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¿Es pertinente una ley para promover la educación emocional?

Julián de Zubiría Samper

05 de agosto de 2025 - 12:00 a. m.

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Como diría don Agustín Nieto, el papel de la educación debe ser “formar, antes que instruir”. De allí que es muy pertinente que se expida una ley para promover la educación emocional de niños y adolescentes. Aun así, la que ha sido aprobada presenta debilidades que, de no ser corregidas, conducirán a que se convierta en lo que popularmente se llama “un saludo a la bandera”.

La educación en Colombia ha tenido un acentuado sesgo cognitivo. El Ministerio de Educación Nacional (MEN) habla de “años académicos”, se aprueban los años teniendo en cuenta tan solo resultados de las asignaturas y hay profesores, textos y currículos para el aprendizaje académico, pero no para el cuidado emocional y el cultivo de la empatía y la autonomía. La educación en Colombia es muy poco integral. El tiempo que le dedicamos a la comprensión de sí mismo y de los otros es ínfimo frente al énfasis dado al dominio de algoritmos, gramática e información científica. Así no se forman ciudadanos responsables, integrales y críticos que aprendan a trabajar en equipo para seguir construyendo este país. Es por eso muy positivo que se incluya un lineamiento para el trabajo emocional mediante la Ley 2491 por medio de la cual “se incorpora a los proyectos educativos institucionales el componente de competencias socioemocionales en Colombia”.

Celebro, acompaño y comparto el espíritu de la nueva ley. Sin duda, es muy adecuado que el país por fin se encamine hacia una formación más integral que, como decía Orlando Fals Borda, reconozca que los seres humanos somos “sentipensantes”. El psicoanalista John Bowlby afirmaba, en 1951, que el vínculo afectivo era tan esencial que podría ser más importante incluso que el alimento. La sociedad occidental actual parece desconocerlo. Múltiples investigaciones nos muestran que los problemas de salud mental entre los jóvenes en diversos lugares del mundo están creciendo de manera preocupante. Lo mismo sucede con la polarización o la desconfianza. A este respecto, Colombia ocupa un muy deshonroso lugar. Somos el segundo más polarizado y el tercero con menos confianza entre todos los países del mundo. Mientras eso no se supere, no hay futuro.

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En Bogotá, en 2023, los colegios reportamos a 10.000 niños y jóvenes al sistema de alertas por ideación suicida. En ese mismo año, en Estados Unidos, el 57 % de las adolescentes afirmaron presentar depresión profunda. La salud mental es el tema de mayor preocupación entre educadores y padres de familia de adolescentes en el mundo. Cuidarla debe ser una de nuestras prioridades. Es imperativo formar jóvenes más autónomos y con más criterio e independencia frente a la sociedad en la que viven. La tesis de Immanuel Kant sigue vigente: la educación debe garantizar que los jóvenes pasen “de la minoría a la mayoría de edad”. Se refería la formación de la autonomía, una tarea pendiente en la gran mayoría de colegios y familias en el país.

Aun así, la ley aprobada presenta serias debilidades que seguramente conducirán a que no cumpla con sus propósitos.

Primero. Es esencial entender que el deterioro en la salud mental de los jóvenes no lo ha producido la escuela. Todo lo contrario, los colegios hoy son el lugar más importante que tienen niños y jóvenes para jugar de manera libre, interactuar, vincularse y compartir. El problema es que las familias cada vez están acompañando menos la vida emocional de sus hijos e hijas. Por eso la salud mental se ha deteriorado. Así mismo, los padres, por sentir miedo extremo, están encerrando a sus hijos en casa sin permitirles jugar en parques y calles. Al hacerlo, promueven la adicción a las redes desde muy temprana edad. También es consecuencia de una cultura que difundió la equivocada idea de que la felicidad se alcanza aumentando el consumo de bienes, así como de unos medios de comunicación y redes que tienden a promover el miedo.

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Como demostró Jonathan Haidt (2025), el auge de las familias sobreprotectoras y los smartphones en manos de niños y niñas es lo que está llevando a una generación a ser cada vez más ansiosa y menos empática y resiliente. Eso implica que una ley que no impulse la formación de madres y padres de familia tendrá poco o nulo efecto sobre los altos niveles de ansiedad y angustia de niños y jóvenes. Esto es así porque los padres sientan las bases sobre las que se construye el autoconcepto, la autoimagen, la autonomía y la seguridad personal. La escuela es corresponsable, pero la familia es la principal formadora.

