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El director de cine estadounidense Adam McKay causó sensación recientemente con su película Don’t Look Up (No mires arriba), una sátira sobre la decadencia de su país que fue puesta a los ojos del mundo hace cinco años con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
El descubrimiento de que un cometa gigantesco chocará con la Tierra en seis meses y 14 días y causará su destrucción es la ficción que utiliza McKay para desnudar la incompetencia de los gobernantes y su desprecio por la ciencia, así como la indiferencia de los medios de comunicación ante un peligro descomunal y la de la gente que se distrae con hashtags y memes en lugar de poner atención al anuncio de que se acerca el fin del mundo. Algunos interpretan la película como una alegoría de la negación colectiva del cambio climático, que reflejan las actitudes irresponsables de los seres humanos en muchas partes del mundo.
La polémica que la cinta suscitó en las redes sociales puso en evidencia la conducta contradictoria de las personas y los impulsos suicidas de los que se deja llevar ciegamente el hiperconectado y a la vez vacío mundo contemporáneo por la codicia, el egoísmo y la ignorancia que le impiden advertir su inminente autodestrucción.
En todas partes la ambición de unos pocos está acabando con las riquezas naturales, deteriorando el ambiente y empobreciendo la vida. Aunque el planteamiento de McKay fue formulado en un nivel planetario, su crítica moral es igualmente aplicable a las comunidades grandes y pequeñas, pues en todas ellas la miopía generalizada oculta la realidad e impide el verdadero progreso. En todas ellas, además, continúa la acción devastadora de los que buscan lucrarse por todos los medios a costa del bienestar general.
Es inquietante e ilustrativo trasladar las enseñanzas de la cinta de McKay a situaciones que se presentan en Colombia, como ocurre en el municipio cundinamarqués de Cogua, donde los explotadores mineros quieren seguir convirtiendo las hermosas tierras sabaneras en ladrillo y cemento.
Quienes hayan visitado el embalse del Neusa, uno de los lugares de paseo de los bogotanos desde hace mucho tiempo, conocen este pueblo de 15.000 habitantes, que ha sido escenario de grandes acontecimientos en sus 400 años de historia. En El Mortiño, una de sus veredas, se firmaron las célebres capitulaciones de los comuneros, bautizadas con el nombre de Zipaquirá, la ciudad vecina, y traicionadas después por el gobierno virreinal del arzobispo Caballero y Góngora.
Hoy Cogua es el marco de otro conflicto, esta vez por la codicia de las empresas mineras que buscan obtener grandes ganancias con la explotación de sus tierras arcillosas para alimentar la insaciable industria de la construcción.
Como lo expresó la comunidad coguana en una carta publicada en este diario, la pretensión de las empresas mineras pone en peligro la conservación del paisaje y de las cuencas hidrográficas que lo riegan, comenzando por el acuífero del Neusa. En terrenos del municipio existen ya suficientes explotaciones mineras y, según lo afirman sus habitantes, Cogua no está en condiciones de soportar más cargas para el mantenimiento de vías y obras a costa de vulnerar sus áreas de conservación y protección ambiental.
Las autoridades competentes harían bien en atender las justas demandas de los coguanos en lugar de ignorar el peligro, como en la película de McKay, y de mirar para otro lado mientras se consuma la catástrofe.