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A las palabras exactas de Jaime Arocha en estas páginas de opinión sobre Francia Márquez como “fuerza política femenina, feminista, negra y afrodiaspórica” podríamos agregar la idea de “la visible”.
Como defensora ambiental Francia Márquez se opuso frontalmente al uso del glifosato en los territorios del Pacífico. Esto es: se enfrentó al uso indiscriminado de un herbicida utilizado sin respeto a la consulta previa ni consideración con las formas de vida y alimentación de una población ya no solo ninguneada sino invisibilizada.
¿Invisible en qué sentidos? No solo una población a la que no le preguntan a la hora de decidir sobre sus territorios. Aunque también. Invisibilizada a través de proyectos políticos de vieja data mediante los cuales se logró proceder impunemente con violencia. Como si literalmente no existiera.
Ahondemos en el ejemplo de lo visual. Imágenes satelitales de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito fueron empleadas sistemáticamente para decidir en dónde hay coca y para proceder a fumigar. Lo que es un territorio de biodiversidad —parajes selváticos que con todo y la coca son lugares de vida y ejemplos de un uso sostenible de la tierra— fue entendido únicamente como espacio de ilegalidad. Apto para ser envenenado. Tierras baldías. De nadie.
Pese a las burlas de uno que otro economista (“dizque el buen vivir”) y no pocas ni pocos comentaristas políticos en redes sociales, cuando Francia Márquez habla de “vivir sabroso” no se refiere a una simple y alegrona obviedad. Además de la inspiradora y aterrizada filosofía en que el entorno y lo humano requieren de algún equilibrio, se trata también de alertar sobre el derecho a la vida.
Algo difícil de explicar desde Bogotá. Pero vital para los que, invisibilizados, sufren ya no solo ante la ausencia de infraestructuras básicas (agua, salud, electricidad, seguridad alimentaria) sino que malviven entre las balas de los armados.
Vivir sabroso no es una fiesta.
