Un mundo sin trabajo

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Piedad Bonnett
29 de enero de 2017 - 10:05 p. m.
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¿Es posible que lleguemos a un mundo sin trabajo? La pregunta parece remitirnos a un mundo de ciencia ficción, de esos que imaginan los novelistas y que pueden ser hermosas utopías o escenarios de horror. Pero lo que nos parece hoy una hipótesis descabellada está siendo planteada por varios analistas a partir de cambios sociales y económicos que ya se están dando: como que  la innovación tecnológica, cada vez más veloz,  traerá más y más  desempleo.  Un ejemplo lo da Kaushik Basu, profesor de Cornell, en una de las interesantes entregas que viene publicando este diario con el título de Pensadores: ya hay casos como el de Eastman Machine, una fábrica de máquinas y herramientas de Buffalo, que no dependen de mano de obra humana; apenas tiene 122 empleados, que representan un 3 % de sus costos de producción, y además puede “fabricar sus productos a un costo marginal desdeñable”.

Como el mismo Basu indica, la innovación tecnológica no sólo  es inevitable sino que siempre será deseable. Pero plantea problemas que, como civilización,  tendremos que saber analizar y resolver. El tema tiene muchas aristas. Pero  el enfoque que encuentro más interesante, porque nos pone a repensarnos como individuos y como sociedad, es el de Michael Sandel, profesor de filosofía política de Harvard. Para él, “la  pérdida de puestos de trabajo debido a la tecnología” y el hecho de que la actividad económica se haya desplazado “de hacer cosas a la gestión de dinero”  (que hace, por ejemplo, que banqueros de Wall Street  reciban remuneraciones desmesuradas) está afectando “la estima otorgada al trabajo”, la dignidad que le hemos concedido siempre. Sandel es contundente: para él, la propuesta de pagar a todos los ciudadanos un ingreso básico –que por cierto empezó a implementarse en enero, como experimento, en Finlandia y Escocia– es  “una forma de suavizar la transición a un mundo sin trabajo”. “Si se debe acoger o se debe resistir la llegada de tal mundo es un interrogante que será fundamental para el ámbito político en los años venideros”.

Tendríamos que reflexionar sobre el trabajo, ese derecho fundamental del hombre que  debería dar  sentido a la vida y otorgarnos felicidad. Desafortunadamente, esa concepción, tan elemental, ha sido  desvirtuada en el mundo moderno. Las mayorías están condenadas al trabajo como  mera rutina, acción mecánica, incluso castigo. Como anotó Hannah Arendt, la sociedad de consumo nos ha devuelto a la condición, tristemente pasiva de animal laborans. La vida activa –la que posibilita creatividad, libertad, pensamiento, acción en el real sentido de la palabra— es patrimonio de unos pocos. En un mundo donde todo lo regula el mercado, la conexión entre trabajo, vocación y habilidades es un lujo de unos pocos. Somos, además, víctimas de la hiperactividad productiva. El ocio, espacio para la ensoñación, para el arte, el deporte, la conversación, el mero deambular, la observación del mundo, se ha convertido en un tiempo que apenas da para reparar el cansancio. ¿Será que algún día los hombres recuperamos el trabajo como algo que tiene que ver con lo que somos, con nuestra identidad? Según Sandel, ese será uno de los temas con los que tendrán que lidiar los partidos políticos si quieren derrotar los falsos populismos.

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