Entre las reformas que se propone introducir a la Policía está la del cambio de su uniforme, asunto que, como bien lo señaló El Espectador en uno de sus recientes editoriales, encierra un componente simbólico. En Colombia hace ya mucho tiempo que no es fácil distinguir visualmente entre los integrantes de la Policía y los del Ejército, menos cuando se mueven en uno de los muchos sectores del país con presencia de guerrilla o grupos armados organizados. No es solo el color verde oliva de la indumentaria; es el armamento que llevan en esas zonas, su formación y preparación para enfrentar ataques de gran magnitud provenientes de la insurgencia, como las tomas que hace unos años ocurrían incluso en capitales de departamentos.
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El expresidente Andrés Pastrana decía hace unos días que, si alguien insulta a un soldado, este puede reaccionar pegándole un tiro. Dejando de lado que semejante afirmación es incompatible con un Estado de derecho, resulta útil para mostrar gráficamente lo que simbolizan un militar y un policía. El primero se asocia con una persona preparada para la guerra; el segundo, en cambio, es concebido como parte de un cuerpo destinado a mantener la convivencia ciudadana. De estos últimos no se espera, para decirlo con las gráficas palabras de Pastrana, que les peguen tiros a quienes los insulten, sino que sean instrumentos de solución pacífica de controversias.
Cuando las guerras exteriores escasearon en el vecindario y comenzaron a proliferar las internas, nuestra Policía terminó involucrada en el conflicto bélico porque, dada su naturaleza, no solo hacía presencia en más municipios del país que las Fuerzas Militares, sino que tenía asiento permanente en ellos. Por eso sus estaciones fueron convertidas en pequeñas fortalezas y, además de sus bolillos y revólveres, fueron dotados de fusiles, ametralladoras y helicópteros artillados. Al convertirse en un componente esencial del Estado en la lucha antiguerrillera, no resultaba extraño que permaneciera adscrita al Ministerio de Defensa, cuya razón de ser es precisamente la de defender al país cuando este se vea involucrado en una confrontación armada externa o interna. Esas particulares circunstancias llevaron a que en la ciudadanía se fueran diluyendo las diferencias estructurales que en teoría deben existir entre el Ejército y la fuerza policial.
La reducción del conflicto armado interno como consecuencia de la desmovilización de las Farc abrió la posibilidad de hacer modificaciones en la Policía. El cambio de color en su uniforme es importante si es un paso hacia una desmilitarización que debe incluir el retiro de sus funciones como fuerza de combate contra la guerrilla y su salida del Ministerio de Defensa. Mientras estas dos últimas cosas no ocurran, seguirán necesitando dos uniformes: el azul para patrullar las calles de las ciudades y el verde para enfrentar a la insurgencia en las selvas del país. Pero con cualquiera de los dos seguirán orientados por un ministerio concebido para la guerra (así era su nombre original) y no por uno encargado de diseñar y poner en práctica una política de seguridad ciudadana, como debería ser el del Interior.