Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El tren de la inflación en Estados Unidos alcanzó la cima a mediados de 2022 y desde entonces se ha deslizado cuesta abajo sin detenerse. Cuando llegó a la cima la cifra superó el 9 % anual. Si bien la cifra actual (6,4 %) sigue estando muy lejos de las metas del banco central, se había ido asentando la percepción de que ese tren no se detendría, de que esta vez no sería necesario enfriar significativamente la economía para contener los precios y que, por tanto, el banco central no requeriría muchos esfuerzos adicionales para mantener ese rumbo.
Pero en las últimas semanas esas percepciones se han ido descarrilando. Ahora el consenso apunta a que no será tan fácil mantener ese rumbo, que el banco central tendrá que subir mucho más de lo anticipado sus tasas de interés y que no es claro que este viaje se pueda hacer sin frenar la actividad. En el tren de marras ya no viaja la esperanza de un aterrizaje suave de la economía global. Ahora la analogía de moda es que la economía puede toparse con una bolsa de aire.
Para América Latina esa es una mala noticia. Las expectativas de mayores tasas de interés en Estados Unidos volverán a presionar las monedas de la región, lo que hará más difícil el combate, que también se libra en estos lados, contra la inflación. Para Colombia, esa presión externa se suma a la incertidumbre local que ha depreciado su moneda en relación con el resto de la región.
Las mayores perspectivas de un enfriamiento económico en el norte también son una mala noticia para países como Colombia, que tienen en Estados Unidos su mayor socio comercial. Ese efecto comercial no solo vendría por menores compras de Estados Unidos, sino a través del impacto indirecto en los precios internacionales de muchas de nuestras exportaciones.
Las proyecciones de tasas de interés más altas en Estados Unidos también dificultarán el financiamiento de la región: para atraer esos recursos habrá que pagar también mayores retornos en nuestros títulos de deuda. Para Colombia, que antes de esta noticia estimaba destinar la cuarta parte de todo el recaudo anual del Gobierno a pagar los intereses de la deuda pública, esa nueva presión externa no es bienvenida.
El Banco de la República pronosticó, a comienzos de año, que la actividad económica colombiana durante 2023 apenas aumentaría. Algo más sonrientes, pero igualmente magros, eran los pronósticos del Gobierno. En caso de consolidarse el descarrilamiento del tren inflacionario de Estados Unidos, la magra sonrisa pasaría a cara larga y por tercera vez en el último cuarto de siglo podríamos terminar el año con una caída en el ingreso total colombiano.
Pero, claro, nuestro punto de partida era uno de gran fragilidad, con grandes desequilibrios macroeconómicos. Bastaba un soplo, un viento en contra del norte, para poner las cifras del tablero en rojo.
@mahofste
