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Notas de buhardilla

Tronos tambaleantes

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Ramiro Bejarano Guzmán
30 de abril de 2023 - 02:00 a. m.
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Si a Gustavo Petro le fue mal rompiendo tempranamente la coalición de gobierno en vez de recomponerla, al expresidente César Gaviria se le está viniendo el mundo encima como decadente jefe del liberalismo. Males buscados.

Los errores de Petro son múltiples, pero el peor es haber asumido que como fue elegido por más de 11 millones de votos, eso lo convirtió en amo y señor del destino político del país. Lo primero que debería tener en cuenta el presidente es que no todos los que votaron por él fueron del M-19, de la Colombia Humana o del Pacto Histórico. La cosa no es por ahí. Hace mal Petro menospreciando a los independientes y liberales que en la segunda vuelta de la pasada campaña presidencial lo preferimos a él y no al impresentable Rodolfo Hernández. A pesar de que esto va muy mal, no me arrepiento, porque si el presidente hubiese sido el charlatán santandereano el país habría sucumbido desde el día uno de su mandato.

Que Petro sea hoy presidente legítimo no está en duda, pero de ahí a creer que ese triunfo le dio licencia para imponer a la fuerza sus reformas al resto de sus compatriotas hay un trecho intransitable. Eso es lo que no ha entendido el mandatario y de ello ha dejado testimonio rabioso cuando esta semana trazó una línea divisoria entre quienes están con él y aquellos que, legítimamente, discrepan de sus propuestas.

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Hay, además, otro detalle que no puede perderse de vista y es el hecho de que casi 20 millones de colombianos votamos por el nuevo Congreso, es decir, un número inmensamente superior al de los sufragantes que eligieron a Petro y su precaria bancada. Eso, puesto en la balanza, debería decirle al presidente que no todos los parlamentarios llegaron al Congreso con los votos que lo eligieron a él, y que tanto ellos como sus electores merecen que les respeten su derecho a disentir. Salvo Luis Fernando Velasco y Jhénifer Mojica, la nota predominante en el nuevo gabinete es que quedó integrado por sumisos subalternos.

A los ministros que salen les hicieron el favor de liberarlos, y los que siguen o entran al gabinete quedaron en un cautiverio que se avizora prolongado. Lo positivo de romper la coalición de gobierno fue la caída del ministro de Transporte, Guillermo Reyes, quien jamás debió ser nombrado allí. Seguramente ahora engrosará la lista de embajadores y allá agonizarán sus delirios de grandeza.

Pero no fue Petro el único que se dio un tiro en el pie triturando la coalición de gobierno, porque el otro damnificado fue el expresidente César Gaviria, quien quedó con plomo en el ala en su prolongada y cuestionada jefatura liberal.

Se fue de bruces el expresidente matriculando al liberalismo como partido de gobierno en vez de haberse declarado independiente. Metió al partido en una camisa de fuerza para luego incurrir en la imborrable contradicción de impartirles a sus congresistas la arbitraria orden de no apoyar un solo artículo de la reforma a la salud presentada por el Gobierno al que supuestamente apoyan. Y lo más grave es que dio esa orden sin siquiera haber reunido previamente a la bancada, a la que pretendió someter como una manada de borregos.

Tuvieron razón los parlamentarios liberales que se sublevaron contra esa disciplina para perros administrada por Gaviria, en la que solo cuenta y se oye su voz, no propiamente para orientar a la colectividad sino para amenazarlos con sanciones de exclusión del partido y hasta con cárcel por no votar la reforma a la salud como él lo decidió. Francamente insólito e indignante.

Esta humillación no es solo culpa de Gaviria, sino también de sus parlamentarios por haber tolerado ese tratamiento insultante y déspota que suponíamos proscrito del partido que hicieron grande Uribe Uribe, Herrera, López Pumarejo, Gaitán, López Michelsen, entre otros. Ojalá estas señales de emancipación que hoy se sienten en el gran Partido Liberal no se apaguen, porque los días de Gaviria como jefe único hace rato terminaron. Solo falta un empujoncito.

Adenda No 1. Magnífica la novela Pan y paciencia (Editorial Alfaguara) del joven escritor Matías Godoy: inteligentemente concebida, impecablemente escrita y con una trama bien tejida. Recomendada.

Adenda No 2. El nuevo gerente general de la Federación de Cafeteros, Germán Bahamón, es un uribista purasangre que odia a Petro. No suenan creíbles sus manifestaciones de tardía y calculada reconciliación con quien públicamente llamó canalla.

notasdebuhardilla@hotmail.com

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