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Desde el inicio de Ser Pilo Paga se señalaron las falencias del programa. La mayor es que continúa con la tradición de preocuparse desmedidamente por la educación universitaria en un país en el cual la mayor parte de los bachilleres no tienen –ni llegarán a tener nunca, a causa de la pésima calidad de la educación pública– un nivel académico adecuado para ser admitidos a la universidad, ni para beneficiarse de ella incluso si los admiten y les sale gratis. Otra es que, a diferencia de la importancia de que haya educación preescolar, primaria y de bachillerato gratuita, universal y de alta calidad, es debatible que el Gobierno deba otorgar educación universitaria gratis. ¿Para qué darle un beneficio altamente rentable como la educación universitaria a una población adulta sin ningún tipo de contraprestación? Los créditos blandos, por ejemplo, pueden ser una mejor alternativa, y son fiscalmente más sostenibles.
Sin embargo, si la meta es que haya educación universitaria gratuita, tampoco estamos considerando todos los mecanismos posibles, ni los mejores.
Ser Pilo Paga le apostaba a la calidad (pese a destacadas excepciones, las mejores universidades del país son privadas) sin preocuparse por el costo. Esto último llevó a su cancelación. Al pagar la matrícula de los estudiantes en la universidad que los admitiera sin importar el costo, SPP desaprovechaba el poder de negociación del Estado con las universidades de alta calidad, habiendo podido obtener descuentos importantes al pagar por la matrícula de decenas de miles de estudiantes. Peor aún, el diseño del programa les daba incentivos a las universidades para aumentar los precios sin que existiera un mecanismo de control.
Pero destinar estos recursos a las universidades públicas no garantiza la calidad de la educación universitaria ni el gasto responsable, ya que es difícil saber si en verdad las universidades públicas son más baratas una vez se ajusta el costo por la calidad de la institución. La abrumadora mayoría de los estudiantes que pueden elegir escogen las privadas, y los empleadores también prefieren a sus egresados, lo cual es una señal preocupante acerca de la calidad de la educación universitaria pública.
Una solución que controlaría el gasto y lo distribuiría con más equidad entre los beneficiarios sería otorgarles a los estudiantes bonos educativos por un valor equivalente al costo promedio de la universidad pública. Estos les permitirían estudiar gratis en una universidad pública, o poner de su bolsillo (con créditos blandos si es necesario) lo que haga falta para la matrícula de la universidad privada que elijan. La idea no es nueva, y, además, su efectividad –en términos de un mejor desempeño académico y un aumento de los ingresos futuros de los estudiantes– ya ha sido demostrada en Colombia para la educación secundaria, por medio del tristemente cancelado programa Paces. Tiene sentido pensar que un programa del mismo tipo para la educación universitaria podría tener resultados parecidos. Además, al competir por estudiantes con las universidades privadas en igualdad de condiciones, se les darían a las universidades públicas incentivos para ofrecer una educación de mayor calidad.
Al discutir sobre estos temas se corre el riesgo de entrar en un debate trillado –y más guiado por las emociones que por la evidencia– acerca de si es preferible lo “público” o lo “privado”, la intervención estatal o el “neoliberalismo”. Pero no se trata de eso: se trata de encontrar la manera de aprovechar al máximo los recursos del Estado, y de darles a los jóvenes de escasos recursos la mejor educación posible con el presupuesto que hay. La cancelación de Ser Pilo Paga es un buen momento para debatir la conveniencia de un sistema de bonos educativos universitarios.
Nota técnica: El argumento de que es “mejor invertir en la universidad pública que regalar plata a las universidades privadas” desconoce dos cosas: 1) a largo plazo todos los costos son variables; 2) la matrícula (sea su precio de mercado o un precio adecuadamente regulado si hay imperfecciones de mercado) es igual al costo medio de la educación del estudiante. En términos no técnicos, en promedio y a largo plazo la matrícula únicamente cubre el desgaste de la infraestructura causado por el estudiante, y no deja nada para las generaciones futuras, ni en las universidades privadas ni en las públicas. Lo que sí queda es la educación, independientemente de dónde se obtenga.
* Ph.D., profesor del Departamento de Economía, Universidad Javeriana.
Twitter: @luiscrh