Segundo. El enfoque asignaturista que ha dominado en la escuela es uno de los responsables de la alta fragmentación y el tradicionalismo que predominan en la educación colombiana. Por disposición del Congreso se han creado infinidad de asignaturas vinculadas con el tráfico, la afrocolombianidad, el emprendimiento, la paz o la vida de Simón Bolívar, entre muchas otras. Lo que necesitamos en Colombia es exactamente lo contrario: que el país elija unas muy pocas competencias transversales y que todas las asignaturas se orienten a fortalecerlas. En 2016, Finlandia eligió siete; en 2024, México se concentró en cuatro y la reforma curricular chilena de 1998 enfatizó dos.

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Mientras eso sucede en el mundo, en Colombia un estudiante de grado noveno tiene en promedio 15 asignaturas y cada una de ellas tiene profesores, currículos y evaluaciones independientes. Nosotros en el Merani desde hace treinta años hemos propuesto tres competencias transversales: pensar, comunicarnos y convivir. Comprensiones Humanas debe ser un área transversal para enseñar a los niños a comprenderse a sí mismos, comprender a los otros y al contexto, así como ayudarlos a construir sus proyectos de vida. En consecuencia, más que referirnos a asignaturas para el cuidado emocional, deberíamos hablar de un área transversal para cuidar la convivencia.

Tercero. Falta mucha precisión conceptual. El desarrollo socioemocional hace referencia a la forma como nos sentimos, nos valoramos, nos relacionamos y vinculamos con los demás. Sin embargo, la ley habla indistintamente de consciencia emocional, habilidades sociales, salud mental y autonomía emocional. Alcanzar mayor precisión y cualificar los diagnósticos será necesario para poder enfrentar de manera más asertiva los problemas que queremos superar.

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Cuarto. El país tiene ricas experiencias pedagógicas en cuidado emocional que los autores de la ley parecen desconocer. En especial, es muy destacado el trabajo liderado por Antanas Mockus sobre competencias ciudadanas, que condujo al MEN a elaborar un completo lineamiento curricular y al ICFES a incorporar su evaluación en las pruebas Saber 11 y Saber Pro. Ese desconocimiento también se observa frente a experiencias con mucha tradición, seguimiento e investigación como las Aulas de paz creadas por el equipo del profesor Enrique Chaux de la Universidad de los Andes o la experiencia de más de tres décadas en el programa de Comprensiones Humanas del Instituto Alberto Merani, entre muchas otras.

Quinto. La mayor parte de reformas en el mundo han fracasado porque los maestros que deberían implementarlas no han sido formados para hacerlo. De allí que un cambio curricular tan importante como el propuesto necesariamente implica la creación de una comisión que revise lo que se ha desarrollado al respecto, en el mundo y en Colombia, para aprender de las experiencias previas, escuchar a pedagogos, rectores, secretarios de educación, investigadores y comunidades y para dialogar, como fruto de ese trabajo, con las facultades de educación, universidades y escuelas normales acerca de para qué, qué y cómo implementar la nueva área transversal. Contrariando lo señalado, la ley establece que se inicie el trabajo educativo en enero de 2026. Antes de eso sería necesario trazar los lineamientos curriculares, llevar a cabo la formación docente, escribir textos y brindar lineamientos para el proceso de evaluación de actitudes y competencias socioafectivas. En Colombia es común que, como dice el refrán popular, se “ensillen las bestias antes de comprarlas”.

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En síntesis: no hay duda de que es muy pertinente impulsar la reflexión argumentada y profunda sobre la educación emocional. Aun así, debemos tener muy presente que el proceso debe ser más pausado, reflexivo y estar apoyado en formación, evidencias y experiencias para no volver a someter al país a un nuevo canto de sirena, como el del presidente Juan Manuel Santos cuando en 2014 prometió convertir a Colombia en el primero en educación en América Latina para 2025. Llegó 2025 y ahora estamos bastante más atrás porque seguimos sin aprender a trabajar en equipo y sin reconocer nuestros errores y aciertos. Ojalá esta sea una oportunidad para aprender a trabajar de manera más reflexiva, participativa, autocrítica, colectiva y demostrando mayor criterio y claridad pedagógica.

*Julián de Zubiría Samper es director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria)

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