El pasajero silencioso

Juan Felipe Carrillo Gáfaro
20 de septiembre de 2022 - 09:16 p. m.

El intento de suicidio de una niña colombiana de 10 años víctima de acoso escolar en España solo es la punta de un viejo y protervo iceberg. Y aunque mi intención no es entrar en los aterradores detalles de la historia, las sentencias de “puta colombiana” o “sudaca de mierda” dan una idea de lo terrible que ha sido la situación.

El acoso escolar o bullying es un pasajero silencioso en el tren de vida de algunos niños y niñas. Inicia lentamente con pequeños “chistes” casi imperceptibles donde un grupo reducido toma de manera casi inconsciente la decisión de ensañarse con uno de sus compañeros. El verbo ensañar adquiere todo su significado en este contexto: “Deleitarse en causar el mayor daño y dolor posibles a quien ya no está en condiciones de defenderse” (RAE). Y es que de esos “chistes” se pasa a las pequeñas agresiones y de estas agresiones se pasa al “juego” y a la fijación de causar un daño y dolor específico.

Se trata sin duda de un problema holístico donde entran en juego las familias, las instituciones educativas y la personalidad misma de los agresores y de sus padres. Pero como este pasajero silencioso se va instalando de manera casi imperceptible en la rutina de la vida escolar, se tiende a minimizar su importancia en el día a día: familias que no escuchan del todo lo que sus hijos están contando y buscan “ayudarlos” a punta de palmaditas en la espalda; colegios que no quieren escuchar lo que los padres están diciendo porque ven que sus hijos están “bien” en clase; niños y niñas que no son capaces de dimensionar la violencia de sus actos; padres irresponsables que ven la debilidad de otros niños como una victoria de sus propios hijos porque “la vida siempre ha sido así”.

Sin embargo, en medio de esas responsabilidades compartidas, la de las instituciones educativas es fundamental porque los hechos suceden a diario en estos recintos. La tendencia generalizada de estas instituciones de invisibilizar el impacto de esta práctica en la vida cotidiana de los estudiantes, ya sea por temor a tener mala reputación o por no saber cómo manejar el tema, no está ayudando a encontrar soluciones duraderas.

A este pasajero silencioso hay que hacerlo hablar y enfrentarlo en permanencia para evitar desenlaces fatídicos como el de la niña colombiana en Zaragoza. No puede ser que nadie en esa escuela se haya dado cuenta de lo que estaba pasando. No puede ser que no se hayan tomado medidas contundentes para acabar con esos insultos xenófobos y racistas. En este caso, al parecer, la niña terminó repitiendo el curso para cambiar de compañeros: la víctima no solo terminó pagando con su estabilidad emocional los platos rotos de la incapacidad del colegio, sino que para colmo de males volvió a su infierno habitual a los pocos días de clase. Este iceberg es muy viejo y no puede ser que, al hacerse visible el problema, no se le haga el seguimiento adecuado.

Y aunque esto sucedió en España, no podemos olvidar que, como lo presentó EE hace un par de meses, Colombia es el segundo país de Latinoamérica con mayor cantidad de casos de acoso escolar: hace dos semanas una niña de 12 años se quitó la vida en Bogotá por esta causa.

No sobra volver a reflexionar sobre las estrategias que se están desarrollando para evitar el acoso escolar y ponerlas en práctica cuanto antes. Al parecer el trabajo implementado por el Ministerio de Educación en años anteriores no funcionó como se esperaba y hay que reaccionar. No podemos olvidar, como bien lo menciona el psicólogo social Elliot Aronson en su libro Nobody Left to Hate sobre la matanza de Columbine, que muchas veces el acoso escolar lleva a los niños a hacer cosas desesperadas como tirarse de un edificio o tomar la terrorífica decisión de ajusticiar a sus compañeros.

@jfcarrillog

 

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