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El uso de nombres colectivos o de género epiceno (al que me referí en una columna pasada) es otra de las alternativas para las personas interesadas en el lenguaje no sexista. Por ejemplo, decir «personas interesadas» en vez del masculino genérico «los interesados». Aunque la economía del lenguaje sin duda es deseable, no creo que sea el único criterio de expresión. «La población colombiana» en vez de «los colombianos» es un poco más larga, sí, pero dudo que sea una construcción que le haga daño a alguien. Hay alternativas cuya mayor longitud es casi imperceptible, como «la clientela» en lugar de «los clientes». La riqueza del español nos permite encontrar alternativas gramaticalmente correctas. Si el asunto nos interesa, podremos hacer el esfuerzo (pero ¿hasta qué punto es deseable que comunicarnos nos cueste?).
Como dije en la columna anterior, hay que tener cuidado para no complicar la comunicación o, peor aún, perder el sentido de lo que queremos decir. «El arbitraje», por ejemplo, no es lo mismo que el conjunto de árbitros y árbitras (sí, «árbitra» existe).
En referencia a alternativas ajenas a la gramática actual, como las terminaciones con «x» o «@», el mayor problema, quizá, es que son impronunciables (¿cómo las diríamos en un discurso, por ejemplo? ¿Sería, en realidad, un desdoblamiento?). Sobre la terminación con «-e», que, además de incluir a hombres y mujeres, tiene en cuenta a las personas con identidades no binarias, hay que recordar que la lengua no se decreta. Si su uso se asienta, es probable que estemos ante una reforma profunda de nuestra gramática. Eso, por el momento, parece lejano; pero no es imposible.
Con esta serie de columnas quise introducir una discusión tan compleja como ineludible, porque, como dije al principio, el mundo cambia; es inevitable que la lengua lo haga también.
(Oprima aquí para leer la primera parte, segunda parte y tercera parte)
mmedina@elespectador.com, @alejandra_mdn
