejada para compartir un hallazgo impactante y conmovedor.
Así como, en 1923, tras leer los primeros versos de Suenan timbres, Tejada trepó a una mesa del café Windsor para anunciar que en Luis Vidales había encontrado un poeta nuevo, en el 2024 me permito presentar al acordeonista y juglar Gregorio Uribe como un narrador nuevo, y reclamo para él el título de escritor en el más tremendo sentido de la palabra.
Cuando el músico y compositor bogotano me contó que tenía una novela que quería publicar, confieso que desconfié. Pensé: “Si yo llevo treinta años intentándolo, ¿este a qué horas se volvió novelista?”. Después de leer el libro, le envié un mensaje diciéndole: “No hay derecho, Gregorio”. Y, tras dejarlo sufrir un par de horas, puntualicé: “¡No hay derecho a que seas tan talentoso!”.
El llamado, que así se llama el libro en cuestión, impacta porque agarra por los cuernos el tema del suicidio. Y conmueve porque es el testimonio fidedigno de un suicida que vive para contarlo, quien resulta ser nada más y nada menos que el propio Gregorio Uribe: “Aunque mi interés por el suicidio venía desde más niño, fue a los 14 años, en aquella mañana austral, que supe que un día sería inevitable quitarme la vida y entendí que había comenzado la cuenta regresiva. Si el 12 de septiembre de 2016 recibí el llamado, un sábado de septiembre de 1999 había recibido la sentencia”.
Narrado en primera persona, el relato se enfoca en lo que ocurre entre el 12 de septiembre de 2016, cuando el protagonista recibe el llamado fatal, y el día siguiente, cuando se apresta a ejecutarlo. Esta unidad de tiempo intensifica la tensión, manteniendo en vilo al lector acerca de cuál será el desenlace. De otra parte, el incesante uso de la retrospección hace que se pueda ahondar en el pasado del personaje y dilucidar qué lo incita a acabar con su vida.
Así nos enteramos de que Gregorio se obsesiona con el tema desde los ocho años, al oír del caso de un estudiante de su colegio que se mata pegándose un tiro mientras discute por teléfono con la novia. Cuatro años después, durante unas vacaciones en Cartagena, la madre del muchacho evoca lo sucedido y el narrador la escucha y nos la revela sin perder detalle: “Los suaves movimientos de sus manos al hablar eran los de un ser que se había quebrado, pero que con el tiempo logró unir sus pedazos con cera de abejas. Nancy ya no tenía huesos completos bajo su piel, sino pequeños fragmentos de calcio”.
La madre continúa con su confidencia. Meses después de la tragedia, reúne fuerzas para entrar al cuarto de su hijo, y allí, al abrir el primer libro que encuentra, se topa con una frase demoledora: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio”.
Se trata, por supuesto, del arranque de El mito de Sísifo, el ensayo de Albert Camus. Un texto que llega a manos de Gregorio casi veinte años después, en Nueva York, cuando adquiere por un dólar los Escritos esenciales del existencialismo: “Entonces me estrellé contra El mito de Sísifo de Camus. Hasta allí llegaron mis planes de madrugar al día siguiente y de convertirme en un hombre de hábitos y paz interior. Entraba a mi casa un fantasma que no saldría jamás”.
¿Qué ocurre, qué pasa por la cabeza de un suicida? El llamado brinda una inmersión de 152 páginas en ese “patético razonar”. Para representar su mente escindida, Gregorio introduce una entidad que asoma desde el epígrafe inicial de Juancho Polo Valencia: “Yo cargo un duende, duende maligno”. Cubierto con una capa negra y un capuchón, mezcla de todos los personajes a los que temía en la infancia, el duende irrumpe en la conciencia del protagonista y lo fustiga: “Siempre me has considerado tu enemigo. Te equivocas. Soy tu salvador. Me confundes con aquella voz interna que te odia. Ese no soy yo, ese eres tú. Yo tan solo soy quien te brinda una salida. (…) Quiero acompañarte y facilitarte el camino. Si dejas pasar esta oportunidad sabes que lo único que te queda es una larga y apestosa decadencia. Muere con dignidad. Muere valiente”.
El martes 13 en que se dispone a atender el llamado, Gregorio ratifica que no asume su estado como el de un enfermo de depresión: “cuando una persona acepta que está deprimida, también está aceptando que ese no es su estado natural, sino un aspecto alternativo a su verdadera esencia que debe ser tratado como una enfermedad. (…) Pero yo no tengo ninguna enfermedad: en mi ser, en mi esencia y en mi ADN llevo el sufrimiento innecesario, el que tienen las personas cuya vida es perfecta pero igual quieren matarse”.
A partir de esa convicción, sin revelarle nada a Manuela, su pareja, el día señalado sale de su apartamento arrastrándose como “un miserable, confuso e inútil adolescente de 31 años”, “un anciano agonizante que buscaba la dignidad de la eutanasia”. Entonces El llamado alcanza un clímax que se mantiene decenas de páginas mientras, en busca del mejor trampolín para lanzarse a una piscina de concreto, el protagonista rehace los pasos que ha recorrido durante ocho años como un Orfeo latino en Nueva York.
En nuestra civilización egocéntrica, compulsiva, devastadora y autodestructiva, ¿habrá quien en algún momento no haya considerado acabar con su mísera y/o absurda existencia? El llamado es el sobrecogedor testimonio de alguien que lo incuba a lo largo de veintitrés años de su vida.
Con esta rotunda ópera prima, que constituye a la vez una crónica, una catarsis, una guía para suicidarse, un manual de supervivencia, una pieza de autoficción y una sonata en tres movimientos, el polifacético Gregorio Uribe pone al descubierto la torturada psique de los suicidas vivientes.
Bonus track
Con la presencia del autor, su duende y su acordeón, El llamado será presentado el jueves 20 de junio a las 6:30 p. m. en la biblioteca del Gimnasio Moderno de Bogotá.

Por John Galán Casanova
