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Esta semana de crisis ministerial, anuncio de retorno del balcón y coalición gobiernista rota, quedó en evidencia que el Petro presidente, que prometió gobernar con “máximos consensos”, cada vez se parece más al Petro alcalde, que tuvo un equipo inestable, tomaba las decisiones prácticamente solo y vivía en eterna pelea con sus contradictores.
Pero el episodio, en medio del cual salieron siete ministros del gabinete, también dejó clara otra dinámica del Gobierno que se autodenominó del “cambio”. La representación burocrática y los puestos entregados a los partidos, en el intento inicial por hallar consenso, estaban condicionados al apoyo irrestricto de los congresistas de esas colectividades para las reformas del presidente.
Esa es una de las formas en que funciona la llamada mermelada: yo te doy cuotas y tú me devuelves el favor con tu votico. Y sería una obviedad decirlo si no fuera porque una de las promesas de cambio de Petro fue, precisamente, no incurrir en la consabida mecánica clientelista de la política tradicional.
Fue el mismo mandatario el que mostró abiertamente sus costuras hace unos días cuando, en medio del apretado debate de la reforma a la salud, decidió pedirles la renuncia a los viceministros de las carteras que representaban a los partidos Conservador, Liberal y de la U, en una clara estrategia de presión para que le aprobaran la iniciativa.
Cuando en redes alguien señaló la incoherencia del petrismo con la mermelada, la representante del Pacto Histórico María Fernanda Carrascal, crítica del clientelismo cuando se trata de otros, respondió acomodando el término y diciendo que no era politiquería, sino “ciencia política”.
Como en el nuevo gabinete se mantuvieron algunas cuotas, la expectativa que hay ahora es que la repartija burocrática se negocie ya no con los jefes de las colectividades, sino individualmente. Asimismo pasó en el gobierno de Juan Manuel Santos, durante el cual nacieron campeones de la mermelada, como los llamados “ñoños” de Córdoba.
Por cierto, no menos incoherente es el investigador que le salió a la mermelada petrista: Germán Vargas Lleras, que en su postulación a líder de una oposición deslucida ha dedicado columnas, trinos y entrevistas a “denunciar” sin mayores datos concretos la inconveniencia de una práctica de la que él ha sido rey.
Con el espectáculo de la reforma a la salud “sale muy magullada nuestra democracia”, escribió Vargas Lleras.
El mismo dirigente que, siendo vicepresidente de Santos, rompió una marca al entregar dos ministerios no a un partido, sino a un único grupo regional que a cambio prometía ponerle votos a su campaña presidencial: los Char. El cuestionado clan de Barranquilla nunca hubiese alcanzado el poder nacional que logró si no es por ese socio en la élite bogotana, que le puso la gasolina y ahora se lava las manos renegando de un método que bien conoce.
¿Será posible que un gobierno pueda un día forjar un pacto político distinto, verdaderamente basado en acuerdos programáticos? Sin una reforma política que proponga cambios profundos, no lo parece.
Mientras, parafraseando a los cazadores de contradicciones en Twitter, siempre hay un tarro de mermelada.
