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Trump, camino a estrellarse con el presupuesto

Joseph E. Stiglitz

08 de enero de 2025 - 07:00 p. m.

Puede que Trump y sus partidarios quieran trastocar el orden mundial, pero primero deben poner en orden a Estados Unidos, y no está nada claro cómo lo harán.

Tal vez Trump pueda posponer el día de la verdad del déficit fiscal estadounidense, pero no por mucho tiempo. (Photo by JEFF KOWALSKY / AFP)
Foto: AFP - JEFF KOWALSKY

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Mucho se ha especulado sobre el caos que tal vez espere (o no) a Estados Unidos y al mundo tras la asunción al cargo el 20 de enero del presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump. Nadie sabe hasta qué punto su agenda declarada es «real» y hasta qué punto es postura política para su base de simpatizantes, una demostración de poder para sus enemigos o parte de una estrategia de negociación con el Congreso y diversos amigos y adversarios extranjeros. Pero a pesar de sus bravatas y de sus devotos que quieren crear realidades alternativas, Trump no puede cancelar las leyes de la aritmética, por más que lo intente en las próximas semanas, cuando el gobierno alcance el límite de deuda federal.

El déficit público es la diferencia entre los ingresos y los egresos anuales, y la deuda nacional es la suma de los déficits pasados. Estos hechos tienen implicaciones políticas reales, porque en Estados Unidos la deuda no puede crecer más allá de cierto límite establecido por ley. El 28 de diciembre, Janet Yellen, secretaria del Tesoro saliente, anunció en forma oficial que se llegaría a ese límite «entre el 14 y el 23 de enero».

Apelando a medidas «extraordinarias», Biden puede pasar el problema al gobierno entrante, como regalo de despedida por la negativa de Trump (apoyado por Elon Musk) a mantener un acuerdo previo; y tal vez Trump pueda posponer el día de la verdad, pero no por mucho tiempo. Con un déficit fiscal de 367.000 millones de dólares para el mes de noviembre y un promedio de 150.000 millones mensuales en todo 2024, superar el límite de deuda actual no llevará mucho tiempo. Y no facilitarán la tarea los más o menos 110.000 millones de dólares que se añadieron en el acuerdo de Navidad para hacer frente a desastres y emergencias. Mientras tanto, los extremistas en el Partido Republicano insisten en que no se aumente el límite, para lo cual habría que eliminar el déficit por completo.

Si Trump no consigue alinear a todos los republicanos, necesitará conseguir cierto apoyo demócrata, mediante un nuevo acuerdo sobre el límite de deuda y los déficits futuros. Pero, ¿por qué habrían los demócratas de aceptar un aumento del límite de deuda, solo para que Trump pueda recompensar el apoyo de Musk y otros oligarcas con una rebaja impositiva masiva e injusta?

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Y el tira y afloje político en el Congreso sobre el déficit y la deuda es solo un cuerno del trilema presupuestario que enfrentará Trump desde el primer día. El segundo cuerno es la tributación. Si con algo están realmente comprometidos Trump y sus secuaces es con rebajar impuestos a las empresas y a los multimillonarios. Su «principio» rector es hacer permanentes las rebajas impositivas imprudentes promulgadas por Trump durante su primer mandato (que en muchos casos caducan a fines de 2025) y bajar todavía más los impuestos a las corporaciones estadounidenses. La mayoría de los cálculos sugieren que esto implica añadir 7,5 billones de dólares a la deuda nacional, aunque la estimación máxima del Comité por un Presupuesto Federal Responsable es el doble de esa cantidad.

Por supuesto, la administración Trump prometerá algún milagro de crecimiento, sacando a relucir la vieja patraña de que las rebajas impositivas se pagan solas. No importa que esto nunca haya sucedido, ni después de las rebajas de 2017, ni después de las de Ronald Reagan en los ochenta. De hecho, ya se prevé que las políticas tributarias del primer gobierno de Trump costarán 1,9 billones de dólares en un período de diez años. A partir de allí, haría falta un mago fiscal (o un nivel de deshonestidad presupuestaria nunca visto) para convertir 7,5 billones de dólares en cero.

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Lo que nos trae al tercer cuerno del trilema: los recortes de gasto. Como es bien sabido, la mayoría de los gastos del gobierno estadounidense no son discrecionales, sino compromisos asumidos con programas como la seguridad social (que incluso la mayoría de los republicanos son reacios a recortar). Además, casi la mitad del gasto discrecional se destina a defensa, otra partida presupuestaria a la que los republicanos son muy afectos. Eso deja sólo unos 750.000 millones de dólares de gasto discrecional no relacionado con la defensa, que Trump debería eliminar por completo para poder eliminar el déficit; esto incluye no sólo el Departamento de Educación, sino también los parques nacionales y las agencias de seguridad nacional que su gobierno necesitará para aplicar sus políticas antiinmigración despiadadas. E incluso entonces, le quedará un agujero anual de un billón de dólares antes de conseguir su rebaja de impuestos, lo que se vuelve matemáticamente imposible si sólo un puñado de legisladores republicanos cumple su promesa de no aumentar el déficit.

Al mismo tiempo, Trump quiere que los europeos aumenten su gasto en defensa al 5 % del PIB. Si Estados Unidos, que hoy gasta en defensa el 3,1 % del PIB, hiciera lo mismo (lo contrario sería el colmo de la hipocresía), se sumarían unos 600.000 millones de dólares al año.

Por supuesto, todavía es posible llegar a un acuerdo bipartidario. Eso implicaría una reforma tributaria progresiva (en la que los que ganan más paguen más) y disposiciones que refuercen los programas públicos que tan importantes han sido en la vida de millones de estadounidenses. No agradaría a los halcones de la deuda ni a los oligarcas que rodean a Trump, pero los superricos no necesitan programas públicos (o eso creen), así que ¿por qué no dejarlos fuera del proceso?

A juzgar por el historial de Trump, llegar a ese acuerdo no será fácil. Habrá caos, como ya vimos cuando la administración federal estuvo a punto de cerrar unos días antes de Navidad. En aquella ocasión, la solución fue posponer la cuestión hasta la llegada de Trump a la Casa Blanca. Pero, ¿qué solución habrá la próxima vez?

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Ya entrando a un nuevo año, la vida y el bienestar de cientos de millones de personas dependerán de la facilidad y rapidez con que se resuelva este dilema. Puede que Trump y sus partidarios quieran trastocar el orden mundial, pero primero deben poner en orden a Estados Unidos, y no está nada claro cómo lo harán.

Traducción: Esteban FlaminiJoseph E. Stiglitz, ex economista principal del Banco Mundial y expresidente del consejo de asesores económicos de la presidencia de los Estados Unidos, es profesor distinguido en la Universidad de Columbia, Premio Nobel de Economía y autor de The Road to Freedom: Economics and the Good Society (W. W. Norton & Company, Allen Lane, 2024).© Project Syndicate 1995–2025

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