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Colombia abraza a Batuta

Julián de Zubiría Samper

08 de julio de 2025 - 12:00 a. m.

La Fundación Batuta ha acompañado a un millón de niños y adolescentes en toda Colombia desde 1991. Al hacerlo, ha prevenido el reclutamiento forzado y ha creado oportunidades de vida para los jóvenes a lo largo y ancho del país. Sin embargo, su exitoso programa de formación musical está en serio riesgo de desaparecer porque el Estado ha disminuido los recursos que le gira.

“Sin música la vida perdería emoción, intensidad, afecto, trascendencia y sentido”: Julián De Zubiría Samper
Foto: Liliana Merizalde / Fundación Batuta
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Hace más de veinte años, el neurocientífico colombiano Rodolfo Llinás nos explicaba en el auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional que la locura, el amor y el pensamiento podían ser representados mediante música. De esta manera, los conceptos y el amor solo existían porque las neuronas habían aprendido a bailar al mismo tiempo. A fines del siglo pasado, era una hipótesis arriesgada. Aun así, tres recientes estudios le dan la razón al científico colombiano. La prestigiosa revista Nature lo expresa de manera tan poética como lo hacía Llinás: “Nuestras neuronas bailan al mismo ritmo”.

Miles de millones de seres humanos lo hemos sabido desde siempre, pero Llinás y los investigadores del MIT y de la Universidad de Zúrich le dan sustento a esa percepción. Ya sabíamos que la música estaba presente en todas las sociedades humanas conocidas, pero ahora ellos han agregado algo esencial al realizar un estudio transcultural, en diversos países, y encontrar la prueba hasta el momento más clara de que existe “cierto grado de universalidad en la percepción y la cognición musical”.

Cuando Emmanuel Macron, el presidente francés, le preguntaba al neuropsiquiatra Boris Cyrulnik cuál sería la mejor manera de promover la empatía en los niños y las niñas, la respuesta una vez más nos devolvió a la música. Cyrulnik le explicaba al presidente que cantar en un coro o tocar un instrumento en una orquesta serían las mejores maneras para favorecer la empatía en los menores.

Sin música la vida perdería emoción, intensidad, afecto, trascendencia y sentido. Sería más seria, fría y plana, como suelen ser los días en los que no escuchamos ni una de las notas que nos conmueven, sensibilizan, nos sacan lágrimas o nos alegran el alma. Millones de canciones nos han permitido sentir y expresar miles de emociones, ideas, sentimientos y actitudes. Al ritmo de ellas hemos trabajado, bailado, soñado, contado historias, construido, compartido, luchado, nos hemos enamorado y desencantado. Con música duermen las madres a los bebés en todas las culturas. Con música despedimos la vida y celebramos todas las fiestas. Siempre he pensado que todos deberíamos elegir la canción que quisiéramos que se escuchara al partir y que ojalá nos despidiéramos más con la alegría africana y menos con la tristeza que hoy domina en los entierros en Occidente.

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Al volver a oír la música de nuestra juventud, nos trasladamos de época y cuando oímos música de las regiones que visitamos en el pasado es como si volviéramos a viajar. Al evocar a nuestra madre, solemos pensar en alguna canción y al recordar al padre, seguramente pensemos en otra. Algo similar sucede al pensar en la niñez, la juventud y la adultez. Por eso es tan acertado el programa radial que lleva por nombre “La banda sonora”. En realidad, uno de los motivos de la vida es construir nuestra propia banda sonora. ¿Cuál podría ser la suya?

La música nos permite viajar por el tiempo y desplazarnos por el espacio. También por los sentimientos. Su capacidad para favorecer una vida más trascendente es prácticamente ilimitada.

Inicio esta columna con algunas de las reflexiones que hoy hace la ciencia sobre el papel de la música porque quiero hablar del bellísimo trabajo de Batuta a favor del millón de niñas, niños y adolescentes que la fundación le ha arrebatado a la guerra, la pobreza y la marginación. Se los ha ganado para la vida al cultivar en ellos la pasión por la música a lo largo de tres décadas de trabajo ininterrumpido. Son 30.000 jóvenes apoyados cada año en 136 centros musicales distribuidos a nivel nacional. De ellos, el 98 % pertenece al estrato 1 y 2 y la mitad ha vivido los efectos directos del conflicto armado. Batuta cambia para siempre sus vidas.

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Aun así, hoy su trabajo corre el riesgo de detenerse para siempre. El 75 % de sus ingresos provienen del Estado y el Estado se ha quedado sin recursos, los niños sin sus instrumentos y las orquestas juveniles sin profesores y sin músicos. Para revertir esta peligrosa tendencia, la fundación está buscando recaudar tres mil millones de pesos para que Batuta siga sonando donde más se necesita.

Batuta ha prevenido el reclutamiento forzado, ha fortalecido el vínculo con la escuela, ha impulsado el bienestar emocional y ha creado oportunidades de vida a lo largo y ancho del país. Es poco lo que pide, pero es mucho lo que ha dado a cambio a Colombia.

Con un apoyo de tres millones aseguramos un mes completo de operación en uno de los 136 centros musicales que hay en el país. Con un apoyo de un millón aseguramos que el equipo territorial realice el seguimiento mensual a los niños en una región. Con un aporte de $500.000, logramos que un centro musical opere durante una semana. Con un aporte de $250.000, mejoramos las condiciones laborales del equipo pedagógico, con uno de cien mil ampliamos las horas de formación artística en la ruralidad colombiana y con uno de veinte mil ayudamos a que más niños y niñas reciban educación musical de calidad.

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Me comprometo a abrazar a Batuta e invito a todos los que puedan a que hagan lo mismo. Muy especialmente, quiero invitar a algunos de nuestros músicos más reconocidos nacional e internacionalmente a que organicen un concierto para abrazar a Batuta. Es muy posible que una actividad que involucre a músicos de diversos géneros como Carlos Vives, Karol G, Shakira, Aterciopelados, Juanes, Niche y tantos otros, pueda dar el impulso fundamental que requieren los niños y adolescentes que hoy tocan un instrumento pero que mañana podrían volver a ser reclutados por las mafias y los grupos armados que subsisten en el país.

Hoy sabemos que tenía la razón Rodolfo Llinás: existe pensamiento y vida porque las neuronas aprendieron a bailar juntas. Ayudemos a retornar la vida que hoy está amenazada en diversas zonas del territorio. Sin duda, todos ganamos si los jóvenes colombianos tienen en sus manos un violín y no un fusil.

*Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria).

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